El coronavirus se está convirtiendo en uno de los mayores problemas de las últimas décadas que puede afectar -y de hecho ya lo está haciendo y con considerable fuerza- a la economía, a la política y a la sociedad en general (en España y en buena parte del extranjero, e incluso al mundo entero). De hecho, ya ha sido declarado como pandemia por la OMS. La situación es inédita y cada vez se está haciendo más dantesca y de proporciones bíblicas. Políticos, medios de comunicación y ciudadanos no hablan de otra cosa.

En España, los datos de contagio (escribimos el editorial el viernes 13 de marzo) son de 4.334 infectados y 124 muertos (en su comparecencia el 13 de marzo Sánchez anunció que se esperan 10.000 afectados para la próxima semana). Es posible que se termine con el virus, pero la herencia que puede dejar su paso va a ser un problema colosal, como si no tuviésemos bastante con la recesión en la que España estaba entrando y con la crisis nacional frente al separatismo (algo que, por cierto, ha quedado totalmente eclipsado por la crisis vírica; a tanto no llega el protagonismo de estos pelmazos).   

El gobierno -dijo Sánchez- «hará lo que sea, cuando sea y donde sea». Pero desde el principio no se hizo lo que sea ni cuando sea ni donde sea, de hecho las autoridades despreciaron la amenaza y dijeron que tal vez habría un caso aislado pero nada más. Ahora, en cambio, tras el 8 de marzo, incluso se ha declarado el Estado de Alarma para el 14 de marzo hasta los próximos 15 días. Pero ¿habrá Estado de Alarma o 17 Comunidades Autónomas en alarma? El coronavirus está poniendo en evidencia lo ridículo que es tener 17 sistema sanitarios. ¿Tomará el gobierno nota de ello? Pregunta retórica, se entiende.

El Estado de Alarma está registrado en el artículo 116 de la Constitución, lo cual podría prohibir la libre movilidad de los ciudadanos. Portugal ya lo impuso antes (y sólo tiene 120 casos y ninguna víctima mortal), y Bélgica (con 556 casos y 3 muertos) ha centralizado todas las competencias relacionadas con la salud pública, cosa que en España está prácticamente entregada a las Comunidades Autónomas (y -como insinuamos- no parece que el gobierno monclovita esté por la labor de recuperar tales competencias para afrontar la crisis con mayor cohesión, que es lo que debería hacer).  

El doctor Sánchez no ha querido responsabilizarse de la manifestación del 8 de marzo, y ha llegado a decir que la decisión de que saliese la marcha «feminista» estuvo marcada en todo momento por «la ciencia» (quien sea esa señora) y «los expertos» (quienes sean estos señores… y señoras).

Irene Montero, símbolo del sectarismo hembrista, ha dado positivo de Covid-19 como consecuencia de la manifestación. ¿Era el precio que había que pagar con tal de no dejar de lado la ideología? ¿Acaso la ideología es más importante que la salud pública? El gobierno socialpodemita en ningún momento quiso suspender las manifestaciones pese a que 72 horas antes de la marcha los casos de contagio por coronavirus empezaban a dispararse. Madrid ya registraba 1.000 casos. Salvador Illa, ministro de Sanidad, ocultó el dato. Y que conste que hablamos de una manifestación que se prolongó desde las 17 a las 21 horas, es decir, de cuatro horas; tiempo suficiente para contagiarse un buen número de personas (sobre el contagio ideológico es de suponer que la inmensa mayoría ya venía enferma de casa).  

Misteriosamente el domingo por la noche, cuando se acabó la manifestación, se produjo un cambio de situación y los contagios por coronavirus por fin empezaron a ser preocupantes para este irresponsable gobierno. Antes de la manifestación y durante la misma lo importante era la ideología. Pero Fernando Simón, director del Centro de Emergencias y Alertas Sanitaria, confesó que el gobierno del doctor sí disponía de información sobre la propagación del virus horas antes de la marcha ideológica.

Para más inri, un crucero procedente de Italia desembarcó el 10 de marzo en Palma de Mallorca con 3.000 viajeros a bordo. Otro detalle que pone en entredicho la gestión del gobierno ante algo que le queda demasiado grande (sin perjuicio de que la situación es bien complicada). De hecho, Sánchez propuso adoptar la vía italiana de Comte cuando ésta ha resultado un fracaso y ha llevado al país transalpino a una situación cuasi-apocalíptica: ¡no se puede salir del país ni viajar de una ciudad a otra o de un pueblo a otro dentro del mismo y la gente sólo puede salir de sus casas tan sólo a comprar los artículos de estricta necesidad! Sólo pensarlo da pavor.

El ex primer ministro italiano, Matteo Renzi, ha advertido: «Por favor, no cometáis los mismos errores de minusvalorar el riesgo. Porque mucha gente esta semana, en Francia, Reino Unido o Alemania dicen “vayamos al teatro, o al cine, porque no hay que tener miedo”. Esa es una buena reacción cuando se trata de un ataque terrorista, que muestra nuestra resiliencia, pero cuando es un virus tenemos que evitar estar en lugares públicos. No pierdan el tiempo, Italia lo perdió y fue un error, por favor: Francia, Alemania, Reino Unido y España, tenemos absolutamente que evitar perder el tiempo».

No obstante, pese a la colaboración internacional, hay que tener en cuenta la dialéctica de Estados, pues la pandemia no traerá ni mucho menos la paz y la armonía universal (o la solidaridad entre todos los países contra el coronavirus). Ya la semana pasada Alemania procuró no exportar material médico. Para Alemania lo primero son los alemanes. Sin embargo, China ha acordado el envío de 1.000 respiradores a Italia y un equipo de expertos médicos como gesto diplomático, e irá enviando más material sanitario conforme en la propia China se vaya venciendo al coronavirus.

Nos esperan semanas, ¡quizá meses!, de incertidumbre nacional e internacional e incluso mundial. Nunca hemos vivido algo así y tal vez, como ya hemos advertido, lo peor no sea el virus (que puede ser perfectamente neutralizado con una vacuna) sino las consecuencias que deje a su paso. ¿Vienen años de hierro? ¿Cómo afectará esto a España y a la llamada comunidad internacional? De momento ignoramus; y sólo pedimos más medicina, más realismo político y menos ideología.

    Daniel López. Doctor en Filosofía.