La polémica actuación de unos titiriteros en Madrid, auspiciada por el gobierno municipal de Podemos en la capital de España, plagada de apología del terrorismo separatista vasco y de referencias injuriosas hacia España y las fuerzas de seguridad del estado, no es más que una muestra de la corrupción que vive nuestra Nación


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Es tiempo de Carnaval, época transgresora por excelencia, y quienes se consideran más transgresores son los miembros de la «nueva política», claro ejemplo de eclipse del buen juicio; personajes que creen ser el mejor ejemplo de la crítica y el pluralismo, pero que viven enredados en mil y un prejuicios ideológicos que los convierten en grandes sectarios, incapaces de reconocer nada bueno de quienes son sus rivales ideológicos, a los que arrebatan el poder mediante surrealistas pactos pese a haber ganado las elecciones.

Con el reciente caso de la eliminación acrítica y prevaricadora de diversos nombres del callejero de la Villa y Corte, personajes relevantes de la Historia de España que nada tenían que ver con el franquismo y por lo tanto no eran objeto de aplicación de la Ley de Memoria Histórica, este fin de semana hemos tenido noticia de una peculiar actividad «para niños», en el contexto de los actos programados por el consistorio municipal madrileño para festejar el Carnaval: la representación de la obra de guiñoles La Bruja y don Cristóbal a cargo de la Compañía Títeres desde Abajo, contratados por el Ayuntamiento. Una obra que narra la historia del singular Don Cristóbal Polichinela, «ese oscuro personaje de la tradición popular ibérica» [sic], que impone su voluntad «a base de cachiporra» [sic]. Frente al malvado español Don Cristóbal, se opondrá una bruja «que tiene la firme decisión de amar su libertad por encima de todo»; «amor» que manifiesta ahorcando a un juez, matando a un policía, ocupando viviendas vacías y exhibiendo una pancarta donde se había escrito «Gora Alka-ETA», momento en el que los padres que presenciaban la grotesca función junto a sus hijos de entre tres y seis años llamaron a la Policía, que se encargó de detener y aplicar prisión incondicional a los titiriteros, por un delito de enaltecimiento del terrorismo.

La responsable de cultura del Ayuntamiento de Madrid, Celia Mayer, la misma a la que le pidieron explicar la retirada de placas como la del político José Calvo Sotelo, sin que desde su idiocia supiera explicar por qué ni encontrar justificación alguna en uno solo de los fragmentos de la Ley de Memoria Histórica, afirmó que todo se debió a un error de programación y procedió a destituir al responsable directo de la contratación. Sin embargo, dados los antecedentes, lo sucedido con los titiriteros no puede ser considerado casualidad. Por supuesto, en un fin de semana en el que se celebraba la Gala de los Premios Goya 2016, no podían faltar las muestras de solidaridad de otros «titiriteros», los asistentes y protagonistas de esta Gala, que mostraron su apoyo a sus «hermanos menores».

Pero lo que más indignación provoca es la defensa realizada por otra de las protagonistas de la «nueva política», la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, quien ha destacado como ejemplo del sectarismo de esta patética «nueva política» difundiendo a través de las redes sociales un comunicado en el que pide que «nos pongamos un momento en la piel de esos chicos», que están sufriendo una terrible privación de libertad y que tendrán que lidiar «con la maquinaria mediática sin escrúpulos de una derecha vengativa que no soporta la disidencia y aún menos perder elecciones, y que sigue recurriendo machaconamente al “todo es ETA”». Asimismo, reconoce que la obra satírica «no era para niños», pero que todo fue un casual «error de programación» cuyo responsable ya fue destituido, y que «La sátira no es un delito. En una democracia sana, en un estado de derecho, hay que proteger toda libertad de expresión, hasta la que no nos guste, hasta la que nos moleste».

Realmente, hay que verlo para creerlo. No podemos encontrar un mayor ejercicio de cinismo que el realizado a través de las redes sociales por la extravagante alcaldesa de Barcelona. Pide empatía con los dos titiriteros, pero ella, como cargo público de la Ciudad Condal, demostró carecer de la más mínima empatía para con las víctimas del brutal atentado terrorista, cometido en el Hipercor de Barcelona en 1987 por esa ETA que apareció entre los guiñoles de los titiriteros, cuando el pasado 19 de Junio de 2015 declinó acudir al homenaje realizado a las víctimas del terrorismo nacionalista vasco en Barcelona. Mucha empatía con los titiriteros, pero nula con los asesinados por ETA, algo que no debe extrañarnos, pues la sectaria Colau, nada más ser investida alcaldesa, llenó su consistorio de apología del terrorismo, con homenajes al antiguo etarra y dirigente de Batasuna hoy en prisión, Arnaldo Otegui.

Colau invoca la libertad de expresión y el respetar las ideas ajenas, pero aparte que la obra es un verdadero muestrario de odio a la Nación Española, un cajón de sastre de los más estúpidos tópicos antiespañoles (oscurantismo, represión, anticlericalismo y otros tópicos caducados de cierta rancia izquierda que no cree en dioses, reyes ni tribunos), Colau ha demostrado, al igual que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, un espíritu sectario que provoca verdaderas náuseas, no sólo olvidando a las víctimas de ETA sino eliminando del consistorio barcelonés el busto de Su Alteza Real Juan Carlos I, el Rey emérito, bajo el argumento de no ser partidaria de la Monarquía. Paradigma de la corrupción ideológica que desprecia a una Nación de la que sin embargo no duda en regir sus instituciones.

Asimismo, Colau ha destacado, en su querencia por el separatismo antiespañol, por suprimir todo lo que tenga que ver con España y la Hispanidad del callejero barcelonés. También hay que recalcar (aunque no es el caso de Colau, que ganó los comicios) que los miembros de Podemos se alzaron con el poder pisoteando los resultados electorales, mediante pactos postelectorales con los que robaron la victoria del Partido Popular, invocando para mayor vergüenza que ellos eran «la voluntad del pueblo soberano». Por lo que se ve, la libertad de expresión, el consenso y el pluralismo no tienen cabida cuando son el PP o afines los involucrados…

Desde la Fundación Denaes compartimos el escándalo y la indignación de los padres que junto a sus hijos presenciaron tan grotesco espectáculo, no sólo por ser inapropiado para niños de esas edades, sino por el compendio de sectarismo, odio a la Nación Española y apología del terrorismo separatista vasco que destilaba. Sin entrar en la proporcionalidad de las decisiones judiciales, resulta verdaderamente vergonzoso que los responsables del acto y sujetos afines justifiquen semejante obra invocando a la libertad de expresión y de pensamiento, cuando precisamente estos sujetos, que ostentan cargos públicos en la Nación Española, debieran ante todo comenzar respetando los símbolos e instituciones de todos los españoles, «hasta lo que no nos guste, hasta lo que nos moleste», por utilizar las acertadas expresiones de la alcaldesa Ada Colau.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.