La serie televisiva Carlos, Rey Emperador, con la que TVE pretendió continuar los designios exitosos de Isabel, ni acumuló idénticos elogios ni ofreció una imagen de la España del siglo XVI muy diferente a la de la Leyenda Negra antiespañola


Carlos_Rey_Emperador.jpg

A finales del pasado año 2015, y también en el comienzo del actual 2016, fue emitida en Televisión Española la serie televisiva Carlos, Rey Emperador, cuyas pretensiones eran ni más ni menos que continuar con los designios de la exitosa serie Isabel, con el intermedio de la película La Corona Partida que aún entonces no se había estrenado en los cines.

No obstante, ya desde el inicio Carlos, Rey Emperador manifiesta una trayectoria muy diferente de la mostrada en Isabel: si la católica reina comenzó desde la nada y alcanzó la gloria tanto personal como la que correspondía a sus reinos por el cargo que ostentaba, su nieto Carlos comienza en la cúspide, heredando la Nación Española consolidada como reino único por sus abuelos los Reyes Católicos, y su tarea es consolidar la gran herencia recibida; si la trayectoria de la Reina de España por antonomasia se enredaba en constantes idas y venidas, la del Rey Emperador aparece teóricamente más nítida… pero enredada en una gran cantidad de personajes secundarios cuyas trayectorias provocan una gran confusión para cualquier espectador.

Es bien sabido que Carlos de Gante desembarca en 1516 en una España cuyos usos y costumbres desconocía, al ser educado, al contrario de su hermano Fernando, en Flandes y no llegar a conocer a sus abuelos, pronto se hace con las riendas de ese reino, y también hace suyo el Sacro Imperio que le correspondía por herencia. Lo cual no quiere decir que haya que aceptar la ya consabida retahíla a que invocan constantemente los guionistas de la serie: “Carlos I de España y V de Alemania”, “Carlos, Rey Emperador”; o como decía el lema del escudo de Carlos: Carolus, Imperator et Dux Monarchia Hispaniae. Pareciera que, al igual que afirman muchos historiadores, el único imperio realmente existente en el mundo occidental de la época fuera el Sacro Imperio Romano Germánico, el “corazón de Europa” tan invocado en nuestro tiempos de pánfilo europeísmo…

Sin embargo, bien sabemos que lo que históricamente se ha denominado como Imperio Español desbordaba con mucho las “aspiraciones al imperio” de un Alfonso X casado con Beatriz de Suabia en el siglo XIII y las potestades del ”emperador alemano”, que dirían las Mocedades de Rodrigo, del Cid Campeador, cuya autoridad no es aceptada por Fernando I el Magno. La Nación Española que llegaba como estado unificado en tiempos de Carlos I ya se había conformado previamente como Imperio frente al Islam, desde los Reyes de Oviedo pasando por los reyes leoneses y castellanos. Y tras expulsar a los musulmanes de la Península Ibérica y descubrir América en 1492, formará un Imperio Universal mucho más allá de los dominios europeos. Pero ya sabemos que para los singulares guionistas de esta serie, al igual que sucedía con los de Isabel, la Nación Española no existe; nada saben de todas estas referencias históricas, pese a ser asesorados por presuntos historiadores. Unos historiadores que, por no mencionar, ni siquiera mencionan la primera globalización, la primera vuelta al mundo protagonizada por Juan Sebastián Elcano, que le sirvió a Carlos I para poner en su escudo el famoso Primus circumdedisti me…

Precisamente, uno de los personajes más destacados en esta teleserie es Hernán Cortés, “el conquistador de lo imposible”, cuya caracterización está calcada de la Leyenda Negra antiespañola. El conquistador de Medellín es esbozado, con muy poca originalidad, como un fanático religioso, pese a que en su expedición no hay un solo misionero (el corrupto Fray Bartolomé de Las Casas, antiguo encomendero y vividor a costa del oro azteca, aparecerá después, presentado como un protector de los indígenas según los tópicos al uso), ni tampoco a las numerosas tribus indias que le ayudan solidariamente para destruir al Imperio Azteca que les canibalizaba. La famosa Noche Triste, en la que Moctezuma muere y le sustituye un Cuauhtemoc cuyo vestuario parece salido de Mad Max, parece surgida de la nada, sin referencia a los sacrificios humanos que la motivaron; los asesores de la serie simplemente dicen que Cortés “ha destruido un paraíso” [sic]. En un vulgar resumen, la serie equipara a Cortés con el Emperador Carlos I: ambos simplemente ansían el poder, el dominio, sin atender a los contenidos del mismo…

La serie decepciona además porque a tal elenco de personajes, que van sucediéndose ante el desconcertado espectador, los guionistas no son capaces de ofrecerles una trama clara y unos rasgos definidos; ni tan siquiera Álvaro Cervantes, en el papel de Carlos, es capaz de presentarse más que una suerte de joven que, como si fuera el Felipe II biografiado por el sedicente historiador Henry Kamen, es una persona sumamente normal y vulgar, alguien que gusta de la caza, de la compañía de su esposa, la emperatriz Isabel de Portugal, y tiene ambiciones de progresar, como cualquier ser humano.

Tampoco lo planes políticos del Emperador, una vez reducido todo su ideario a su “voluntad de dominio”, presentan más que un caos indefinido: las batallas gloriosas, tales como Pavía (donde es preso su primo el Rey de Francia Francisco I, el “igual” que quería Milán), la ruptura del sitio de Viena por las fuerzas de Carlos que obligan a retroceder al Imperio Otomano (tan importante hoy en un momento en el que la amenaza islamista vuelve a cernirse sobre Europa) o el Saqueo de Roma, quedan en nada a causa de la ausencia de presupuesto y figurantes sumada a la indefinición señalada. Los únicos personajes que ofrecen una cierta solidez y verosimilitud son meramente secundarios: Francisco I, muy bien interpretado por el conocido de otras teleseries Alfonso Bassave, el fanático Lutero, interpretado por un clon del monje alemán de nombre Mingo Rafols, o el líder de la Liga Protestante de Smalkalda, Federico de Sajonia, intepretado por Andrés Lima, el mismo cuya obesidad provocó su apresamiento en la Batalla de Mulhberg.

Desde la Fundación Denaes lamentamos que la continuación de los designios de la teleserie Isabel y de la película La Corona Partida haya hecho bueno el refrán que afirma que segundas partes nunca fueron buenas. Desgraciadamente, resultan tan amplicados los defectos que ya aparecía en Isabel, que Carlos, Rey Emperador, con su carencia de medios y su deslabazado guión no puede ser juzgada más que como uno de tantos vulgares fiascos negrolegendarios que se han trazado de nuestra Historia, concretamente del semblante del Emperador del Imperio Español, Carlos I.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.