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A nadie escapa que los denominados sindicatos de clase han caído no sólo en el descrédito, sino especialmente en la invisibilidad. Tras celebrar el 29 de Septiembre de 2010, en el contexto de la incipiente crisis económica que ya padecía nuestra Nación (agravada por la inacción del nefasto Presidente Zapatero, que creía que la «locomotora de Europa» nos haría salir del problema sin esfuerzo alguno nuestro), una huelga general agudizada en las comunidades autonómas donde gobernaba el Partido Popular, evitando en lo posible la crítica al gobierno socialista entonces vigente, en el año 2012, ya con los populares en el gobierno tras las elecciones del 20-N, celebraron ni más ni menos que dos jornadas de paro: el 29 de Marzo y el 14 de Noviembre, cuya incidencia fue escasa cuando no nula. Después de ello, tanto Comisiones Obreras como Unión General de Trabajadores, los dos sindicatos oficialistas de la democracia realmente existente, han pasado al olvido más absoluto, tanto mediático como de parte de sus afiliados. Cualquier concentración realizada por los sindicatos apenas tenía hueco en los medios de comunicación, y generalmente venía acompañada de muy pocos manifestantes.

Sin embargo, la renuncia de Cándido Méndez a seguir al frente de UGT, tras más de dos décadas siendo secretario general del histórico sindicato afín al PSOE, obligó a la central obrera a convocar este fin de semana un Congreso Confederal, en el que fue elegido como nuevo Secretario General el sindicalista asturiano José María Álvarez, derrotando a Miguel Ángel Cilleros y Gustavo Santana. Sujeto muy de su tiempo, adaptado a esa «nueva política» que tanto predicamento alcanza en los medios de comunicación (de hecho, recientemente tanto Cándido Méndez como Ignacio Fernández Toxo habían manifestado al alimón que, si en Podemos tuvieran la ocurrencia de formar un sindicato, ambos tendrían que cerrar los suyos); no es casual que, aún no habiendo nacido en la Cataluña en la que actualmente ejerce su labor sindical, haya catalanizado su nombre, y nada más conocerse su victoria en los comicios internos sindicales haya manifestado ser partidario del «derecho a decidir» de los catalanes (ha diferenciado entre «ciudadanos de Cataluña y de España») como si fueran una nación independiente, dueña de su destino frente a la «cárcel de pueblos» España.

Precisamente, uno de los motivos que han ido alejando a los sindicatos de clase del favor popular, es la corrupción del concepto sindical, puesto que, pese a la propia transformación del mundo en que vivimos (caída de la Unión Soviética, desaparición de la carga de trabajo objetiva y por lo tanto de la estabilidad y carácter indefinido de los puestos de trabajo vacantes, &c.), las centrales obreras han seguido impasibles con su idea de una clase obrera universal de explotados (o también, en el colmo de la generalidad, «trabajadores de todas clases») frente a unos rapaces capitalistas que sólo pretenden chuparles su jugo en forma de fuerza de trabajo; así, los convenios colectivos que firmaban (al menos hasta la reciente reforma laboral aprobada por el Gobierno del Partido Popular así se reconocía), no lo hacían en función de si las empresas incluidas en determinado sector eran pequeñas, medianas o grandes, sino con el horizonte de una inexistente clase universal proletaria, que simplemente se encontraría fragmentada en los estados nacionales existentes; el ya famoso y añejo «¡Proletarios de todos los países, uníos!», proferido por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848.

Pero no sólo eso: es que los sindicatos, pese a esta nebulosa ideológica a la que nunca han querido renunciar, en un descomunal sostenella y no enmendalla, han sido cómplices y partícipes plenos de la propia corrupción ideológica existente en la Nación Española: domesticados a través de subvenciones, no sólo han seguido inmersos en el mito de una «izquierda» (vulgo el PSOE) bondadosa y amiga de los trabajadores, agudizando sus críticas a «la derecha» (vulgo el PP) por las reformas laborales aprobadas, pese a que «la izquierda», ha aplicado las mismas o incluso peores reformas laborales, que precarizaban el trabajo hasta límites nunca vistos en nuestra Nación, sino que incluso han aceptado la discriminación a los trabajadores españoles por motivos del uso de una lengua vernácula como «cooficial», como sucede en lugares como el País Vasco o Cataluña, especialmente en lo relativo a la función pública. Jamás los sindicatos han alzado la voz siquiera ante semejante discriminación, que convierte a los españoles que no conocen lenguas vernáculas como el eusquera o el catalán (es decir, la inmensa mayoría), en la práctica en españoles de segunda clase cuando acuden a las comunidades autónomas donde se reconoce su cooficialidad.

En resumen, los sindicatos de clase jamás se han preocupado lo más mínimo de la destrucción del mercado laboral español mediante la imposición de «fronteras» internas, que van transformando a la moderna Nación Española en una suerte de taifas medievales con sus propias leyes y lenguas. Ahora, cuando ya es un hecho notorio que en España ya no es suficiente hablar español, la lengua oficial y común de todos los ciudadanos españoles como bien recoge nuestra Constitución, para poder acceder al mercado laboral sin discriminación alguna, parecen tirar cada vez más hacia las ideas de la «nueva política», para ampliar su popularidad e incluso su base social.

Concretamente, UGT, prosiguiendo con esta estela de corrupción ideológica, elige como Secretario General a un sujeto que, al igual que el partido no nacional Podemos, solicita insistentemente la celebración de un referéndum separatista para Cataluña. Esto es, el reconocimiento de Cataluña como una nación dentro del «Estado plurinacional» que de forma delirante se identifica con España. Esta histórica central sindical podrá así sumarse alegremente a las reivindicaciones de Podemos, los mismos que, dentro del Parlamento Catalán pancarta en mano, pidieron la celebración del referéndum legal cuando el pasado mes de Octubre se aprobó en dicho foro la «desconexión» de Cataluña respecto a la Nación Española. En UGT han pasado del «¡Proletarios de todos los países, uníos!» al «¡Trabajadores españoles, separaos!».

Desde la Fundación Denaes hemos de criticar que los sindicatos de clase, convertidos en unas inútiles burocracias desde hace décadas, hayan vuelto a la actualidad de forma tan poco deseable: por la elección en UGT de un Secretario General partidario de la corrupta idea de un «derecho a decidir» de un fantasioso «pueblo catalán» a robarle a la Nación Española una parte de su soberanía. Se confirma así de forma fehaciente la complicidad de los sindicatos de clase en la corrupción ideológica de la Nación Española, la misma que considera como normal la discriminación de los trabajadores españoles existente en diversas regiones de nuestra Nación, permitiendo que sean verdaderos ciudadanos de segunda clase.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.