Que la historia de España está marcada por momentos decisivos en los que la resistencia del pueblo y sus ejércitos ha cambiado el curso de los acontecimientos europeos, es un hecho difícilmente cuestionable incluso para los autores más críticos con nuestra historia.
Pues bien, indudablemente, uno de esos hitos, a menudo olvidado o subestimado por nuestra propia historiografía, será el de la Batalla de Bailén, librada el 19 de julio de 1808. Una confrontación, para nada menor, que enfrentará a las tropas del general español Francisco Javier Castaños con las del ejército napoleónico del general Dupont, y que no solo significó la primera gran derrota del ejército francés en campo abierto, sino que, además, tuvo profundas consecuencias para el desarrollo de la Guerra de la Independencia española y para la historia contemporánea de Europa.
Ahora bien, para comprender adecuadamente la importancia de Bailén, hay que retroceder unos meses con respecto a la fecha de la batalla. Así es, el 17 de octubre de 1807 y bajo el pretexto de reforzar sus posiciones en Portugal, las tropas de Napoleón invadieron España aprovechado el caos interno —tras las abdicaciones de Bayona y la imposición de José Bonaparte como rey— para hacerse con el control del país. El pueblo español, indignado por la humillación que supuso la salida de la familia real de España y por la ocupación francesa, se levantó en armas, iniciando una guerra irregular y brutal que ningún estratega francés había sido capaz de anticipar.
Los acontecimientos del 2 de mayo de 1808 en Madrid, serán la chispa que encienda una rebelión nacional, que pronto se convertirá en una guerra de independencia. En este clima de agitación y resistencia, surgió la figura del general Castaños, al frente del Ejército de Andalucía, que se convertiría en protagonista del momento decisivo en Bailén.
Tras las jornadas madrileñas y con el país ya plenamente sublevado, el ejército francés, comandado por el general Pierre Dupont, recibió la orden de avanzar hacia el sur peninsular con la intención de consolidar la presencia napoleónica en Andalucía. Sin embargo, su avance fue entorpecido por la feroz resistencia popular, el desgaste logístico y la movilización del ejército regular español. Castaños, consciente de la oportunidad, organizó una maniobra envolvente junto al general Reding, con tropas tanto regulares como guerrilleras.
En el calor asfixiante del verano andaluz, y con las fuerzas francesas exhaustas, se libró la batalla en las cercanías del municipio jienense de Bailén. Tras varios días de escaramuzas y enfrentamientos directos, el ejército de Dupont, aislado y sin suministros, se vio obligado a rendirse. El capítulo más sorprendente: más de 18.000 soldados franceses capitularon ante un ejército español que, por primera vez en la historia moderna, derrotaba a las invictas tropas de Napoleón en campo abierto.
La inesperada derrota tuvo un impacto devastador en la moral del Imperio Napoleónico. Europa entera, hasta entonces asombrada por la maquinaria bélica de Bonaparte, vio que sus tropas podían ser vencidas. En España, supuso un punto de inflexión: demostró que la resistencia no era en vano y que el invasor podía ser derrotado. Fue también un triunfo moral, que insufló energía a la lucha guerrillera y al desarrollo de las Juntas provinciales que aspiraban a restaurar el orden legítimo de la monarquía borbónica.
Sin embargo, la falta de coordinación entre los líderes españoles, la ausencia de un mando unificado y la entrada posterior del propio Napoleón con su Guardia Imperial, hicieron que la victoria de Bailén no se tradujera en una victoria estratégica definitiva, extendiéndose la lucha por otros cinco largos y devastadores años. Aun así, su legado permaneció.
En términos históricos, Bailén marcó el comienzo del fin del mito de la invencibilidad napoleónica. A nivel nacional, consolidó el papel del pueblo español como actor político y no solo como súbdito. Está gesta militar fue, en muchos sentidos, la semilla del despertar nacional y del largo, aunque tortuoso, camino hacia una España moderna.
Bailén no fue solo una batalla: fue una afirmación de soberanía, un mensaje claro de que un pueblo unido puede resistir al imperio más temido. En un momento de profunda crisis política, social y moral, España encontró en esa victoria una razón para creer en sí misma. Hoy, más de dos siglos después, vale la pena recordarla no solo como una hazaña militar, sino como una lección de dignidad nacional y resistencia cívica que los españoles de hoy tenemos el deber de recordar y honrar.
Juan Sergio Redondo Pacheco