Recordar, pensar, analizar y sacar conclusiones de los hechos desagradables que nos suceden a lo largo de nuestra vida no es fácil ni apetecible. Elegimos de forma inconsciente no traer a nuestra memoria ese tipo de asuntos; es lógico, la vida sería una tortura si nuestro cerebro funcionara en bucle repitiendo escenas que nos han hecho daño. Pero esta defensa natural puede llegar a constituirse en nuestro gran enemigo si dejamos atrás esas experiencias tóxicas y dolorosas sin pasarlas por el filtro del análisis, sin buscar los porqués y sin desarrollar mecanismos de defensa que nos protejan de peligros futuros.

En plena pandemia de coronavirus, con más de once mil muertos que mañana serán doce mil y al otro trece mil, parece imposible que esto caiga algún día en el olvido. No, no se olvidará, pero lo que es seguro es que esta terrible desgracia será objeto del ‘relato’ gubernamental, y los datos mentirosos que todos los días dejan caer en cada bochornosa rueda de prensa los llamados expertos, los ineptos ministros y esa desgracia humana que es el presidente del gobierno, se harán verdad oficial. La masa acrítica, la comprará -ya lo está haciendo-, porque este gobierno no sabe de nada, pero controla y domina el agitprop como nadie.

Es cierto que en estos tiempos existen medios como las redes sociales que hacen extremadamente fácil la propaganda, pero también los críticos disponemos de ellas, siempre y cuando no nos cierren las cuentas. En ese caso, vuelvan a abrir otras cuentas, no se cansen, ellos no lo hacen. Argumenten, lean y respondan cada mentira punto por punto.

Es vital recordar que para esta lucha no podemos contar con los grandes medios de comunicación que, curiosamente, esta semana han resultado agraciados con una subvención de 15 millones de euros. Mientras tanto, aquellos otros que están luchando a brazo partido por la independencia informativa, se están financiando con publicidad y con la ayuda de su audiencia. Lo que hace más inmoral este asunto es que esos 15 millones se han desembolsado -por supuesto, no a cambio de nada- en un momento terrorífico para la economía española que tiene que hacer frente a una crisis sanitaria que necesita hasta el último euro y al cierre de miles de empresas con el consiguiente paro y gasto que esto implica, aunque a la ministro del ramo le haga mucha gracia.

Lo que sí se puede adelantar ya es la verdad oficial que se ha puesto en circulación y que, no tengan la menor duda, cala en millones de personas:

La crisis sanitaria provocada por el coronavirus era imposible de prever; la culpa de la alta mortandad es de los recortes del Partido Popular; la economía española iba como un tiro hasta que llegó el coronavirus.

Tres mentiras a desmontar con datos, con evidencias y con valentía. Se nos acusará -ya lo hacen- de politizar la crisis humanitaria, de falta de patriotismo, de fascismo y de mil cosas a las que ya estamos acostumbrados. Pero no podemos dejarlo pasar. Nuestro fracaso final sería que los miles de muertos quedasen en un mero dato, sin cara ni nombres ni apellidos. El virus es letal, no cabe duda, pero el gobierno tuvo la oportunidad y el deber de ver lo que pasaba en Italia -no hablamos de China por la opacidad de su política informativa-, tuvo decenas de avisos que han salido a la luz de auténticos expertos, pudo tomar medidas con tiempo y no lo hizo.

Luchar por la verdad y por la justicia es ineludible. Y la única justicia posible es que el gobierno responda por su negligencia, por ocultación de información, por falta de previsión, por ineptitud y por poner sus intereses políticos por encima de la seguridad de los españoles, ante los tribunales y ante las urnas.

Carmen Álvarez Vela