Desde hace más de seis meses, tras los actos golpistas perpetrados por los políticos secesionistas catalanes y las organizaciones parapolíticas y mediáticas subvencionadas por la administración autonómica de Cataluña, España vive momentos de enorme inestabilidad, que se han visto agravados por la huida de diferentes representantes públicos –Puigdemont, Rivera, Gabriel…- a diversos enclaves europeos, en los cuales actúan como propagandistas de una imagen muy negativa de nuestra nación, que entienden operativa para su objetivo de destrucción nacional.
Como se ha podido comprobar, la huida de estos políticos españoles e hispanófobos, se ha realizado sobre el trasfondo de una intensa y prolongada acción exterior orquestada por las terminales paradiplomáticas catalanistas, que llevan lustros socavando el prestigio de una nación que es presentada en Europa como antidemócrata y autoritaria. Hasta tal punto estas facciones alcanzado sus objetivos, que Puigdemont ha podido moverse libremente por varios países europeos, permaneciendo en la actualidad en esa Alemania que era presentada como la garante, por motivos de todo tipo, entre ellos los comerciales, de la estabilidad nacional española. Con algunas vías judiciales todavía abiertas, es evidente que España no ha realizado, en el ámbito europeo, todo el trabajo que requería la estrategia catalanista, tan continuada como publicitada bajo el lema “internacionalizar el conflicto”. En este plano, en el diplomático, España llega tarde, demostrando hasta qué punto ha calado en nuestra clase política, pero también en la opinión pública, aquella máxima unamuniana, la del papanatismo europeísta.
En efecto, la creencia en una Europa ya realizada que no permitiría tensiones internas en aras de una unidad en igualdad de condiciones entre las naciones que la componen, ha quedado seriamente desmentida tras ver cómo en muchos de sus principales enclaves se prestan oídos a las falacias catalanistas. Europa, en efecto, ha demostrado, lejos de ese proyecto político al que habría que entregar «toneladas de soberanía», ser un club en el que operan intereses contrapuestos. Un club en el cual parece existir socios de primera y de segunda, circunstancia que debe mover a reflexión.
Si esto ocurre más allá de nuestras fronteras, la campaña de descrédito de todo aquello que suene a patriótico dentro de nuestro suelo, continúa por diversos cauces. Para muestra un botón. Una vez más ha sido Ada Colau quien, movida por su ignorancia y su sectarismo, ha decidido sustituir en el callejero de Barcelona al heroico almirante Cervera por el insultante bufón que respondía al nombre de Pepe Rubianes. Rubianes, digno exponente de un colectivo caracterizado por su servilismo hacia el poder, encontró su cima mediática insultando a España y a sus símbolos entre la complacencia y los guiños de un presentador televisivo que de un modo similar se ganaba la vida. Mientras todo esto ocurría, la misma alcaldesa se ha negado a colocar placas conmemorativas de los crímenes de la banda terrorista ETA que, instalada en las instituciones, ha vuelvo a ofender a toda España al discriminar entre sus víctimas, mientras avanza, por vías menos sangrientas, hacia sus objetivos secesionistas.
En definitiva, esta doble dimensión, interna y externa, de un mismo problema, los seculares ataques a la imagen de la Nación española, apenas contrarrestados por los poderes públicos, amerita una profunda reflexión de la que se puedan extraer conclusiones operativas para neutralizar una estrategia de largo alcance que ha ofrecido ya frutos desnacionalizadores.
Con estos asuntos como punto de partida, emplazamos a nuestro observatorio de abril a todos nuestros socios y simpatizantes el jueves 26 a las 20.00 h en los lugares habituales de reunión.