Es escandaloso, además de extraño, que sea un Gobierno el que levante sospechas de indecencia.


Que el terrorismo se comporte de forma indecente no es extraño ni
escandaloso: está en su naturaleza. Por el contrario, es escandaloso, además de extraño, que sea un Gobierno el que levante sospechas de indecencia. Y ese es exactamente el supuesto en el que está incurriendo el Gobierno español en el enésimo episodio de su «proceso de paz» con la banda terrorista ETA. Todos estaríamos dispuestos a creer al Gobierno cuando se deshace en protestas de firmeza, si al mismo tiempo no hubiera tres o cuatro portavoces gubernamentales preparados para decir que ETA no se está rearmando, para atacar a las víctimas del terrorismo o para seguir exigiendo a la sociedad que confíe en el fantasmal «proceso». Sobre todo, estaríamos todos dispuestos a creer en el Gobierno si su presidente asumiera el liderazgo –que le corresponde– en la defensa de las libertades y de la ley contra el terrorismo. Mientras eso no pase, el Gobierno Zapatero seguirá bajo
sospecha.