La “Santa María” en Palos de la frontera (1492)
Tal día como hoy, en 1492, partía del puerto de Palos de la Frontera una expedición que cambiaría para siempre el destino de dos mundos. Cristóbal Colón, al mando de tres pequeñas naves —la Santa María, la Pinta y la Niña—, emprendía una travesía que desafiaría los límites del conocimiento geográfico de su tiempo y daría inicio a una de las gestas más trascendentales de la historia: el descubrimiento del Nuevo Mundo y el comienzo de la gran obra de la civilización hispánica en América.
Pero esta epopeya habría sido inconcebible sin la figura clave de los Reyes Católicos. Isabel de Castilla y Fernando de Aragón no sólo consolidaron la unidad de España, sino que apostaron con decisión por una empresa en apariencia imposible. Mientras otras cortes europeas desestimaban la propuesta de Colón, los monarcas hispánicos vieron más allá del horizonte. Su visión, su fe y su confianza en el proyecto permitieron que esta expedición se hiciera realidad. Sin su apoyo político, económico y espiritual, la historia habría seguido un rumbo muy distinto.
“Colón ante la Reina» de Emanuel Leutze (1843)
La salida del 3 de agosto no fue un simple viaje de exploración. Fue el primer paso de una misión civilizadora que llevaría a América la lengua, el derecho, las instituciones, la arquitectura, el pensamiento y, sobre todo, la fe católica. Desde ese momento comenzó a gestarse una nueva realidad histórica: la civilización hispánica, que integró a millones bajo un mismo legado cultural que aún perdura. Se erigieron ciudades, universidades, hospitales y catedrales; floreció una vida en común que unió a pueblos diversos bajo una misma cosmovisión.
La evangelización que acompañó a esta empresa no puede entenderse como un mero elemento accesorio, sino como el corazón de la misión hispánica. Los misioneros, junto con soldados, navegantes y funcionarios, llevaron a las nuevas tierras no solo la cruz, sino también la esperanza de una vida más elevada. Se formaron generaciones bajo los valores cristianos, y la fe se convirtió en el alma de una América que, hasta hoy, conserva sus raíces espirituales.
En tiempos donde se pretende revisar la historia desde el prejuicio ideológico, urge recordar el verdadero significado de esta gesta. No fue una imposición ciega ni una empresa de expolio, sino una obra que, con todas sus complejidades y errores humanos, dio origen a una civilización vasta, rica y profundamente marcada por la identidad hispánica.
Hoy, al conmemorar esta fecha, rendimos homenaje a Cristóbal Colón y, con igual justicia, a los Reyes Católicos, sin cuya decisión firme y providencial esta empresa nunca habría visto la luz. La suya fue una visión de unidad, fe y trascendencia, cuyo fruto aún perdura en millones de hombres y mujeres que comparten una herencia común.
Recordar este día no es un ejercicio nostálgico, sino un acto de reconocimiento y gratitud hacia quienes se atrevieron a cambiar el rumbo de la historia. La civilización hispánica no es una reliquia del pasado, sino una realidad viva que sigue inspirando a quienes creen en el valor de la fe, la cultura y en una unidad de destino en lo universal.
Juan Sergio Redondo Pacheco