Joaquín Torra afirma que «la Monarquía es la continuación del régimen anterior» como si estuviese descubriendo el Mediterráneo. Es bien sabido que el término «Transición» se empleaba por entonces como eufemismo a fin de que no se hablase ni de «continuación» ni de «ruptura». Pero, efectivamente, hay que hablar de continuación porque la Transición se llevó a cabo «de la ley a la ley», ya que todo estaba «atado y bien atado». Aunque es cierto que con la Constitución del 78 y la puesta en marcha del régimen todo iría poco a poco desatándose, y finalmente tanto monta cortar como desatar. Ya el Caudillo de tan denostado régimen prefería una España rota antes que roja, pero de eso que no se entere la servidumbre.

Sin embargo, hay que reconocer que Torra aporta una novedad: la Monarquía «resulta inseparable de la persona del Rey Juan Carlos». Pero ni éste ha sido siempre rey ni la institución de la Corona se reduce al anterior monarca. ¿Qué pasa con Felipe VI? Por no hablar de casi toda la historia de España. No todo es Juan Carlos, ni todo Juan Carlos es Corina y demás damas. Y si de algo hay que reprochar a dicho rey que no sea solamente su corrupción delictiva (si es que deja de ser inviolable e irresponsable) sino más bien criticar su corrupción no delictiva, como pieza fundamental para la imposición en España del régimen autonómico y la subordinación al globalismo y su hijuela la Unión Europea. Pero de esto parece que absolutamente nadie habla, y ni mucho menos se escandaliza. Qué escándalo. ¡Qué escándalo! He descubierto que el Rey no es fiel a la Reina.   

JxCat, ERC y la CUP  han presentado una propuesta de resolución conjunta con el objetivo de que se proclame en el parlamento de Cataluña que ésta «es republicana y, por tanto, no reconoce ni quiere tener ningún Rey». «Los catalanes no tienen rey», se vanagloriaba Torra, como si la república catalana ya existiese. «La república no existe, idiota».  

Torra sentencia que Juan Carlos ha protagonizado unos «casos de corrupción que presuntamente podrían haber beneficiado al monarca actual». Le faltó decir al actual «Molt Honorable» que el anterior rey y el principal «Honorable» compartieron testaferro. Torra asegura que se siente comprometido por un «deber cívico» ante la corrupción de los Borbones, pero no parece que esté igualmente involucrado contra la corrupción de los pujoles. Que no se entere la servidumbre separatista. Para eso está TV3 y sus hijuelas.   

Torra ha pedido al parlamento catalán que ratifique que «el único camino para superar este régimen monárquico es constituir efectivamente la república catalana como un estado de derecho, democrático y social». La República Catalana es el camino, la verdad y la vida. El Reino de España es el extravío, la mentira y la muerte. Barcelona todo verdad, «Madrit» todo mentira. Barcelona la Nueva Jerusalén, Madrit Babilonia, madre de todas las fornicaciones. ¡Viva San Jordi Pujol y la Madre Superiora!  

Torra, el pujolín de turno, está convencido de que el sistema institucional español está «corrompido» y «carcomido», pero hay que añadir que él y el separatismo catalán forman parte de dicho sistema corrupto y putrefacto, cuyo desarrollo en esto años de partitocracia no es un accidente del régimen sino un error estructural del mismo, en el que Juan Carlos tuvo un papel relevante y no precisamente encomiable. Y si España está podrida o al menos en lamentables condiciones es precisamente por individuos de su calaña y de tendencias análogas igualmente gangrenosas o, más en estos tiempos, pandémicas.

El presidente de la Generalidad pide la abdicación de Felipe VI «a favor de un sistema democrático», y tiene la caradura de ir más allá y pedir «la convocatoria de un referéndum sobre monarquía o república en el Estado español». Aunque añade que los separatistas no luchan por una república española, «porque ya sabemos que no es un problema de derechas o izquierdas, de monárquicos o republicanos. El nacionalismo español ha impregnado todos los colores que han gobernado España». No se puede firmar una majadería más exagerada. Porque de hecho el nacionalismo canónico está siendo cada vez más asfixiado por el aldeanismo y el folclore más cochambroso. Eso por un lado, porque «por arriba», o más bien en los entresijos de la capa cortical, está siendo acechado por el europeísmo sublime y/o por el globalismo aureolar más dañino y estúpido (y ahora más que nunca con la Agenda 2030, que en España representa el señor de la coleta, que tanto simpatiza con el Para Nada Honorable). Y todo esto ha sido posible con la inestimable colaboración de los sucesivos inquilinos de la Moncloa. Y en eso hay que decir que ni uno se salva. Y de Zarzuela ya hemos dicho por hoy bastante.  

Torra ha anunciado que las próximas elecciones catalanas serán plebiscitarias, y el electorado tendrá que elegir entre «república catalana e independencia o monarquía española y dependencia». Sin novedad en el frente, porque éste es el ambiente que se ha vivido en los últimos comicios catalanes. Es el eterno retorno del hastío. Aunque con la crisis dejada por la nefasta gestión del Gobierno durante la  pandemia la cosa puede desembocar en consecuencias muy difíciles de prever. Aunque, eso sí, lo que se nos viene encima a buen seguro será notablemente diferente a todos los acontecimientos políticos que hayamos vivido. Y puede que todo lo anterior se nos antoje como meras anécdotas. Y si hay un nuevo confinamiento entonces sería una utopía e incluso ridículo llegar siquiera a pensar que la nación española pueda salir viva de esta crisis.     

Asimismo, ante la delirante gestión de la Generalidad en este extraño verano de rebrotes y de pocos turistas (que según Simón es un favor que los guiris nos hacen), Torra sostiene que «la independencia es ahora más urgente que antes» (que antes de la pandemia). Pese a todo, Torra presume de trabajar contra el COVID-19 «24 horas al día». Pero a lo que realmente se dedica durante esas horas es a corromper España, incluso en sus sueños. Tanta ideología antiespañola con excesiva bilis ha sacado a relucir las lindezas de estos ideólogos, o más bien cuentistas, que no saben gestionar ni una comunidad de vecinos ni la república independiente de su casa (como sus colegas monclovitas, sus compañeros de diálogo).  

Mientras tanto, Miquel Iceta a lo suyo: «es tiempo de diálogo y necesitamos estabilidad, tejer consensos y dejar de lado lo que nos divide». No obstante, le recordó a Torra que Cataluña ha tenido un presidente «que ocultó dinero en el extranjero», lo cual «no implica cuestionar la institución de la presidencia de la Generalidad». Y tiene toda la razón, porque la verdad no es la posverdad ni la burda propaganda, y es así de fastidiosa la diga el porquero o su Agamenón.    

    Daniel López. Doctor en Filosofía.