Hacía muchos, muchos años que las dos Españas no resultaban tan visibles como hoy. Y la responsabilidad esencial hay que imputársela al Gobierno y al partido que lo sostiene.
Ha muerto el ex dictador de Chile, general Augusto Pinochet. Sin que el ciudadano termine de entender muy bien por qué, el episodio ha dado pie a un nuevo rifirrafe entre el Gobierno y la oposición. La causa de la querella han sido unas declaraciones del secretario de organización del partido gobernante, José Blanco, que no pierde oportunidad para azuzar un enfrentamiento que ya se eleva a niveles de tensión francamente irritantes. Se diría que cualquier cosa, cualquiera, es útil para seguir ahondando las divergencias entre españoles.
Lo grave no es lo que uno piense o deje de pensar sobre Pinochet. Lo grave es que ya cualquier cosa se convierta en arma arrojadiza entre los dos grandes partidos. Hacía muchos, muchos años que las dos Españas no resultaban tan visibles como hoy. Y la responsabilidad esencial hay que imputársela al Gobierno y al partido que lo sostiene, que, por lo que parece, espera sacar provecho de tan artificial división. ¿Quizá enmascarando con ella otras cuestiones? En todo caso, es una grave irresponsabilidad política y moral.