Es inaudito en la historia reciente de España que un político socialista en activo reconozca tan abiertamente que su modelo educativo, la niña bonita de la LOGSE de 1990, hija legítima de la mancebía entre pedagogos de tres al cuarto, nacionalistas y socialistas, haya fracasado.


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Al parecer, motivado por la indignación que la produce «la diferencia entre Cataluña y Europa» en cuanto a resultados educativos, el consejero de Educación de Cataluña, Ernest Maragall, acaba de presentar las bases para la elaboración de una ley de educación de Cataluña, una ley de la que sobre todo ha remarcado especialmente su carácter de «ley de país», pues «estamos -prosigue- en condiciones de que el país tenga el modelo de educación que necesita, un modelo de educación propio de Cataluña».

Lo primero que hay que decir es que resulta, cuando menos, chocante que el prócer se indigne de los malos resultados educativos de su comunidad: primero, por el hecho inaudito en la historia reciente de España de que un político socialista en activo reconozca tan abiertamente que su modelo educativo, la niña bonita de la LOGSE de 1990, hija legítima de la mancebía entre pedagogos de tres al cuarto, nacionalistas y socialistas, haya fracasado; segundo, porque al hacer esto, el mismo consejero reconoce su propia incompetencia en el ejercicio de sus funciones.

Dicho esto, la verdad sea dicha, ahí no está lo más grave del asunto, pues según parece, la ley desarrollará aspectos como los que siguen: reconocimiento de la «potestad de decidir sobre sus necesidades pedagógicas, las cuestiones organizativas, los recursos humanos y los recursos económicos que necesite» para los centros, «funciones directivas con condiciones propias, con margen suficiente como para consolidar un equipo profesional suficiente y estable, que tenga capacidad para definir el perfil del profesorado que necesita» para los directores, creación de un «Instituto de Evaluación y Ordenación Curricular […] que también dirá cuáles son los saberes que los alumnos tienen que dominar en cada momento» y, finalmente, «creación de una función docente propia de Cataluña, con cuerpos docentes catalanes, con requisitos de acceso diferentes, con una mejor formación inicial y la creación de una carrera docente que incluya la posibilidad de promoción profesional.»

Ante este panorama, escondido tras el lema de «equidad y excelencia», ¿quién puede negar la evidencia de que no hay otro objetivo que el de perfeccionar la industria por la cual la escuela pública de la Comunidad Autónoma de Cataluña inventa, fabrica y produce a la nación catalana, con no otro objetivo que el de transformar a las cohortes de futuros ciudadanos españoles en las fieles mesnadas nacionalistas que aplicarán como un resorte el apelativo de «feixista» a todo aquel que no comulgue con su embeleco?

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA