En rigor, el denominado derecho a decidir, desde la perspectiva del momento tecnológico de la democracia, no es democrático, porque para serlo tendrían que decidir no sólo los catalanes sino todos los españoles (sufragio universal).
Si la parte decide por el todo eso no tiene otro nombre que particularismo (todo lo contrario de lo que significa el socialismo en sentido genérico, que comprende la totalidad, en este caso la nación española). Luego, efectivamente, un referéndum legal y pactado no es «una solución democrática». Lo sería si el todo decide si la parte permanece o se separa. Si España cae porque se le concede el derecho (en realidad el privilegio) a una parte a decidir por el todo entonces se acabó la nación política de la piel del toro. Luego si se le concede a una parte elegir sobre el futuro de la nación española eso es un privilegio frente al resto de españoles. Eso no sería derecho a decidir, sino privilegio de decidir. Al resto de españoles se les priva el derecho a decidir, y sólo una parte goza de esos privilegios. El derecho que tiene una parte a decidir sobre el futuro del todo no es democrático, es un privilegio al que -desde toda política de holización y racionalización- no se le debe conceder ni la más mínima consideración.
El 23 de octubre de 2017 el podemítico Pablo Manuel Iglesias Turrión entendió el 1-O como «la expresión de una voluntad mayoritaria de la sociedad catalana de decidir su futuro en las urnas y un ejemplo de movilización pacífica frente a la represión ordenada por el Gobierno». Lo que no entendió este sujeto (literalmente no lo entendió y sigue sin entenderlo) es que una voluntad de catalanes (o vascos, gallegos o andaluces), por mayoritaria que sea, no pueden decidir, por muchas urnas trasparentes u opacas que se pongan, no ya el futuro de Cataluña, sino el futuro de España. Porque no se trata sólo de Cataluña, se trata de España. Si te mutilan un brazo no es sólo cosa de tu brazo, porque tu cuerpo no es que sea tuyo, tu cuerpo eres tú. Vamos, que si te mutilan un brazo te fastidia entero.
Si Cataluña se separase de España entonces ésta se hundiría, porque después irían el País Vasco, Galicia, Baleares… y ya, puestos en el delirio disgregador absoluto, hasta Andalucía. Y más humillante aún sería si se hiciese «democráticamente», es decir, por las urnas del privilegio de decidir que gratuitamente se le concede a la parte frente al todo. Porque si España cae sin que se derrame ni una gota de sangre y sin que haya ruido de sables, pistolas, metralletas, aviones y tanques entonces merece su caída porque, en ese caso, por la cobardía de sus hombres (y mujeres) se lo merecería.
También llegó a decir el iluminado de Villatinaja: «La clave del éxito de la Transición en relación con Catalunya fue pactar el autogobierno que, de hecho, condicionó el conjunto del modelo territorial de España». Esto nos muestra una vez más que Turrión y Podemos son la quintaesencia del Régimen del 78. Se han comido con patatas la leyenda rosa de la Transición y de la chapuza que se hizo en varios artículos de la Constitución. Ahí estuvo ni más ni menos que la madre del cordero de las consecuencias que estamos presenciando y padeciendo. Es decir, el constitucionalismo es la madre del separatismo. Constitucionalistas y separatistas lejos de oponerse se conjugan, porque así ha funcionado tecnológica y nematológicamente la democracia española durante estos cuarenta años de régimen. Y así nos va.
Aunque la cosa ya venía incubándose en el franquismo, porque el Caudillo, después de todo, prefería una España rota antes que roja e hizo concesiones al separatismo en detrimento del comunismo, y ese fue su gran error. Y ahora tenemos una España casi rota y morada, porque de roja tenemos a Sánchez el Censurador, el amigo de Soros, Torra y Turrión, PNV y pedecatos-neopujolines mediantes. Esa es la llamada izquierda española: ni izquierda ni española, simplemente cretina y traidora.
Del PCE del franquismo a Unidos Podemos hay una notoria degeneración (algo huele a podrido en Galapagar); así como del PSOE del Juancarlismo-felipismo hay una degeneración en el sanchismo, zapaterismo mediante (algo huele a podrido en Ferraz). También degeneró el PP cuando mutó de la aznaridad al rajoyismo (algo podrido pasó en México y en Valencia). Esta corrupción ideológica (muy enfocada en la corrupción histórica y en la corrupción de género) puede tener sus consecuencias en la política real como estamos presenciando en nuestro presente en marcha (en marcha hacia lo previsible o lo imprevisible, váyanse ustedes a saber).
Daniel López. Doctor en Filosofía Materialista