Ya dejó dicho Sabino Arana que había que aprovechar un momento de caos general en España para llevar a cabo la sedición separatista. La crisis del coronavirus parece que es la tormenta perfecta para tales menesteres (aunque el Covid-19 afecta a vascos, cántabros, catalanes y madrileños por igual y no entiende de autonomías ni de nacionalidades inventadas; como tampoco de clases sociales ni de partidos políticos).

Y sin duda, los separatistas de nuestro presente están por la labor de aprovechar este inesperado y surrealista caos que lo está inundando todo y que va a afectar a la vida de los españoles y de los demás seres humanos de una forma que hace semanas nos resultaría en extremo sorprendente e incluso algo conspiranoico. Parece que estamos, ni más ni menos, ante un cambio de era, o algo muy parecido.

En lo que a España concierne, cuando acabe la crisis sanitaria (la económica se prevé larga, y lo será en demasía), ¿será el fin del gobierno de coalición socialpodemita? Ya vemos que el gobierno de excepción que ha puesto en marcha el doctor Sánchez ha dejado fuera al podemismo, y se ha centrado en torno a un grupo fuerte que centra la autoridad del Estado en el propio presidente y en los ministros de Defensa (Robles), Interior (Marlaska), Transportes (Ábalos) y Sanidad (Illa).

No hay que descartar, ni mucho menos, que el PSOE utilice el Estado de Alarma para sus intereses partidistas (ya lo hicieron en un momento de crisis e incertidumbre entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, con la colaboración de la ineptitud del PP). Hay que estar muy atentos a las jugadas peligrosas que pueda hacer este gobierno como el blindaje de Iglesias Turrión en el CNI y la incorporación al mismo, no sabemos a santo de qué, de Iván Redondo, el todopoderoso jefe de gabinete que se inclina ante Torra.

El Estado de Alarma que se puso en marcha el pasado 14 de marzo hace que, en teoría, un catalán, un madrileño, un valenciano o un andaluz puedan acceder a idénticos servicios y responder ante las mismas autoridades. Se supone que durante este tiempo (en principio quince días, pero lo más probable es que se prorrogue) no habrá discriminación entre ciudadanos de primera y de segunda. El Estado de Alarma suspende de algún modo a las autonomías y el ejército tiene potestad para desplegarse por todo el territorio nacional. Algo intolerable para podemitas y separatistas.

Ya lo ha dejado bien claro Torra difamando a España en la red radiofónica BBC de Londres: «Nuestras competencias fueron centralizadas y ahora tenemos menos competencias para ayudar a nuestra gente». Asimismo, el inhabilitado e infectado Torra quiere confinar Cataluña porque el resto de España contagia, es decir, eso es lo que desea que entienda su público (que no es otro que «nuestra gente»).

De hecho en el Consejo Extraordinario de ministros celebrado el pasado 17 de marzo, el líder de Podemos, el tal Turrión, se presentó como representante de los separatistas, esto es, como burro de Troya de los mismos (no llega a caballo). Tal Consejo parecía una prolongación de la mesa de diálogo, a cuya primera sesión Turrión no pudo asistir; pero esta vez sí lo hizo aun estando en cuarentena (y eso que el Covid-19, si es que lo ha incubado a través de la madre de sus hijos, es mucho más peligroso que una amigdalitis).  

Turrión, como un auténtico peligro público, pidió que no se aplicase el Estado de Alarma ni en el País Vasco ni en Cataluña (que parece que el señor de Galapagar entiende como regiones privilegiadas; aunque él, acríticamente, comprende como naciones). Naturalmente no lo estaba pidiendo por condiciones sanitarias sino por sinrazones sediciosas (el colmo de la insensatez y la imprudencia política, y más como está la situación). Asimismo, exigió que se nacionalizasen la sanidad, las eléctricas y los medios de comunicación (no fue tan valiente como para pedir la nacionalización de la banca).

Pero, frente a lo que suele decirse, el coletudo líder no iba imponiendo a Sánchez un programa comunista, pues en rigor Turrión no pretendía nacionalizar nada sino «plurinacionalizarlo» todo, es decir, todo el poder para los separatistas y no para los soviets (que ni existen ni pueden existir en la España coronavírica de 2020; pese a que a muchos aún se les siga manifestando, cual aparición mariana, ese fantasma que recorre Europa).   

Parece que lo más sensato para afrontar la crisis es recentralizar los servicios y las competencias. ¿Y por qué no sería igualmente lo más sensato hacerlo en tiempos normales? Ojalá esta crisis sirva para cuestionar muchas cosas del Estado autonómico y nos pongamos en serio a repensar lo que va a ser España, no ya en clave «plurinacional» (aberración podemita que no sabe distinguir entre nación étnica y nación política) sino en clave nacional y eutáxica; porque sólo un Estado fuerte puede hacer que esta crisis no sea el fin de la nación española como nación canónica dentro del siempre complicado concurso de la dialéctica de Estados.

Si tras el desastre que deje el coronavirus, tragedia que tenemos asegurada al cien por cien (no se hagan ustedes vanas ilusiones), seguimos sin hacerle frente con todos los recursos de un Estado al separatismo y a las pirañas del autonomismo, España será un náufrago que sólo sobrevivirá en los libros de historia. Un Estado fuerte es condición sin la cual no se puede sostener un país no ya solamente en estos tiempos de crisis brutal que se nos avecinan, sino en cualquier tiempo; pero si cabe ahora es más necesario y urgente que nunca. ¿Es eso posible? Si ya era difícil sin coronavirus imagínense ahora con la ruina que va a dejar la enfermedad y las de polémicas que va a sembrar. Pero, ¿será el coronavirus la tumba del separatismo? ¿O tal vez va a ser la tumba de la nación española?

¿Y para extirpar el separatismo en esto tiempos de inmensa crisis sería necesario un cambio de régimen? En ese caso, ¿qué pasaría con la monarquía? Podemitas y separatistas, enemigos de la nación española, son a su vez enemigos de la monarquía; luego cambiar el régimen de partitocracia coronada autonomista por una república en principio no sería lo más prudente; y si ésta encima fuese auspiciada por podemitas no sería una, sino tres o cuatro o incluso diecisiete, si ya el delirio se estira hasta donde puedan llegar los límites de la locura objetiva.

De momento, al menos para salir del paso, luego con más tiempo ya se vería, lo más sensato sería formar un gobierno de concentración nacional entre PSOE, PP y Ciudadanos (es de suponer que Vox se quedaría fuera). Al menos así se le podrá hacer frente al separatismo, aunque tampoco hay que ilusionarse mucho con esto.

Ya se acabó el tiempo de las ilusiones. Ahora sólo es tiempo de centrarse en la política real dura y cruda. Es decir, no estaremos ya para Memoria Histórica, ideología de género, cambio climático, separatismo y cretineces por el estilo. Tocará reconstruir lo que este virus está destrozando, que no es poco.

    Daniel López. Doctor en Filosofía.