Francisco Elías de Tejada y Spinola llegó a Nápoles en 1956 cuando aún no se había liberado por completo de los escombros de los aproximadamente doscientos bombardeos sufridos por los angloamericanos y permaneció allí unos siete años. En la ciudad, como en casi todo el país, muchos hombres trabajaron para reconstruir lo que la furia de la guerra había arrasado, reconstruyendo casas, palacios e iglesias, un nuevo futuro para ellos y para la nación. Este extraño y brusco personaje de apellido mitad español y mitad italiano, deambulaba por los archivos y bibliotecas de la ciudad, ocupado a desenterrar tesoros sepultados por los siglos y el olvido. Pero, ¿qué buscaba en esos volúmenes polvorientos abandonados en la Biblioteca Nazionale? La prueba de la existencia de la auténtica Nápoles que él creía que era la de la época dorada de España cuando la ciudad había seguido con tenacidad y fidelidad la voluntad y el destino de sus reyes, correspondiendo con cariño y gratitud el sentimiento y trato que le tenían. Para de Tejada, el alma napolitana se estructura y alcanza su plena dignidad y originalidad sólo cuando Fernando el Católico consigue traerla de forma permanente dentro de España y en los dos siglos durante los cuales reinaron allí sus descendientes y sucesores. No se trataba de la Nápoles aragonesa del siglo XV, desgarrada por las luchas feudales internas que la hacían vulnerable a sus enemigos venecianos, florentinos e islámicos, ni siquiera la del Risorgimento y de los Saboya, último sello de la decadencia definitiva. Nápoles es auténticamente Nápoles sólo en el seno de la Monarquía Hispánica, precisamente durante ese período tan vilipendiado por la literatura y la historiografía liberales y «garibaldina» de los siglos XIX y XX que De Tejada acusa de partidista, comprometida más con distorsionar los hechos que con comprender estos en su verdadero alcance. Pero, ¿cuál sería el auténtico Nápoles? De Tejada no tiene ninguna duda, la de la Contrarreforma en lucha contra sus enemigos mortales: el luteranismo y los infieles otomanos. Según su visión, el continente se dividiría en dos partes antitéticas: España y Europa. Una Europa anticatólica y antiespañola que a lo largo de sucesivas etapas había trastornado el orden ético-moral y político religioso de la Edad Media, sostenida por la filosofía escolástica y por la Iglesia de Roma. España y Nápoles con ella, rechazan rotundamente la deriva antropocéntrica que pretende sustituir la visión teocéntrica del tomismo y de Tejada aporta numerosas pruebas de esta tenaz voluntad.

«El pensamiento político napolitano, como el de España en general, era anti-europeo, anti-luterano, anti-maquiavélico, anti-bodiniano, y claramente adherido a la Contrarreforma»

Nápoles es plena y orgullosamente consciente de formar parte de este enfrentamiento y no se detiene ni a nivel militar, dotando a la corona de soldados capaces de luchar en los rincones más recónditos del continente, ni en el cultural. Con meticulosa maestría de Tejada analiza las obras de pensadores, juristas y escritores buscando el hilo conductor que los une a esta visión del mundo donde Nápoles y su territorio encuentran espacio y protagonismo. Un período, por tanto, de gran florecimiento cultural, no reconocido o conscientemente oculto. Una realidad contraria a la propuesta por la historiografía y la literatura liberales comprometidas con representar la época española como un ejemplo indiscutible de oscurantismo y rapacidad económica. Un aspecto fundamental destacado por el propio de Tejada y por otros estudiosos modernos que han retomado y comentado su obra: Nápoles hispánico no pierde el alma, ni es víctima de ninguna asimilación cultural y lingüística. Contrariamente a los deseos de algunos contemporáneos, incluido Tommaso Campanella (duramente criticado por De Tejada), los reyes que se sientan en el trono de Madrid no esperan ni pretenden que Nápoles se transforme en una nueva Castilla. La ciudad mantiene así su peculiar identidad en el conjunto compuesto de la monarquía. Nápoles adquiere incluso una proyección que trasciende sus propias fronteras, convirtiéndose en el motor de una deseada reunificación italiana bajo la bandera de la Corona de España. Un sueño largamente acariciado que se extinguió sólo cuando la situación internacional lo hizo definitivamente impracticable.

El resultado de esos largos años de estudio fue su Nápoles Hispánico, una obra monumental publicada en español en los años sesenta y recién traducida al italiano (2004-19) gracias sobre todo a la labor de Silvio Vitale, gran amigo del autor e impresa por la editorial Controcorrente con el título (considerado por algunos inadecuados) de Napoli Spagnola. Cinco voluminosos volúmenes a los que se añade un sexto de índices. El período analizado parte de la «La Tappa aragonese» del siglo XV y finaliza con «Le Spagne infrante» de Felipe IV (1621-1665), careciendo de hecho de un volumen adicional relativo al reinado de Carlos II, probablemente pensado, pero nunca puesto en práctica. El contenido atestigua una erudición absolutamente fuera de lo común que a veces puede parecer excesiva y en algunos puntos se ve afectada por el intento de forzar la narrativa en una función confirmatoria, pero que, sin embargo, es capaz de ofrecer al lector un análisis profundo y una originalidad absoluta. Una perspectiva más realísta sobre las vicisitudes de un territorio y una ciudad a menudo víctimas de prejuicios y estereotipos, un eco más de esa falsa «Leyenda Negra» que envuelve y contamina la historia de la grandeza de la monarquía española dentro y fuera de sus fronteras.

Actualmente existen dos instituciones que se preocupan de continuar y dar a conocer la obra y las ideas de Francisco Elías de Tejada y Spinola: la Fundación Elías de Tejada y el Consejo de Histudios Hispánicos Felipe II que él mismo fundó antes de su prematura muerte en 1978.

 

Gabriele Oliviero