En la vasta historia de la exploración y expansión española, hay figuras que, aunque injustamente relegadas al olvido, encarnan los valores de diplomacia, coraje y visión de futuro. Emilio Bonelli es una de ellas. Su gesta en el Sáhara Occidental, a finales del siglo XIX, no solo representa una de las páginas más brillantes de la presencia española en África, sino que constituye un hito fundamental en la configuración de los derechos históricos de España sobre aquel territorio y, por ende, de las legítimas aspiraciones del pueblo saharaui.
Bonelli no fue un conquistador al uso. No llegó al desierto con un ejército ni impuso su autoridad con violencia. Fue, ante todo, un diplomático y un visionario. Lo que comenzó como una misión comercial en 1884 se transformó en una proeza geopolítica: el establecimiento pacífico del Protectorado Español sobre el Sáhara Occidental, con el consentimiento de las tribus locales. En una época en la que las potencias europeas trazaban fronteras con sangre y fuego en el continente africano, España, de la mano de Bonelli, logró lo inaudito: la integración pacífica de un vasto territorio mediante el respeto, el diálogo y el reconocimiento mutuo.
Bonelli fue designado primer comisario de Río de Oro, y en esa función ejerció como un auténtico virrey sin corona. Su autoridad no emanaba únicamente de la bandera que representaba, sino del respeto que supo ganarse entre los líderes tribales saharauis. Estableció puestos de control, defendió los intereses españoles frente a la codicia de otras potencias como Francia y el Reino Unido, y consolidó un dominio legítimo y aceptado. Su labor sentó las bases de una relación única entre España y el Sáhara Occidental, no de dominación, sino de protección y alianza.
Este capítulo histórico no es un simple recuerdo del pasado. Tiene hoy una relevancia política y jurídica crucial. Las tribus saharauis que reconocieron la protección española y se integraron en la estructura colonial no lo hicieron como súbditos o conquistados, sino como socios de un pacto histórico. Esos pueblos, cuyos descendientes hoy reclaman su independencia, son herederos directos e inalienables de esos derechos históricos. El vínculo con España, basado en la cooperación y el reconocimiento mutuo, otorga legitimidad a sus reivindicaciones actuales frente a la ilegítima ocupación marroquí y a las continúas violaciones de su identidad.
La acción de Bonelli no sólo consolidó la soberanía española en un momento crítico, sino que también fijó un marco jurídico y moral sobre el cual gravita hoy el derecho del pueblo saharaui a decidir su destino. La historia no puede ser borrada ni distorsionada: España no sólo fue potencia administradora del Sáhara Occidental, sino también su protectora legítima, en virtud de un acuerdo tácito con los pueblos originarios de esa tierra.
Reivindicar la figura de Emilio Bonelli es, por tanto, reivindicar una forma distinta —y digna— de hacer política colonial. Y, más aún, es reconocer que el Sáhara Occidental fue, es y será un territorio con una historia compartida con España, cuyas consecuencias jurídicas aún hoy resuenan. En tiempos de olvido y tergiversación, recordar la gesta de Bonelli es defender el derecho, la memoria y la justicia.
Porque en el corazón del desierto, hace más de un siglo, se sembró la semilla de una soberanía legítima, pactada y digna. Y esa semilla aún reclama su derecho a florecer.
Juan Sergio Redondo Pacheco