El escrito de España Plurilingüe pretende «conseguir un amplio consenso social, territorial y político en favor del desarrollo de todas las lenguas de España y de la convivencia lingüística entre todos sus ciudadanos»
Las páginas del diario El País han servido para que el periodista barcelonés Xavier Vidal-Folch publicara, en el día de la Inmaculada Concepción, un artículo titulado «Espanya, Espainia, España» que constituye una apología del plurilingüismo en una España en la que, al parecer, se sentirían más a gusto un conjunto de compatriotas hoy descontentos a causa de circunstancias relacionas con las lenguas vernáculas.
El artículo, en definitiva, no es sino la invitación al lector a adentrarse en un texto titulado Manifiesto por el reconocimiento y el desarrollo de la pluralidad lingüística de España elaborado nada menos que por «creadores culturales y académicos, profesionales, expertos y políticos vinculados al estudio, al debate, a la enseñanza y a la gestión lingüística en universidades y escuelas, instituciones y entidades, administraciones públicas y medios de comunicación, procedentes de todas las comunidades autónomas, con el objetivo de conseguir un amplio consenso social, territorial y político en favor del desarrollo de todas las lenguas de España y de la convivencia lingüística entre todos sus ciudadanos».
El escrito de España Plurilingüe, nombre bajo el cual opera el heterodoxo grupo arriba expuesto, pretende «conseguir un amplio consenso social, territorial y político en favor del desarrollo de todas las lenguas de España y de la convivencia lingüística entre todos sus ciudadanos», objetivos entre los cuales llama la atención, al margen de otras consideraciones, el uso del vocablo «territorial», pues son bien conocidos los efectos distáxicos que ha producido en la España autonómica la adscripción al terruño, considerado poco menos que una sacrosanta esencia eterna sobre la que asientan sus pies individuos consagrados a custodiar las llamadas señas de identidad cultural, entre las cuales figuran destacadamente lo que en Francia llamaron patois.
Fieles al prisma autonómico, apoyados en argumentos leguleyos, los abajofirmantes exhiben unas estadísticas que tratan de presentar una España multilingüe, ocultando la verdadera realidad: el hecho de que pese a que el 47% de los españoles viven en una Comunidad Autónoma con más de una lengua, todos ellos conocen y manejan el español, lengua común de todos ellos a menudo marginada en tales regiones al ser expulsada de las aulas, de las calles y de todo aquello que tenga que ver con el mundo oficial .
En cualquier caso, estas cifras y otros discutibles razonamientos, conducen al colectivo a proponer el desarrollo del plurilingüismo de España, estado al parecer ideal que, además de lograr que «millones de ciudadanos se sientan reconocidos en su especificidad y en sus derechos lingüísticos», obraría el milagro desactivar «conflictos entre lenguas que solo responden a su instrumentalización interesada, ideologizada y en ocasiones partidista». El colectivo, en un ejercicio de cínica equidistancia, no precisa quiénes son los instrumentalizadores ni los instrumentalizados, presuponiendo que existen ya una serie de bloques lingüísticos tan precisos que permitieran delimitaciones legales ajenas a planteamientos ideológicos. El manifiesto canta las bondades del plurilingüismo, un patrimonio, a su metafísico decir, «inmaterial», cuyo cultivo y desarrollo favorecería la «mejora de la convivencia», mejoraría «los procesos de aprendizaje», ofrecería gremialistas «oportunidades personales, profesionales y académicas», promovería «la implantación y la innovación del sector de la tecnología lingüística», e incluso, fuera de nuestras fronteras «prepara mejor para el plurilingüismo europeo», excelencia esta última que choca con la obstinada realidad de una Europa que, salvo contadas excepciones, apenas reconoce una lengua oficial por nación, refrenando, tal es el caso de Francia, los intentos de expansión educativa de las lenguas regionales, tan útiles a la hora de balcanizar una nación.
La propuesta de España Plurilingüe, en suma, es ya música vieja para quienes, como la Fundación DENAES conocen el alcance político que han tenido en España iniciativas que tienen como punto de origen la protección de estas lenguas regionales sobre las cuales han edificado su iglesia las diversas sectas sediciosas que operan en nuestra nación. No es necesario recordar al lector que fue la Iglesia quien con mayor celo cultivó, frente al idioma español que transmitía el ideario liberal decimonónico, las lenguas locales en nuestra nación del mismo modo que antes lo había hecho en Hispanoamérica pretendiendo encapsular a los naturales. Y ello por no mentar al franquismo, quien, mal que les pese a algunos ardorosos antifranquistas del siglo XXI, protegió tales lenguas.
En la Fundación DENAES somos plenamente conscientes de que el patrimonio lingüístico español tiene un gran valor, sin embargo, no somos tan ingenuos como para poner en pie de igualdad, por su potencial histórico y político, el idioma de Cervantes con el resto de lenguas que se hablan en España. Por ello, miramos con recelo este engañoso manifiesto, uno más, cuyo desarrollo no haría sino debilitar, pese a fortalecer a determinado grupo de traductores, filólogos y censores locales, a nuestra nación.
Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española