Don Antonio Garrigues Walker es jurista y presidente de honor del despacho de abogados Garrigues. Fue premio Jovellanos de ensayo por su libro España, las otras Transiciones (2013). Es hijo del embajador de la España franquista en Estados Unidos, Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, el cual fue presidente de la Cadena SER, primer ejecutivo y hasta el fin de sus días presidente honorífico de la radio prisaica; y la entrada de la familia Garrigues en tal grupo fue fundamental para lo que llegaría a ser el «Imperio del Monopolio». Garrigues hijo se considera liberal pero no sólo en lo económico sino también en lo ideológico, en lo cultural y en lo religioso. De 1976 a 1986 fue uno de los principales referentes del liberalismo político con la Federación de Partidos Demócratas y Liberales. En 1986 se presentó sin ningún éxito a las elecciones generales con el partido Operación Reformista. Con todo, es un defensor del modelo autonómico, el cual -asegura- nos ha garantizado «la calidad democrática».

    Nuestro protagonista apuesta por transformar España en un Estado federal como Alemania. A su juicio, los centralismos no suelen funcionar muy bien, salvo algunas excepciones. Ya en 2013 Garrigues sostenía que «el modelo autonómico es federal, no lo llamamos así por pudor». Entonces, si ya lo es, ¿qué sentido tiene transformar a España en un Estado federal?

    También ha llegado a decir que el federalismo en España «es mucho más intenso que en otros países», pero que «se puede avanzar» en su «grado de intensidad». Es como si dijese que los problemas del federalismo se solucionan con más federalismo, o los problemas del autonomismo quedan resueltos con más autonomismo. Y también llegaría a decir algo que recuerda a esa cosa del «federalismo asimétrico» del PSOE: «El modelo español permite asimetrías, permite pactos fiscales y por ahí se podría avanzar».

    En 2013 en la Cadena SER, donde era tabú hablar del pasado franquista de su proprisaico padre, llegaría a decir: «El modelo territorial es el modelo que nos dimos [¿que nos dimos?]. Es una forma de federalismo. De pronto alguien usa la palabra federal y la gente entiende que con eso se arregla todo, cuando “federalismo” es uno de los conceptos más ambiguos que se tiene. ¿Federal como Estados Unidos, Federal como Brasil, Federal como Venezuela? Son Federalismos diferentes. La autonomía es un federalismo. ¿Eso puede mejorar? Creo que eliminar esa posibilidad es inútil. El timing de eso y el cómo debe hacerse es otro tema a debatir. En España lo que hemos perdido es la capacidad de diálogo». ¿Podría ser que lo que Garrigues pide es transformar el Estado «federal» del Régimen del 78 en un Estado federal a la alemana? Pero eso supondría que, al menos en algunas competencias, el Estado español quedaría menos descentralizado, pues Alemania disfruta de mayor centralización que el balcanizador Régimen del 78. No siempre es malo imitar al Reich.

    Parece que el señor Garrigues es partidario del diálogo habermasiano (del filósofo socialdemócrata precisamente alemán Jürgen Habermas). En 2013 decía: «La democracia consiste en vivir en desacuerdo. Y eso sólo se puede hacer con diálogo». En el citado año se quejaba porque no había diálogo. Pues bien, en el pandémico 2020 lo tenemos (aunque ya lo teníamos desde hace años con eso de «hablando se entiende la gente»). E incluso el Gobierno se ha formado gracias al apoyo de investidura de los dialogantes separatistas. Es más, hemos visto cómo el jefe de gabinete del presidente del Gobierno se inclinaba en ridícula reverencia ante el presidente de la Generalidad, el mismo que dijo que los españoles hablamos «la lengua de las bestias».

   Ante la manera en que en España se ha afrontado la pandemia, siendo -como afirma el propio Garrigues- el único país europeo en el que no ha habido consenso a la hora de gestionarla, el letrado ha insistido en que «debemos exigir a los políticos que tengan la deferencia y educación de ponerse de acuerdo para encontrar la mejor solución para el país», y por ello «la sociedad civil debe educar al estamento político», y añade que «no es que les pidamos a los políticos que se pongan de acuerdo, es que les exigimos que lo hagan». ¿Y con qué autoridad y poder?

    Pero la pandemia se ha gestionado mal, o peor, principalmente por dos factores: 1) por los errores del Gobierno (que no quiso o no supo anticiparse para poner medidas drásticas que frenasen el impacto del virus, pese a los once avisos que el Ejecutivo recibió entre enero y marzo de Seguridad Nacional, departamento que depende del torrizado Iván Redondo); y 2) por los errores estructurales del Régimen del 78, ese sistema político que Garrigues considera federal y cuya composición autonómica, una vez que la imprudencia del Gobierno se ha dejado colar el virus, ha impedido que podamos enfrentarnos a la crisis sanitaria con las garantías suficientes para impedir una tragedia como la que hemos padecido (con un impacto económico que va a ser descomunal).

   El letrado es partidario de que los problemas nacionales los resuelva la «sociedad civil», pero ésta es «muy pequeña» y sin músculos y carente de organización. Asimismo, dice cosas como que vamos «hacia un mundo más ético. Entre otras cosas porque ya hemos visto que no serlo es cosa de necios». Posiblemente el letrado se inspire acríticamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Pero gobernar se gobierna con la política, que muchas veces entra en contradicción con la ética. Es decir, lo que éticamente puede resultar reprobable, políticamente puede ser prudente. Como pasa con la llegada de inmigrantes ilegales, que por ética hay que acoger y alimentar pero que por la lógica y la crudeza de la economía política y de la geopolítica al margen de sandeces como la Alianza de Civilizaciones  hay que rechazar o al menos controlar racionalmente, cosa que irrita a los demagogos del humanismo más simplón y peligroso, que muchas veces son enemigos del realismo político y amigos de esa cosa que se llama federalismo, que ya mucho antes de la España coronavírica de 2020 no es más que un separatismo cortés, que en este caso sí quita lo valiente.  

   Daniel López. Doctor en Filosofía.