“… O tempo e grandeza das obras nos constrangem fortemente que scpreuamos nos seguintes capitullos a gloriosa fama da muy notauel empresa tomada por este virtuoso e nunca vencido príncipe senhor Rey Dom Joham que seu preposito detreminou forçosamente per armas conquistar huūa tam nobre e tam grande çidade como he Cepta …” Crónica da Tomada de Ceuta. Gomes Eannes de Zurara.

El 21 de agosto de 1415 se producía el desembarco de las tropas portuguesas en la playa conocida en la actualidad como la de San Amaro. Este punto en la costa se situaba en la retaguardia de la ciudad controlada desde el siglo XIII por la dinastía musulmana de los benimerines, encontrándose dominada por la línea fortificada de la Almina o Al-Mina, llamada así por ser la encargada de proteger la zona costera situada en la bahía norte de la ciudad que por lo general actuaba como fondeadero o puerto natural de Ceuta.

A pesar de esa aparente inexpugnabilidad defensiva, no encontraron las fuerzas comandadas por el infante portugués Don Enrique el Navegante, hijo del rey Juan I de Portugal, excesiva resistencia por parte de la guarnición benimerí. Algo perfectamente comprensible dado que los ocupantes musulmanes de la ciudad  habían estado mucho más preocupados por las amenazas provenientes desde su flanco sur que por las que pudiesen llegar de un Estrecho de Gibraltar que, durante más de un siglo, había sido controlado tanto por los benimerines como por sus aliados nazaríes de Granada.

La batalla por Ceuta se resolvería con cierta celeridad, no prolongándose más allá de una jornada. El día 22 de agosto los portugueses darían por finalizadas las operaciones, vaciándose la ciudad de sus ocupantes musulmanes quienes la abandonaron en dirección hacia Marruecos. Esta huida facilitó que las huestes lusitanas tomasen, no sin algún que otro disgusto – la muerte de Vasco de Ataide fue uno de ellos – el control del recinto amurallado exterior situado en lo que hoy conocemos como «Puertas del Campo» y que por aquel entonces marcaba los límites de la ciudad.

Con la toma de Ceuta por parte del Reino de Portugal se ponía fin a siete siglos de ocupación musulmana del territorio, recuperando la ciudad de este modo su primigenia identidad cristiana, europea y de profundas raíces culturales grecolatinas. Una identidad que había sido arrebatada tras la invasión árabe dirigida por Musa ibn Nusair, quien en el año 711 y tras la legendaria traición del Conde Don Julián – último gobernador cristiano de la ciudad – tomaría Ceuta, iniciando desde ella la posterior conquista de la Península Ibérica.

Tras el proceso de reconquista, Ceuta irá tomando progresivamente la apariencia de la ciudad europea que hoy conocemos. Los portugueses la dotarán de las instituciones cívicas, militares y religiosas que formarán desde entonces parte indisoluble de su tradición e identidad. La creación de la diócesis septense marcará y consolidará profundamente la realidad cristiana de estas tierras, afianzada con la consagración de una Catedral en honor a Nuestra Señora de la Asunción, a la entronización de Santa María de África como Patrona y protectora de Ceuta y a la adopción de festividades religiosas portuguesas, como las realizadas en honor al patrón de Lisboa, San Antonio de Padua.

Pero también, parte de esta herencia será el establecimiento de un gobierno político militar representado por un símbolo, El Áleo y que tendrá su primer gobernador en la figura de Don Pedro de Meneses, que a efectos prácticos podría ser considerado como el primero de los Comandantes Generales que tendrá la ciudad. Y por supuesto la heráldica que hoy nos identifica como pueblo, los colores abanderados de Lisboa y el escudo real de Portugal que, fusionados, darán origen a la actual bandera de Ceuta.

Es de esta manera que Ceuta retorna al seno de ese mundo de tradición grecorromana que la vio nacer como ciudad, cuando en el año 212 d.c por un edicto del emperador romano Caracalla adquiere la entidad de “civitas romanorum” quedando definido desde ese momento su estatus de urbe, conforme a un modelo jurídico romano que ha sido la base fundamental sobre la que se ha construido la civilización europea y occidental. Una identidad interrumpida abruptamente por una invasión musulmana que durante siglos intentó asimilar el territorio a esa visión política y social de raíz tribal y orientalizante que, caracterizada por el islam, fue importada e impuesta por los invasores árabes a todo el norte de África.

Afortunadamente Ceuta, para los reinos peninsulares resultantes de la implosión del estado hispanogodo que asumió en el siglo VI la herencia de la provincia romana que acabaron convirtiendo en reino, era una parte estratégica y esencial de esa entidad político territorial, llamada Hispania transfretana, que había que reintegrar también al conjunto peninsular. Portugal fue uno de esos reinos y su ímpetu cruzado, producto de los años dedicados a la reconquista, el que en un mes de agosto de hace ahora 607 años, devolvió a la ciudad esa identidad y cultura europea y occidental de la que, por avatares de la historia, había sido desposeída.

Los ceutíes de hoy somos profundamente deudores de aquella gesta portuguesa, teniendo el deber de conocerla, difundirla y sobre todo honrarla. Nuestra identidad política y cultural depende de ello. Sobre todo cuando existe un espurio interés por diluirla y suplantarla por experiencias y modelos sociológicos nuevamente importados que, además de hipotecar nuestro presente y futuro hispano, sin duda, están destinados al fracaso.

Juan Sergio Redondo Pacheco

Fundación DENAES – Ceuta