El pasado 25 de marzo se despedía del Congreso de los Diputados («y de las diputadas»), esa «tribuna democrática», un agradecido Pablo Manuel Iglesias Turrión a «las generaciones de españoles y españolas que se jugaron la vida y que se jugaron la libertad para devolvernos la democracia arrebatada»; y como vicepresidente del Gobierno, ya felizmente en el acabose, volvía a homenajear «a esas generaciones de españoles y españolas que lucharon contra el fascismo por la libertad y por la justicia social».

    No sabemos si el ya ex vicepresidente también homenajeaba el esfuerzo que hizo esa misma generación de españoles por levantar el país durante el régimen que sucedió a la guerra. Pues durante ese régimen, gracias al enorme esfuerzo y sacrificio de estos españoles que hoy son nuestros abuelos, transformó a España, mal que le pese a la conciencia podemítica, en la octava potencia industrial (y con la partitocracia, que Turrión considera «democracia arrebatada», llegó la desindustrialización, lo que ha supuesto buena parte de nuestra decadencia).

    Precisamente se trata de la misma generación de personas que más ha sufrido con la crisis del coronavirus, muchas de las cuales al ser «el colectivo más vulnerable» han muerto en las residencias de ancianos que él mismo, según anunció a bombo y platillo el 19 de marzo de 2020, se encargaría de cuidar a través de «un escudo social» que sería respaldado por 300 millones de euros, pues «lo público nunca se pone de perfil» (aunque por lo visto él sí). Y añadía que «el paquete socioconómico que supone la mayor movilización de recursos responde a un hecho evidente para todo el mundo y en especial para la gente más humilde. No es solo una emergencia sanitaria, sino económica y social y significa que no se puede dejar a nadie desatendido». Pero él no atendió a sus deberes y en consecuencia desamparó a los que con negligencia fueron perjudicados. De hecho no nos consta de que siquiera tuviese el detalle de pisar una sola residencia. Todo era demagogia e hipocresía. El discreto encanto de la «hiprogresía». He ahí la miseria del progresismo y en concreto del turrionismo.

    En su sorprendente anuncio de candidato a la comunidad de Madrid, a través de un cínico ejercicio de autoproclamación, llegó a decir auténticas burradas refiriéndose a la separatista gallega Yolanda Díaz como «la mejor ministra de Trabajo de la historia». No especificó si se refería a la historia de España o a la historia del mundo, lo que no sería de extrañar ante el que tiene una concepción excesivamente elevada de sí mismo y de los suyos (frente a la casta fascista machista racista xenófoba opresora de la malvadísima «extrema derecha» o «nueva derecha trumpista» «impulsada por enormes poderes económicos y mediáticos»; como si su partido no estuviese respaldado por poderes semejantes que gozan aún de más presupuesto y cobertura). Hay que reconocer que tuvo el suficiente pudor para no decir que él ha sido el mejor vicepresidente de la historia y Pedro Sánchez el mejor presidente (porque él lo vigilaba para que así fuese).

    Pero los hechos son tercos y la cruda realidad, si queremos enfrentarnos a ella y no ponernos de perfil ante sus peligros, indica que Iglesias Turrión ha formado parte del que no nos cabe la menor duda ha sido el peor gobierno de la historia de España. El gobierno del delirio y del disparate constante, de la sinrazón y la estulticia más supina y tontorrona o cuando no directamente aberrante, de la prepotencia y la chulería más grotesca y humillante, de la enfermedad y de la ruina económica más pavorosa. Por no hablar de la corrupción ideológica o de la corrupción delictiva que también empaña a los dos partidos que lo componen.

    Creíamos que con Zapatero habíamos llegado a la cúspide de la miseria política e ideológica y ya lo habíamos visto todo. Pues bien, el gobierno Sánchez/Turrión ha venido a escalar mucho más alto, o más bien a caer muchísimo más bajo. Locura y necedad. Y creemos que todavía sería peor con un gobierno de Podemos en solitario (obviamente respaldado por sus inseparables amigos separatistas). ¡Sí, la demencia gubernamental podría ir a más! El absurdo es lo que más florece y destruir España es mucho más fácil que construirla o reconstruirla.  

    De momento, el presuntuoso vicepresidente de ridículo moño e indecorosa chepa y máximo responsable en España de la globalista Agenda 2030 (más que de «Asuntos Sociales», que finalmente hemos comprobado que tales asuntos literalmente le traían sin cuidado) deja el puesto de vicepresidente segundo del más paupérrimo gobierno español habido (y no sabemos si por haber) y se presenta como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, para -como buen «adolescente político», en acertada expresión de Santiago Abascal– salvarla del «fascismo» (como si estuviese jugando a la Guerra Civil o a la Segunda Guerra Mundial: «No pasarán», «Madrid será la tumba del fascismo»). No sabemos qué resultados obtendrá, y si tiene posibilidades para sumar con Más Madrid y PSOE para formar un gobierno autonómico sociata-podemita-errejonista. En España con las urnas nunca se sabe, y no sería excesivamente extraño que lo consiguiesen.

    De momento su salida del Ejecutivo es muy buena noticia, y ya por fin ha dejado su escaño. Al abandonar el gobierno sólo le pedimos, si tiene una mínima mancha de patriotismo (lo que es pedirle demasiado a semejante individuo), que cierre al salir y no vuelva a entrar.

    Daniel López. Doctor en Filosofía.