Esa imagen de Ibarreche en olor de multitud es elocuente: en treinta años hemos construido un sistema donde ciertas personas creen estar por encima de la Justicia.
Ha sido muy notable esa especie de acto masivo de desagravio que ha organizado el nacionalismo vasco para arropar a su presidente autonómico, Ibarreche, en su comparecencia ante la Justicia. La estampa recuerda mucho a las movilizaciones organizadas por el nacionalismo catalán cuando Pujol hubo de pasar por el mismo trance. El mensaje es idéntico: el Gran Jefe, encarnadura viva del Pueblo, debe ser intocable para unas instituciones –los tribunales– que, al fin y al cabo, son “extranjeras”. La clientela nacionalista lo cree a pies juntillas. De nada servirá objetar que eso es tanto como cargarse el Estado de Derecho, pues éste, al fin y al cabo, siempre les ha importado un bledo. Ese es el problema. Y hay que cargarlo en el “debe” del Estado de las Autonomías.
Esa imagen de Ibarreche en olor de multitud es elocuente: en treinta años hemos construido un sistema donde ciertas personas creen estar por encima de la Justicia. Quizás España todavía esté a tiempo de rectificar la deriva separatista que nos aqueja; para eso trabaja esta Fundación. Pero es evidente que la tarea va a ser dura: hay demasiadas posiciones de poder cobradas so pretexto de la autonomía, la descentralización y el consenso. Cada día que pasa es más urgente rectificar este nuevo caciquismo.