En tiempos de elecciones, los debates políticos son vitrinas donde los candidatos presentan sus propuestas y visiones para el país. Sin embargo, las pasadas elecciones han dejado fuera de foco numerosos temas que son absolutamente fundamentales. Los grandes partidos han preferido hablar muy poco o nada de nuestro bajo nivel de productividad, de la condena que supone la deuda pública que arrastra España o de nuestro nefasto sistema educativo. También ha quedado en el olvido otra cuestión que amenaza seriamente la supervivencia de nuestra nación: el estado crítico del sector primario en España. Lamentablemente, nuestros gobernantes prefieren pastorear a la población con temas banales, antes que abordar con valentía la preocupante realidad que vivimos. Su irresponsabilidad es total.
Solo VOX habla abiertamente de la penosa situación del campo español. Y es importante que lo haga y que lo haga mucho, porque todos debemos entender que un país que es incapaz de producir sus propios alimentos es un país que tendrá muchos problemas en el futuro, salvo que disponga de otros recursos alternativos. Y ese no es hoy nuestro caso.
El campo español es fundamental, esencial, imprescindible. Es más que un sector productivo, es la base de nuestra identidad nacional. No solo nos sirve los alimentos que comemos y exportamos. El campo vive en el alma de cada español. Es el origen de nuestra gastronomía y nuestra identidad, de la mayoría de nuestras costumbres, de mucho de nuestro folklore, de nuestro paisaje, de nuestra arquitectura, de nuestra relación con la tierra. En definitiva, de todo lo que nos hace especiales y viene buscando el turista que llega a España.
Sin embargo, casi nadie lo defiende. La Unión Europea, en lugar de fomentar el crecimiento y desarrollo del sector agrícola español, ha venido imponiendo restricciones cada vez más draconianas, mientras que, al mismo tiempo, permite la entrada sin trabas de frutas y hortalizas provenientes de países como Marruecos, donde no se exigen las mismas regulaciones rigurosas que sí deben soportar nuestros productores. Depender excesivamente de importaciones nos convierte en rehenes de los caprichos de los precios internacionales y menoscaba nuestra soberanía. Cuidar y fortalecer la autonomía alimentaria es fundamental para la estabilidad de cualquier nación. Deslocalizar la producción de alimentos solo nos traerá dependencia y lágrimas.
La protección del campo nacional debería ser un imperativo, ya que si seguimos prefiriendo productos extranjeros a los propios, nuestros agricultores, ganaderos y pescadores lo tendrán cada vez más difícil y, en último término, desaparecerán. Esto último, sorprendentemente, parece que es el objetivo de nuestro Gobierno y de los burócratas de Bruselas. ¿Acaso molesta el sector primario por su independencia del poder? ¿Cómo puede haber políticos que ataquen los intereses de su propio país? Esta especie de esquizofrenia política existe, es real y tiene lugar ahora mismo, frente a nuestras narices. Por eso tenemos que defendernos. Somos una potencia media que en el pasado ha sido un gran imperio. De eso debería quedarnos, al menos, la dignidad de no tolerar la liquidación de un sector esencial para nuestra identidad y nuestra supervivencia como nación.
Un aspecto aún más preocupante es que, mientras se otorga ayuda financiera a Marruecos, nuestra propia Administración no parece tener ninguna intención de apoyar de manera similar a nuestros agricultores y ganaderos. Esta situación perpetúa un círculo vicioso en el que se priorizan los productos extranjeros sobre la producción nacional. Y frente a ese panorama desolador, Marruecos puede presumir de que más de un 14% de su PIB ya proviene del sector primario, frente a nuestro 3%. Ojo, que desde 2013 Marruecos ha multiplicado por cuatro las frutas y hortalizas que exporta a España. Allí sí apuestan por el campo con el plan “Marruecos Verde”, mientras que aquí hemos desechado ese sector y hemos puesto todos los huevos en la cesta del sector servicios. Error o negligencia.
Y el proceso de liquidación no para, va a toda máquina. La exportación masiva de productos marroquíes incluso hace uso de nuestras infraestructuras para llegar a Europa, mientras que los productores españoles de regiones como Almería o Murcia luchan por tener acceso a rutas adecuadas, ante la falta de una red de ferrocarril decente en el Corredor Mediterráneo. Eso hace que hoy el producto marroquí tenga en muchos casos una salida más fácil a Europa que el de algunas zonas de España.
Al mismo tiempo, el negocio verde extiende sus tentáculos a la alimentación: la carne sintética, los alimentos transgénicos, los insectos para consumo humano alentados desde Bruselas. Cada vez hay más empresas que se benefician del final de campo en Europa. Por cierto, ¿alguien sabe qué consecuencias para nuestra salud tendrá esta nueva alimentación verde? ¿Ha hecho la UE estudios profundos sobre esta cuestión o se está dejando llevar por la misma insensatez que hasta ahora?
La amenaza sobre el campo español y nuestra identidad como nación es ya una alerta roja que nos debe obligar a actuar. Más allá de la política partidista, debemos recordar que nuestra identidad y seguridad alimentaria están en juego. Fortalecer el sector primario no solo garantiza nuestro abastecimiento y autonomía, sino que también impulsa el crecimiento económico y la estabilidad social. Es hora de apostar por quienes sí quieren trabajar por un futuro próspero para nuestra nación y nuestros hijos.
Podemos vivir sin muchas cosas, pero no podemos vivir sin el sector primario.
Ignacio Temiño