Cuando los principales enemigos de una nación política están en sus propios dirigentes –sean de un partido político u otro– el problema no es pequeño. Esto parecerá una exageración a algunos. Ya están otra vez los fachas con sus exageraciones, dirán. Pero si tener dos dedos de frente e intentar entender lo que ocurre en este maltrecho país al margen de ideologías políticas –aunque no al margen de ideologías filosóficas, cosa muy distinta– es de fachas, pues deberemos ser fachas. De todas formas no habría que descartar la falta de entendederas, porque en cualquier caso, si quien pretende desde la presidencia del Gobierno indultar a unos sujetos encarcelados por realizar un golpe de Estado –enemigos por tanto de ese Estado– no es a su vez un enemigo de ese Estado, uno ya no sabe qué puede ser.

Y es que tras los diversos espectáculos democráticos en Cataluña –con su apurado acuerdo de Gobierno «para volverlo a hacer»– y en Madrid y tras el monumental desastre diplomático y casi militar abierto con nuestro beligerante y expansivo vecino del sur, hemos llegado al vergonzante asunto de los indultos a los golpistas catalanes. Unos indultos que, como sabe cualquiera que conozca mínimamente de qué pasta están hechos nuestros democráticos dirigentes, están apalabrados hace mucho. Pero que han retrasado estos acontecimientos mentados.

Estos, a la espera de informe definitivo del Tribunal Supremo que estará disponible al parecer a finales de esta semana, han sido justificados por el Presidente del Gobierno recurriendo, como suelen hacer los buenos demócratas, a medidos gestos, caras de saber de qué se está hablando, al sentimentalismo y a «valores constitucionales». Porque nuestro Presidente –pues nos guste o no es nuestro Presidente– considera que la venganza o la revancha no son valores constitucionales. Y quizá tiene toda la razón, no podemos saberlo bien porque el lenguaje gaseoso empleado impide saber bien a que se refiere el presidente –a pesar de que lo repitiera hasta en tres ocasiones como un mantra–. Lo que tampoco puede entender uno es qué tiene que ver eso con más de un año de instrucción judicial, un juicio que duró cuatro meses y medio –a ratos esperpéntico, como no podía ser de otra forma teniendo que ver con el secesionismo catalán–, una sentencia final que se alarga durante más de 500 páginas y las definitivas condenas, fijadas algunas en más de trece años de cárcel. En fin, no sabe uno qué tiene que ver el ejercicio de la justicia española con la venganza o la revancha. ¿O es que está queriendo decir nuestro presidente que, por ejemplo, los jueces implicados en el juicio del procés no impartieron justicia y sí venganza o revancha? ¿Está queriendo decir nuestro presidente que nuestro código penal lo que ejercita es venganza o revancha? ¿Lo que quiere decir es que las sentencias que no le interesan para sus tejemanejes de politiqueo barato son venganza o revancha?

Lo que sí le parecen valores constitucionales son la concordia y el entendimiento. Pero eso es tanto como decir nada, porque esos valores también pueden ser valores de una ONG, de un debate televisivo, de una conversación entre vecinos o de las relaciones diplomáticas entre dos Estados. O sea, que de nuevo nos quedamos sin saber de qué está hablando el Presidente, si es que nuestro Presidente mismo sabe de qué está hablando. Casi todos conocemos a gente que se pone a hablar y es capaz de decir montones de cosas sin parar y sin saber lo que está diciendo, pero las dice porque le gusta hablar, algunos hasta porque les gusta oírse. Quizá sea el caso de nuestro presidente. Quizá, decimos.

Lo único que podemos sacar en claro entre este conjunto de incomprensibilidades es que nuestro Presidente debió referirse a la Constitución española por llevar la contra al Partido Popular, que había apelado a la misma para indicar que los indultos son contrarios a la misma –también han anunciado que recurrirán ante el Supremo los indultos, otra cosa es que sirva para algo o se ponga mucho esfuerzo en ello–. Porque para otra cosa no, pero para llevarse la contra y descalificarse mutuamente sí que suelen poner sus esfuerzos en precisar.

También hemos podido saber que los indultos no serán generalizados, sino que se realizarán dependiendo de los casos –son nueve los políticos presos que quedan del último golpe de Estado que ha soportado España–, y que probablemente tengan lugar durante el verano –para que los españoles que no estén ya totalmente adocenados estén pensando en el calor que hace, disfrutando de sus vacaciones y no se lo tomen tan a pecho–. Aunque sólo sea por guardar las apariencias y porque, aunque todos seamos iguales ante la ley algunos son más iguales que otros, que lo son menos.

Nuestro Presidente, ahora que por arte de magia parece que la pandemia ha acabado, ha vuelto al principio de su mandato, a las «mesas de diálogo» que inició con el mártir Torra. Porque de esos diálogos depende que los secesionistas consigan sus objetivos, los de la raza, y nuestro Presidente también.

 

Emmanuel Martínez Alcocer