Quieren algunos ignorar su existencia. Llegan incluso a substituirla por juguetitos locales a los que visten con desmesurados ropones para que parezcan naciones de verdad y no se vea que son nacioncillas de pitiminí, fruto de algún político descerebrado. Incluso, instalan embajaditas de juguete que los Gobiernos receptores miran con desconfianza y pitorreo. No se contentan con el enorme poder que les han regalado las Autonomías.

Quieren algunos ignorar su existencia. Llegan incluso a substituirla por juguetitos locales a los que visten con desmesurados ropones para que parezcan naciones de verdad y no se vea que son nacioncillas de pitiminí, fruto de algún político descerebrado. Incluso, instalan embajaditas de juguete que los Gobiernos receptores miran con desconfianza y pitorreo. No se contentan con el enorme poder que les han regalado las Autonomías.

Pero muchos saben que todo eso es mentira; y que lo que mal empieza, peor puede terminar. Para que su voz tranquila se escuche en medio del vocinglero guirigay, han creado DENAES, una Fundación para la Defensa de la Nación Española; es decir, a favor de algo tan obvio, tan antiguo, tan visible, tan arraigado en la mente de sus ciudadanos, que a nadie con dos dedos de frente se le ocurrió antes ponerlo en duda. Menos que a nadie, por ejemplo, a los Secretarios de los Austrias españoles o a los Almirantes de sus flotas, que eran casi todos vascos; ni al militar leridano el gran Gaspar de Portolá, que acompañó al mallorquín Fray Junípero en la cristianización de California.

Su Presidente, Santiago Abascal Conde, fue concejal en Llodio y diputado al Parlamento vasco; su gran padre fue Juntero y Diputado nacional por Álava. Él ha vivido desde niño esa firme creencia. Y, cuando hace algo más de tres años presentó DENAES en la sede de la Comunidad de Madrid, allí no cabía un alfiler. Ahora, esta admirable Fundación –a la que sólo sostienen los donativos (a menudo modestos) de españoles leales– ha llamado a jóvenes universitarios que desean hablar bien de España. Muchos concurrieron, y diez fueron escogidos como los mejores. Llegaron de las Universidades CEU Cardenal Herrera, de Valencia; CEU San Pablo, de Madrid; la pública de Valencia; la Rey Juan Carlos; la Carlos III; y las Autónomas de Madrid, León y Barcelona. De estos diez, un exigente Jurado seleccionó a tres; y –aunque era difícil elegir– recibió el Premio una joven estudiante de Derecho en la Universidad de León, Ester Muñoz de la Iglesia; y otros dos alumnos, Bruno Sixto López-Bravo y Francisco Carrillo Guerrero, de la Carlos III y la CEU San Pablo, ganaron sendos accesits.

El abajo firmante da testimonio de la emoción sentida ante jóvenes españoles que hablaban de España con ilusión, esperanza y realismo. Todos ellos saben, por ejemplo, que somos una parte relevante de Europa, que una larga historia nos une a Hispanoamérica y que ocupamos en el mapa una posición estratégica. Y, sobre todo, que nuestra unidad se alza sobre una rica variedad. Esperemos que tuviera razón san Isidoro de Sevilla, cuando aseguraba que España abundaba no sólo en piedras preciosas, sino «en gobernadores y hombres de Estado». Si no lo son, España y DENAES se lo demandarán.

Carlos Robles Piquer