Un discurso fallido y plagado de mitos


img_dduch_20150825-183353_imagenes_lv_propias_dduch_20150825-5-12-kEa-U40125680822M0D-992x558_LaVanguardia-Web.jpg

En la más rancia tradición aliciesca y zapateril, Pedro Sánchez ha pronunciado en la tribuna del Congreso de los Diputados un discurso de investidura, o de su intento, pues está anunciado el fracaso de su personal propósito, que responde perfectamente a esa extraña concepción que el madrileño tiene de lo «histórico». Si históricos, Sánchez dixit, fueron los resultados electorales cosechados por su partido el 20 de diciembre, también fue histórico, a su decir, ese viscoso pacto que ha establecido con Ciudadanos, único partido que hasta la fecha apoya al socialista. Histórico porque durante más de hora y media en la cual pudo verse a muchas de sus señorías matando el tedio a base de pantallas táctiles, Sánchez exhibió su proverbial sectarismo al tiempo que dejaba claro hasta qué punto anda el socialdemócrata atrapado en los mismos mitos que muchos de sus compañeros de partido y de muchas tantas señorías políticas con asiento en la Carrera de San Jerónimo.

Muchos son los comentarios que podrían hacerse al respecto de su intervención, entre ellos esa afición al chascarrillo al que los políticos de las nuevas oleadas, tan curtidos en las tertulias televisivas que les han aupado hasta sus actuales posiciones, son tan aficionados. Sin embargo, no esa la crítica que nos interesa en este editorial que habrá de completarse una vez se hayan desarrollado las réplicas que el bachiller Francisco Javier López, Presidente del Congreso de los Diputados, ha dejado para el día siguiente de la intervención de su compañero de partido. Nos detendremos, más allá de las formas algo petulantes de Sánchez, en determinados contenidos a los que nuestra Fundación presta especial interés.

Varios son los pactos que, sin detallar en modo alguno, ha propuesto el aspirante a la Moncloa. El primero de ellos es el de la Educación. De las vaguedades del socialista en tal asunto, cabe deducir que para él la garantía de que los españoles puedan ser escolarizados en la lengua española es algo despreciable. O lo que es lo mismo, Sánchez blindará precisamente la discriminación en una cuestión tan fundamental como esta, de aquellos españoles que quieran que sus hijos estudien en la lengua de Cervantes en amplias áreas de la Nación. Nada hay de extraño en tal postura, pues el PSOE se ha distinguido por asumir cualquier postulado particularista que fuera en contra del fortalecimiento de la Nación. Al cabo, su indeterminado proyecto federal no es sino un intento de postrarse ante las oligarquías regionales tan nostálgicas del Antiguo Régimen como contaminadas por atavismos católicos –el miedo al liberalismo español- decimonónicos.

El siguiente de los pactos nos conduce a otro de los mitos que causan pasmo entre la socialdemocracia española: la Ciencia, en singular. Sin tener la menor noción de qué sean esas así llamadas ciencias, que no Ciencia en singular, la invocación de las mismas sirve para contentar a una parroquia embelesada por igual con las batas, las probetas o con las energías positivas…
Por último, no podía faltar en tal retahíla, el otro gran mito, el de la Cultura, o lo que es lo mismo dentro de nuestra Nación: una serie de industrias que cumplen un importante papel propagandístico y que conviene tener a bien si el político de turno no quiere que le monten las habituales y chuscas escenas pagadas con el dinero de todos.

Cabe señalar, además, que a diferencia del Partido Popular, el PSOE, consciente de lo importante que es el cultivo de estos mitos y sus correlatos gremiales, en el caso de llegar al poder, así lo ha dicho Sánchez apelando a la «próxima semana», legislaría de inmediato en lugar de andar mareando la perdiz –nos estamos refiriendo ahora a las leyes educativas y a la inspección del Estado- como ha hecho el siempre acomplejado PP en una materia tan esencial como es la educativa, verdadero vivero en el que se cultivan ideas hispanófobas sin cuenta.

Por último, no podía faltar un tema tan importante como el catalán, es decir, el intento de las sectas catalanistas de perpetrar un histórico, ahora sí Sánchez, robo a la Nación española por medio de la sedición de una de sus partes. Es en tal aspecto donde Sánchez ha vuelto a mostrar su verdadera faz y la de un partido aliado en tal territorio con el PSC. Como si de un obligatorio mantra se tratase, Sánchez se ha apresurado a señalar que Cataluña, como si cualquier otra región española no los tuviera, posee una cultura, una lengua y una identidad. Manejándose con tan oscuros conceptos, el socialista se ha limitado a ofrecer y ofrecer con el indisimulado objetivo de ganarse el voto de los pseudopartidos que de forma inexplicable, y en ello tienen igual responsabilidad el PP y el PSOE, operan dentro de la legalidad española.

Quedaba, por supuesto, el último ofrecimiento a estas sectas: la oferta de una reforma constitucional que diera a España una estructura federal, lo que no es sino un subterfugio para ofrecer privilegios a las zonas secularmente privilegiadas de España. Es ahí precisamente, donde Sánchez necesita, ni más ni menos, que a ese partido al que ha lanzado sus insistentes noes, el Partido Popular, imprescindible para llevar a cabo el descabellado proyecto de quien acaso esté viviendo sus últimas horas como líder de un PSOE que probablemente le ofrezca un lucrativo retiro europeo en pago a los servicios prestados.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española