En nuestras calles y plazas podemos demostrar otra vez que el pueblo español ha sobrevivido siempre a las sectas que lo han traicionado.
10-07-2006-Libertad Digital
Santiago Abascal es presidente de la Fundación para la defensa de la Nación Española y parlamentario Vasco
Rugía España en el verano del 97. El secuestro de un joven español a manos de la mafia etarra despertó del letargo a una Nación dormida que, con una indignación demasiado encauzada, ya se venía manifestando contra los asesinos de centenares de españoles. Pero el 10, 11 y 12 de julio de aquel año la conciencia somnolienta se despabiló, el aguijonazo brutal puso en pie de guerra a los españoles contra una banda de sicarios despiadada que -a cámara lenta- secuestró, maniató, amordazó y disparó en la nuca a Miguel Ángel Blanco, el hijo de todas la madres españolas, el novio de todas las novias, el amigo de todos, el compañero de trabajo de cualquiera de nosotros.
Tuvo que ser el asesinato de un jovencísimo concejal del PP, hijo de una familia modesta de origen gallego – como tantos vascos, como yo mismo- , aficionado a la música como miles de jóvenes, lo que metamorfoseó ese tradicional rechazo institucionalizado, silencioso, moderado, comedido e inútil convirtiéndolo en una repugnancia sin límites hacia los asesinos, en un indignación desbordada, pura, auténtica, humana, santa. Ese rechazo sin control hacia los asesinos – y hacia sus ilegítimas pretensiones de despedazar nuestra Patria- asustó a aquellos que históricamente se habían beneficiado de los crímenes horrendos cometidos por los que aspiraban a romper la unidad de la Nación Española rompiendo las nucas de los españoles. Y ese miedo atroz del PNV, ese vértigo incontrolable de los recoge-nueces nacionalistas ante una sociedad que comenzaba a rechazar ese rentable nacionalismo asesino, engendró – ya en aquellos días de julio- una criatura que vio la luz con el ignominioso Pacto de Estella, en el que PNV, EA y Llamazares, -el adelantado de Zapatero-, de acuerdo con la mafia, desafiaron a España a la desesperada.
Pero un Gobierno de España decente – y sobre todo Aznar y Mayor Oreja- supo dar la respuesta a esa ofensiva e interpretar el espíritu de Ermua a la perfección: Batasuna era ETA, Batasuna había de ser ilegal, y lo fue.
Hoy sabemos – han pasado nueve años desde aquel crimen que desencadenó la bendita ilegalidad de Batasuna- que el espíritu de Ermua disgustó a muchos, no solo a los nacionalistas, porque no era un espíritu de secta, porque era incontrolable, porque representaba a la verdadera democracia participativa del pueblo español y porque era un espíritu nacional, integrador, que disgustaba profundamente a las sectas territoriales y élites directoras que gustan de conducir a los pueblos a su antojo.
Han tardado nueve años, y algunos de los que regalaban los oídos del confiado pueblo con falsas palabras sobre su pura movilización, su valentía, y su cristalino mensaje, se conjuraron para, mientras anunciaban una cosa, hacer la contraria.
Así, al proponer pactos antiterroristas pensaban en realidad en cómo desactivar esa alma que, en Ermua, recobró vida el cuerpo de España. Y cuando proponían la ilegalidad de Batasuna, a su vez iniciaban negociaciones con ETA. Hoy se han acabado las mascaradas; Rodríguez Zapatero y Patxi López han consumado la traición a los españoles, a los vivos – el pueblo- y a los muertos – la Nación. Y a muchos socialistas que así lo entienden. ¡ Traidores!, les ha gritado con justicia celeste la socialista Pilar Ruiz.
Este 12 de julio – noveno aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco y de aquel rugido fantástico de España entera en defensa de su libertad y de su unidad- en nuestras calles y plazas podemos demostrar otra vez que el pueblo español ha sobrevivido siempre a las sectas que lo han traicionado.