Desde el nefasto zapaterismo un fantasma recorre sobre la piel del toro: la «nación de naciones». Todas o buena parte de las viejas potencias y otras que se hacen pasar por nuevas del Régimen del 78 se han aliado en una sagrada unión con este fantasma. Sánchez y Turrión, Torra y Puigdemont, radicales de estupideces y jueces alemanes. Pero el sintagma «nación de naciones» o bien es contradictorio o bien es redundante.
Pero para argumentar estas proposiciones es imprescindible una taxonomía de la Idea de nación, cosa de la que me consta no han propuesto ninguno de los líderes de los «grandes» partidos.
Como ya dijo Gustavo Bueno en 1999 en España frente a Europa, el término «Nación» no es directo sino oblicuo y es una Idea que se desarrolla en un proceso histórico que dividimos en tres géneros y en siete sucesivas especies. El primer género de nación es la nación biológica, con tres especies: la nación de una parte formal del cuerpo, como cuando al niño se le abultan las encías y le salen los dientes; la nación de un organismo entero: ya sea humano o animal; y la nación de un conjunto zoológico o rebaño. El segundo género es el de nación étnica, con tres especies: las naciones allende la sociedad política, que permanecen en los bordes de la misma, esto es, en la periferia sin llegar a integrarse: son las «gentes» a las que se refería Arnobio en Adversus nationes, que San Jerónimo citaba como Adversus gentes, o los «gentiles» a los que se refería Santo Tomás en la Summa contra gentiles; las naciones integradas o en proceso de integración en la sociedad política: tanto en los mercados como en las universidades medievales mercaderes y estudiantes eran distribuidos por naciones; y la tercera especie sería la nación histórica, como lo era España en el siglo XVI o los Estados del llamado Antiguo Régimen en los que la soberanía no se atribuía a la nación sino al Monarca o al Pueblo que recibe el poder de Dios y se lo cede al Rey, y que supone una sociedad humana en donde históricamente se ha configurado una cultura, un idioma y costumbres e instituciones bien delimitadas respecto a otras sociedades políticas: ya sean reinos o Imperios. El tercer género de nación es la nación política, con dos especies: la nación canónica (las naciones que se pusieron en marcha a raíz de la revolución francesa y el proceso de holización a lo largo del siglo XIX: Francia, España, Bélgica, Holanda, Italia, Alemania, etc., en donde la soberanía ya no descansa en la figura del Monarca sino en el pueblo que sería propiamente la nación) y la nación fraccionaria (los separatistas catalanes, vascos, gallegos, etc., que configurarían en caso de separación una serie de Estados propios a expensas del Estado español previo). Éstas también pueden entenderse como naciones regionales, que son subdivisiones de las naciones canónicas y por ello existen con posterioridad a las naciones canónicas, es decir, se configuran en el seno de las naciones canónicas, y son las élites las que, ideología y propaganda mediante, pretenden que estas regiones se hagan naciones en forma de Estado separado, es decir, que se hagan naciones políticas derivadas de la nación canónica de la que se separan, por eso afirmamos que serían naciones fraccionarias.
Visto esto, pasemos a analizar el sintagma «nación de naciones», que -como hemos dicho- o es contradictorio o es redundante.
Es contradictorio porque si por «nación» entendemos nación política y por «naciones» naciones políticas entonces, en el caso de España como de cualquier otra nación soberana que se precie, por lógica no cabe más que sostener que no puede ser una nación política de naciones políticas, porque la nación política, en tanto soberana, pide la unicidad: la nación política es una e indivisible. El Estado es uno, frente a otros Estados en la dialéctica de Estados, y la pluralidad en el seno de ese Estado, en todo caso, correspondería a la dialéctica de clases y las complejidades de la política menuda y diaria. Y la prueba de que España es una nación política y Cataluña no, en tanto es sólo una parte formal de España, está en que los separatistas catalanes piden un Estado propio, esto es, una nación política (que ya no sería canónica sino fraccionaria, como parte podrida del todo de la nación canónica). Es decir, al pedir la «independencia» ya están reconociendo a España, porque de no reconocerla no la pedirían pues ya serían libres y soberanos, y por tanto no cabe separarse de algo que no existe. Así que la expresión «nación de naciones» es tan contradictoria como la expresión «Estado de Estados».
Es redundante porque si por «nación» entendemos nación política y por «naciones» naciones étnicas entonces España, como cualquier nación política, es una nación de naciones, porque no hay nación política que albergue en su seno una sola nación étnica, siempre hay varias naciones étnicas, en algunos países con más variedad y en otros con menos variedad, pero es imposible una nación política con una sola etnia (así como es imposible un Estado con una sola cultura, de ahí que el Estado sea multicultura de suyo).
¿Pero cuáles son estas naciones étnicas que conviven no sin polémica, como las culturas, en el seno de la nación política española? Esa es la cuestión. Pues estas etnias son los payos, los gitanos, los judíos, los moros, los chinos, los rumanos, los ecuatorianos, etc., etc. Y desde luego también lo serían los cientos de «sin papeles» que van llegando cada mes por las costas y que, en nombre de la ética, hay que dar acogida, pero las normas políticas o morales obligan a limitar el número de inmigrantes que pudieran beneficiarse de los recursos de un Estado, pues la continua acogida de inmigrantes haría colapsar dicho Estado. Acoger a los embarcados en el Aquarius por cuestiones «humanitarias» muestra que nuestros políticos no hacen política y tienen una idea ridícula (y por ende peligrosa) de su oficio.
Si Cataluña se separase de España y se formase como nación fraccionaria, entonces también sería una «nación de naciones», y también sería plurinacional en el sentido de que sería una nación política con diversas naciones étnicas, con muchos moros y afganos adeptos al islam, por cierto.
Pero, sin necesidad de ser profeta, cabe decir que, en tal caso, Cataluña no sería un Estado independiente sino una apariencia de Estado, una administración de terceras potencias (y en el caso del País Vasco -como decía Indalecio Prieto- un «Gibraltar vaticanista»). Aunque tampoco sería exacto decir que ha realizado la independencia, porque Cataluña (como Vascongadas) nunca ha sido una colonia, ya que el Imperio Español, en tanto Imperio generador, replicaba la metrópolis en las provincias y por tanto no había la asimetría del imperialismo depredador que se escindía entre la metrópolis y las colonias. Y además Cataluña siempre estuvo en la metrópolis y no en «ultramar», y de hecho nunca fue conquistada por el Imperio Español, siempre fue parte del mismo.
Como es difícil determinar qué y quiénes son los catalanes (si son los nativos o los empadronados en Cataluña, o para complicarlo aún más habría que añadir qué pasaría con los nacidos en Cataluña que no viven allí) y dada la cantidad de andaluces, extremeños, murcianos, y de todas partes de España y de otros lugares del mundo que residen en dicha región, es problemático afirma que Cataluña es una nación étnica, y reivindicar tal cosa destaparía el racismo que hay detrás de todo esto. Por eso los ideólogos separatistas apelan al mito tenebroso de la Cultura, encubridor del mito de la raza. Y se postula, aunque no hayan leído a Juan Teófilo Fichte, que una cultura pide un «Estado de cultura». Y el mito de la Cultura, que justifica todo los atropellos y estupideces que quepan imaginarse, está bien arraigado en la «izquierda española» (cabría decir «izquierda nini: ni izquierda ni española»); y de ahí que se solidaricen con los separatistas contra España, a la que ven como una «prisión de naciones». Pero no queda claro si con «naciones» quieren decir naciones políticas o naciones étnicas, cosa que al no disponer de Idea de nación ni de una taxonomía de este término oblicuo hace que lo confundan todo y el caos y cacao mental sea total. Sencillamente no saben lo que dicen, pero la papilla ideológica es lo que se impone, ya que es lo políticamente correcto aun siendo la mayor de las estulticias. ¡Ay del absurdo, cómo florece!
Los izquierdistas españoles no han asumido la cuestión nacional tal y como la plantearon Lenin y Stalin, porque -como ya en 1914 advirtió el primero-«buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo». Más bien la han planteado como lo hizo Otto Bauer y su concepción de la «autonomía cultural-nacional», que ya en 1913 fue criticada y triturada por Stalin en su obra clásica El marxismo y la cuestión nacional. La concepción de autonomía cultural-nacional fue imprudente para ponerla en marcha en Austria-Hungría, al quedar divididos los partidos socialdemócratas hasta en siente partidos diferentes de naciones diferentes, que hizo -como comentaba Stalin- que «un movimiento de clase unido se desparramara en distintos riachuelos nacionales aislados».
En los países occidentales, y en concreto en España, esto es algo inasumible, y todavía más ya bien empezado el siglo XXI. En este sentido el podemismo «plurinacionalizador» y el sanchismo gubernamental se aproximan más al austromarxismo y al krausismo que al bolchevismo. Y todo ello por el tenebroso mito de la Cultura que tanto daño ha hecho.
Daniel López. Doctor en filosofía