En medio de la escenificación del No rotundo de la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados a la investidura del socialista Pedro Sánchez, destacó de entre los discursos de las fuerzas políticas minoritarias el del separatista catalán Juan Tardá, verdadero canon de la sedición y la amenaza en contra de la identidad y la unidad de la Nación Española
Dentro del esperpento de esta sesión de investidura que hoy termina en su segunda votación, iniciada con el discurso fatuo de Pedro Sánchez del que ya dimos cuenta en el anterior editorial, ha destacado por el camino la demagogia de Pablo Iglesias Turrión, quien esta misma semana, haciendo gala del famoso refrán «consejos vendo, pero para mí no tengo», tuvo el cuajo suficiente para celebrar la excarcelación del terrorista etarra y batasuno Arnaldo Otegi, e invocar en sede parlamentaria la cal viva usada por los GAL en tiempos de Felipe González, en su réplica al candidato Sánchez, culminada con beso en la boca al líder de la confluencia separatista catalana de Podemos, Javier Domenech, buena muestra de que Iglesias y el partido morado no superan la categoría de producto de marketing televisivo.
Sin embargo, de entre todos los discursos que se sucedieron en esta inane y protocolaria jornada, destacó uno en especial. Se trató ni más ni menos que del turno del representante en el Congreso de los Diputados de la secta separatista ERC, el ya veterano en estas lides Juan Tardá, quien realizó un preámbulo explicativo del sentido de su No a Pedro Sánchez especialmente llamativo, digno de los historiadores provistos de retrovisor tan habituales en nuestra democracia coronada.
Poco importó que, alrededor de la una de la tarde, la señal de TVE cortase la retransmisión en directo del discurso del líder separatista, para conectar con entrevistas con los diversos representantes para valorar el transcurrir de la manaña. La intervención de Tardá tuvo, para el televidente de la televisión formal mínimamente informado, la apariencia de una suerte de Guadiana, pero muy ilustrativo. Lo que pudimos ver del discurso de Tardá dejó bien a las claras la peculiar «memoria histórica» que el separatismo catalán realiza de la Historia reciente de la Nación Española, y del papel que en ella ha jugado la Cataluña que, según este singular separatista, ha intentado sin éxito «reformar España».
El discurso del habitual bufón del separatismo catalán no sólo volvió a proclamar por enésima vez la «República Catalana», sino que invocó sorprendentemente varios hechos en los que se vio envuelto el separatismo catalán. Así, señaló hacia los ya lejanos acontecimientos de Octubre de 1934, en el contexto del golpe de estado del PSOE y otros partidos de la derrotada en las urnas «coalición republicana socialista», contra la Segunda República, aprovechando la Esquerra Republicana de Cataluña de Companys para proclamar, literalmente, la «Republica Catalana dentro de la República Española». Sin embargo, siempre según Tardá, bastaron setenta y dos horas para que estos sin par separatistas comprendieran que había que actuar «con responsabilidad» y volver al redil legal. Así interpreta, desde su cobardía congénita, lo que fue una huida de Luis Companys y los suyos por las alcantarillas que evacuan cerca del Palacio de la Generalidad, al verse rodeados por el ejército republicano español en Octubre de 1934.
Asimismo, no tuvo vergüenza alguna Tardá para apelar a la llegada de José Tarradellas a España, tras la muerte de Franco, en 1977, para restaurar la idea de una Cataluña dentro de la «España plural» [sic], una vez superado el pesado lastre del centralismo franquista. Así, en la Constitución Española de 1978, concretamente en su Artículo 2, habría aparecido el término «nacionalidad», que según Tardá «tiene copyright catalán». Ahí acierta sin duda el singular parlamentario sedicioso, sorprendentemente serio y documentado en sus afirmaciones, pero sólo parcialmente: la «nacionalidad» reconocida en la Constitución de 1978 fue una fórmula catalana para reconocer su presunta «singularidad cultural», sin negar la Nación Española en sentido político, inspirada por la distinción, procedente de Federico Meinecke y Hans Kohn, entre «naciones políticas» y «naciones culturales». Precisamente el PSOE, en su IX Congreso de Toulouse de 1964, invocó el concepto de «nacionalidad» referido a la Península Ibérica y no a la Nación Española, en el marco de una confederación republicana, no exactamente de una república española. Juan Tardá pareció haberse estudiado a fondo la historia del PSOE más que Pablo Iglesias Turrión. Incluso Tardá fue más allá al invocar el ejemplo de Bélgica, unitaria y monolingüe hace décadas, pero ahora federal y «felizmente» bilingüe y con traducción simultánea en los consejos de ministros, con la amenaza de las tensiones separatistas de los flamencos.
En las réplicas posteriores, Pedro Sánchez, quien en su día apoyó a Rajoy en su postura de no ceder nada ante los separatistas (de hecho, en su réplica Sánchez señaló, en consonancia con el denostado Rajoy, que, Tardá quiere «fracturar a España y situar a Cataluña fuera de la Unión Europea», dejándoles muy claro que «si siguen por la senda de la independencia unilateral se situarán fuera de la ley»), intentó sin éxito apelar a una cierta «descentralización» como contrapunto a la «centralización» que atribuye a los cuatro años del Partido Popular, pero obviamente Tardá no se creyó nada de quien considera «escaso de talla de estadista»: en nada afectan las fatuas reformas federales de la Constitución de 1978 («Hoy aquí estamos vacunados, señor Sánchez, ante sus propuestas mínimamente federalizantes», afirmó literalmente Tardá), para quien sólo le sirve la huida hacia adelante, de cara a conseguir algún rédito más que en los últimos años no han podido obtener.
Desde la Fundación Denaes valoramos el discurso de Juan Tardá como el síntoma que provoca el sectarismo de diversos partidos nacionales, respecto a la cuestión fundamental de la defensa de España: lo primordial, que es sostener la continuidad de nuestra Nación en el tiempo, es postergado en pos del reparto de sillones o el menosprecio sectario a la lista más votada, suministrando así oxígeno a las sectas separatistas, que aprovechan el vacío de poder para rearmarse y prepararse para nuevos golpes de mano contra la Nación Española.
Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.