Algo profundo se está moviendo en el fondo del cuerpo social español y europeo. Cada nueva encuesta confirma que una parte creciente de las clases populares europeas está girando hacia opciones que se reivindican abiertamente patrióticas y contrarias al consenso político y mediático dominante. No es un fenómeno superficial ni una moda pasajera: es la respuesta de un pueblo que se siente utilizado, despreciado y convertido en objeto de experimentos ideológicos y sociológicos al servicio de una minoría.
Durante décadas, una casta política y mediática ha gobernado “en nombre del pueblo” mientras condenaba a ese mismo pueblo a la precariedad, a la inseguridad y al abandono de sus barrios, de sus servicios básicos y de sus raíces. Se les ha vendido globalización como sinónimo de progreso, mientras se deslocalizaban empleos, se encarecía la vivienda y se abrían brechas sociales cada vez más dolorosas. Se ha impuesto un discurso único, adornado de grandes palabras, pero desconectado de la vida real.
En este contexto, un espacio político claramente identificado con la defensa de la nación, las fronteras, la familia y el orden está logrando conectar con quienes se sienten explotados, acosados por los impuestos, desprotegidos frente a la delincuencia e invisibles para las élites. Ese espacio tiene hoy un nombre muy concreto en nuestro país, y las encuestas reflejan que su apoyo crece con más fuerza precisamente entre los sectores tradicionalmente más olvidados.
La clave de ese crecimiento no está en grandes sofisticaciones programáticas, sino en algo mucho más sencillo: hablar el mismo idioma que la gente corriente. Llamar a las cosas por su nombre. Señalar responsabilidades. Denunciar sin complejos un modelo económico y político que ha beneficiado a unos pocos a costa de muchos. Recuperar el sentido común frente a la ingeniería social, lo cercano frente a lo abstracto, lo de toda la vida frente a los experimentos ideológicos.
Y es ahí precisamente donde un verdadero movimiento patriótico como VOX ha buscado y por fin ha encontrado su espacio: presentándose no como parte del entramado de poder, sino como la voz de quienes están fuera de ese circuito perverso diseñado desde posiciones privilegiadas. Para muchos votantes, no se trata solo de un programa, sino de una identificación emocional con alguien que comparte su enfado, su preocupación por el futuro de sus hijos, su temor a perder su país tal y como lo han conocido.
Las encuestas recientes no son únicamente columnas de cifras: son un termómetro del desgaste de los partidos tradicionales y de la desconfianza hacia un sistema que ha convertido al ciudadano en un número más. Cada décima que avanza este voto patriótico entre las clases populares es también una enmienda a la totalidad a una forma de hacer política basada en la impostura, en la propaganda y en las promesas incumplidas.
Frente a ello, se abre paso la intuición de que solo quien se atreve a señalar al culpable, a denunciar el clima de mentira y abandono, y a proponer soluciones directas y comprensibles, puede encarnar una alternativa creíble. Y eso explica que, mientras algunos persisten en ridiculizar a estas capas sociales o en tratarlas como manipulables, ellas mismas estén reescribiendo el mapa político con su voto.
No estamos, por tanto, ante una simple fluctuación demoscópica, sino ante el despertar de un movimiento patriótico popular que ha encontrado vehículo político. Ignorarlo o despreciarlo sería un error mayúsculo. Entender por qué crece y qué denuncia, en cambio, es imprescindible para comprender hacia dónde se dirige realmente el país.
Juan Sergio Redondo Pacheco
