Texto para el Observatorio de la Nación del mes de enero de 2016


observatorio-fachada-3.jpg

Estimados Amigos de la Nación y simpatizantes de nuestra Fundación:

Hemos comenzado un nuevo año, que esperemos que a nuestra querida Nación Española le sea más leve que los anteriores, en lo que a las amenazas que sufre se refiere. Sin embargo, la actualidad manda y es necesario centrarse en lo principal, que es el panorama que han dejado tras de sí las elecciones generales con las que se cerró el anterior año 2015, y que abren con mayor incertidumbre si cabe este año 2016.

Ha pasado ya más un mes desde la celebración de las elecciones generales del 20 de Diciembre, y la incertidumbre en la Nación Española sigue siendo la misma que cuando se conocieron los resultados definitivos. De entrada, la denominada «nueva política» de Podemos y Ciudadanos vio rebajadas sus expectativas, principalmente debido al sistema de representación proporcional que dejó a estas formaciones con 42 y 40 diputados respectivamente. Sin embargo, Podemos aprovechó la inflada representación que el sistema electoral español ofrece a los partidos de ámbito regional (aspecto que paradójicamente jamás se menciona a la hora de plantear una reforma del sistema electoral), y a través de «confluencias» «mareas» y demás siglas asociadas en lugares como Cataluña, País Vasco, Valencia y Galicia ha concursado bajo la forma de una secta separatista que aspira a pulverizar la soberanía nacional española: en total, otros 27 escaños que añadir, sumando así 69 diputados (rebajados a 65 una vez que Compromiso ingresó en el Grupo Mixto en la formación del nuevo Congreso de los Diputados).

El caso es que estos comicios revelaron al emergente Podemos como el nuevo catalizador de los votos que suelen corresponder a las fuerzas separatistas antiespañolas, especialmente en una Cataluña donde el proceso separatista quedó varado en medio de disputas internas, que sólo vieron un cierto desbloqueo con la retirada de Arturo Mas que permitió la formación de un gobierno catalán in extremis. El partido de Pablo Iglesias se presenta así no sólo como un competidor notable del PSOE, sino como el canalizador de las propuestas sediciosas, exigiendo como «línea roja» para cualquier negociación postelectoral la celebración de un referéndum separatista totalmente legal en Cataluña, considerada como una nación dentro de la «Nación de naciones» que dicen es España. Podemos quiere instalar así la corrupción democrática del «derecho a decidir» de un ficticio e inexistente pueblo catalán, que quiere así expresar su «voluntad general» para decidir su destino. No por casualidad, cuando Iglesias ha elevado sus exigencias de cara a un posible pacto con el PSOE de Pedro Sánchez, ha incluido en su lista de condiciones la formación de un «Ministerio de plurinacionalidad»…

Sumado a todo ello, el Partido Popular, ganador de las elecciones generales con 123 diputados, seguido del PSOE con unos históricos por ridículos 90 escaños, presentan un parlamento más fragmentado que nunca, en el que nadie puede siquiera intentar una investidura que se torna imposible lograr tanto en primera como en segunda votación: Mariano Rajoy renunció el pasado viernes, sabedor de que sin apoyo alguno era absolutamente imposible, pese a ser proclamado candidato a la investidura por Su Alteza Real Felipe VI. El otro gran partido nacional, el PSOE, ha dicho no por activa y por pasiva, sin señalar condición alguna, a un acuerdo de gobierno con el PP, desdeñando así el voto de más de siete millones de españoles y prefiriendo a su vez negociar con el partido no nacional Podemos, pese a las draconianas e inaceptables condiciones que se imponen desde las filas de Pablo Iglesias y asociados. A semejante cajón de sastre hay que añadir la querencia por semejante acuerdo de sectas separatistas, como el PNV, y partidos que ni siquiera pueden formar grupo parlamentario propio, como Izquierda Unida. Pueden más las diferencias ideológicas y las querencias personales del secretario general socialista, Pedro Sánchez, que ve peligrar su posición de no lograr ser investido aunque fuera de forma efímera, que la propia defensa de la Nación Española.
Tampoco la presencia de Ciudadanos en el nuevo parlamento contribuye a aclarar el panorama: si ya desde el final de la campaña electoral prometieron abstenerse si no eran ganadores de los comicios, lo que de entrada les inhabilita a ojos del resto para formar coalición alguna o ser apoyo a un hipotético gobierno en clara minoría, tampoco han pasado de su disposición a apoyar un acuerdo en el que estuvieran presentes el PP y el PSOE, algo que como bien sabemos a día de hoy es imposible, y se han negado en redondo a apoyar o facilitar un acuerdo en el que se encuentre también Podemos. El panorama de posibles acuerdos queda reducido a fórmulas de dos con la oposición del resto, en el mejor de los casos, lo que implicaría la imposibilidad de sacar adelante una investidura tanto en primera como en segunda votación.

Entretanto, Pablo Iglesias se erige en singular protagonista de la escena política, no sólo con sus irreales exigencias de ser Vicepresidente y de ocupar los seis ministerios principales de un hipotético gobierno presidido por el socialista Pedro Sánchez, sino porque él mismo es quien invoca constantemente una de las falacias más repetidas históricamente en relación a la democracia: que los españoles no han votado a cuatro partidos diferentes, sino que han votado «cambio», esto es, a partidos que no son el PP, que logró en los anteriores comicios la mayoría absoluta, y como al sumar de manera arbitraria y partidista los votos de PSOE, Podemos o Izquierda Unida se logra superar los casi once millones de españoles que respaldaron en 2011 al Partido Popular, Pablo Iglesias se considera ya el abanderado de la «voluntad general», que diría Rousseau, y por lo tanto legitimado para dirigir un futurible pacto entre fuerzas perdedoras que arrebatarían el poder a la formación que, pese a quien pese y por mucha pérdida de sufragios que haya sufrido, ganó las elecciones: el Partido Popular.

Semejante afirmación, que ya se realizó en las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo, constituye un ejemplo palmario de la corrupción democrática existente en la Nación Española, donde un conjunto dispar y variopinto de fuerzas políticas perdedoras, invocando una ficticia mayoría fraguada mediante pactos postelectorales a espaldas por completo del electorado, arrogándose la «voluntad del pueblo soberano», desbanca a la fuerza ganadora de las elecciones pero que no lo hizo por mayoría absoluta; nebulosa ideológica de la «voluntad general» que también envuelve la idea de un referéndum separatista en Cataluña: como Iglesias se cree portavoz de la «voluntad general» (Podemos denomina a su partido), piensa que en realidad todo el mundo, o al menos la mayoría que se hace equivaler a la «voluntad general», votará No a la independencia, con lo que se demostrará que «sólo con métodos democráticos» puede mantenerse sin tensiones la unidad de España.

Todas estas formas de corrupción democrática apelan además a la idea fuerza del consenso como esencia de la democracia. Consenso que además no significa nada, puesto que la propia dinámica del momento político que estamos viviendo, ha conducido a un consenso de las cuatro fuerzas en litigio, que es la formación de un gobierno y una mayoría estable, pero sin que tal consenso signifique acuerdo ni en la forma en que deba producirse, ni mucho menos en lo relativo a quiénes deben entrar en semejante pacto.

Conviene en consecuencia pensar la línea que nuestra Fundación debe seguir en estos momentos de incertidumbre, en los que se invoca de forma mitológica una «Segunda Transición» sin haberse realizado una crítica de la Transición democrática realmente existente, y en la que el consenso sin acuerdo parece conducir de forma inevitable a la convocatoria de nuevas elecciones. Tampoco puede dejarse a un lado el papel que pueda jugar el Jefe del Estado, en su papel constitucional de árbitro y moderador de las instituciones, a la hora de desbloquear esta situación tan comprometida. Así, en este observatorio se recogerán las sugerencias que tengan a bien plantear nuestros simpatizantes y amigos, abriéndose un debate sobre las posibles soluciones existentes para el delicado momento que vive la Nación Española.

Fundación DENAES, para la defensa de la Nación española