La oposición entre la «vieja política» y la «nueva política» no es más que una mera distinción de razón por ver quién exhibe de forma más impúdica la corrupción dentro de la Nación Española


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Bien conocida es la sentencia del Gatoparto de Lampedusa: «Todo cambia para que todo siga igual». Tal pareciera que hubiera sido escrita para describir la realidad de nuestra Nación Española, envuelta en frases publicitarias que denigran aquello se que denomina como «la casta» y ensalza, por contraposición a la «nueva política». Una nueva política que, en menos de un año de su instalación en el poder municipal y autonómico, ha demostrado que deja fácilmente en rídiculo a la vieja, en lo que a la degradación de la Nación Española se refiere.

El caso de Podemos es sin duda el más significativo al respecto. Más que un partido, diríase que es una suerte de cajón de sastre en el que hay de todo, menos bueno. Su querencia por el separatismo en los diversos lugares de la geografía nacional donde ostenta el poder ya señala bien a las claras a lo que nos enfrentamos. Podemos se ha aliado en el País Vasco y en Navarra con Bildu, una de las marcas blancas de ETA, y los resultados de esta alianza con semejante secta separatista no se han hecho esperar: se incrementa notablemente la inmersión lingüística en eusquera, en un lugar como Navarra donde es una lengua absolutamente minoritaria. Así, esta misma semana hemos conocido que el modelo lingüístico ha sido modificado en dos escuelas de Pamplona por el Ayuntamiento de la ciudad, con la consecuencia inmediata de que a sesenta niños sus padres tendrán que buscarles otra escuela donde seguir con su escolarización. El ayuntamiento, cómo no, está regentado por Bildu, quien gracias a Podemos, Geroa Bai e Izquierda Unida, logró arrebatarle el poder a la Unión del Pueblo Navarro que había ganado las elecciones.

Los padres han intentado hacer entrar en razón a los ediles encargados de explicar la medida, pero literalmente ha sido como hablar con una pared: llegaron con la decisión ya tomada, a aprobar en el próximo pleno municipal, y sin posibilidad de reubicación inmediata para todos los afectados, que disponen de tan sólo cuatro días (plazo que expiraba hoy), para pedir el traslado de los niños a otro centro. Así, el barrio pamplonés de San Juan ostenta el dudoso honor de ser el único de la capital navarra ¡que no dispone de escuela primaria en español! Y eso siendo el barrio con menos demanda de eusquera, apenas un cuatro por ciento de las familias.

No cabe sino atribuir esta cerrazón a la voluntad expresa de ir minando poco a poco la identidad española en Navarra, sustituida por una vulgar lengua de laboratorio que nadie habla, con el objetivo formal y expreso de conseguir la «anexión» de Navarra dentro de la fabulada Euskal Herria, el sueño imperialista de los separatistas vascos, al que han dedicado no pocos esfuerzos ya desde los comienzos de la Transición democrática. Con esa labor de zapa, minando día tras día la resistencia de cualquier español no afecto a semejantes delirios separatistas, ante la dejadez de las autoridades de nuestra Nación, van poco a poco consiguiendo su objetivo; no tienen prisa, pues tienen la fe de quien se siente comulgado en la fe de una nación que remontan a la noche de los tiempos.

Pero si esto sucede en Navarra, en Barcelona, donde también manda una representante de la «nueva política», la alcaldesa de Podemos Ada Colau, la situación no es menos vergonzante. Tan peculiar alcaldesa, que no duda en enarbolar un notable doblepensamiento orwelliano en el que cabe defender la libertad de expresión de unos titiriteros que ofendieron gravemente a las víctimas de ETA y a las fuerzas de seguridad españolas, mientras retiraba ella misma del consistorio municipal varios símbolos de la Nación Española, no quiere que los escritores en lengua española tengan presencia en el barcelonés Museo Verdaguer, quedando restringido a los autores que hayan escrito en catalán, la lengua que usó el clérigo que da nombre al museo para componer La Atlántida. De nada sirvieron las propuestas de grupos municipales como el del Partido Popular y Ciudadanos, que sin excluir a los autores en catalán, pedía que estuvieran presentes también autores en lengua española. Sin embargo, pese a que había un principio de acuerdo, el grupo de Barcelona en Común, mayoritario en el ayuntamiento de la Ciudad Condal, se abstuvo; idéntico camino siguió el PSC, votando en contra CiU, ERC y la CUP, como era de esperar.

Un proyecto lógicamente sectario, puesto que son inmensa mayoría los autores catalanes que han usado la lengua española, tanto por ser la lengua materna de la mayoría de catalanes como por la simple necesidad de trascender el estrecho ámbito de su terruño. Así, fuera del Museo Verdaguer estarán autores del fuste de Ana María Matute, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán, Terencio Moix o Javier Cercás. Por supuesto, gigantes de la literatura universal como Camilo José Cela, Vicente Alexandre, Miguel de Unamuno o Ramón María del Valle Inclán, no tienen cabida en tan estrecho proyecto. Todo ello en la que aún es hoy la capital de la edición de libros en español, Barcelona.

Y no sólo eso: el ayuntamiento barcelonés ha llevado al paroxismo la inmersión lingüística en catalán y el uso de esa lengua cooficial en los espacios públicos. Tanto es así, que discrimina el español en sus concursos públicos: ahora toda la documentación de quienes, ya sean particulares o instituciones, se presenten a un concurso convocado por el Ayuntamiento, deberá estar redactada exclusivamente en catalán, frente a la duplicidad español-catalán que se pedía con anterioridad. Condición claramente discriminatoria, como no puede ser de otra manera.

Desde la Fundación Denaes denunciamos esta labor constante, día a día, del separatismo antiespañol en distintos lugares, ahora envuelto con la aureola salvífica de la «nueva política» que viene a darle la voz a «la gente», que no es más que la versión aún más degenerada de la «vieja política», la misma que es responsable de las políticas más sectarias y nauseabundas en lo que a las amenazas que sufre la Nación Española se refiere. Urge tomar medidas para frenar esta escalada constante, que amenaza tanto la identidad como la unidad de nuestra Nación Española, manifestadas de forma tan palmaria como en los ejemplos de Pamplona y Barcelona, a los que hemos dedicado nuestro editorial.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.