Eso es lo que pasa cuando uno incuba huevos de serpiente. Neutralizar esta violencia separatista se ha convertido ya en una auténtica cuestión de Estado.
Hay un amplio repertorio de términos para definir a los matones, chulos, escuadristas, macarras, etc., que ayer amenazaron de muerte a Alberto Fernández, del PP, en la celebración de la “Diada” en Barcelona. Hace mucho tiempo que esta celebración –asentada en realidad sobre una tergiversación histórica- se ha convertido en campo libre para que los energúmenos más radicales del separatismo catalán den rienda suelta a su violencia. La cual, por cierto, no se dirige sólo contra el PP: en la misma jornada, una militante de Convergencia era agredida y el presidente autonómico Montilla, socialista, era fuertemente abucheado. ¿De dónde sale esta violencia asfixiante, que hace imposible que Cataluña tenga una vida pública normal? Nace de la propia política nacionalista de Convergencia, generalmente secundada por el PSOE e Izquierda Unida (y, episódicamente, con la inhibición del PP), y prolongada después por el tripartito, que desde la educación a los medios de comunicación ha alentado el nacimiento de un clima de odio contra España. Odio que, tarde o temprano, termina saltando también sobre el propio campo. Eso es lo que pasa cuando uno incuba huevos de serpiente. Neutralizar esta violencia separatista se ha convertido ya en una auténtica cuestión de Estado.