Ante la arrogancia del líder secesionista catalán Arturo Mas en un coloquio en el Foro Nueva Economía donde el presidente de CiU llegó a advertir (es decir, a amenazar) a España para «prepararse» ante la eventualidad de una sentencia del Tribunal Constitucional contraria al Estatuto, José Bono, el pacifista ex ministro de defensa y una de las sorpresas de última hora de la campaña electoral de Z., ha tenido -no sabemos si en su condición de presidente «in pectore» del Congreso de los Diputados- la feliz ocurrencia de afirmar que «las naciones son un invento». Semejante «tesis», pronunciada -suponemos- en defensa de la Nación española frente a las embestidas separatistas de CiU, entronca de algún modo, sólo que radicalizándolo todavía más, con aquel aserto del presidente del Gobierno según el cual «la nación es un concepto discutido y discutible» y pone de manifiesto la incapacidad de la socialdemocracia española a la hora de responder debidamente a las insolentes pretensiones del nacionalismo fraccionario catalán, vasco o gallego.

Y es que, en efecto, si bajo la coartada de que «todas las naciones son un invento» se sitúa a la nación fraccionaria que ciertamente se fundamenta en la basura historiográfica (sea en la batalla de Arrigorriaga, sea en la Diada de 1714, sea en los suevos o en el reino de Galicia, según los casos) en pie de igualdad con la nación política española, entonces se entenderá realmente muy bien que alguien, al menos desde la perspectiva de quien confía en las virtudes mágicas del «diálogo», de la «democracia», de la «constitución» y no sabemos de cuántas imposturas más, prefiera en efecto «morir a matar». Es decir, si no sólo la nación catalana o la nación vasca o la nación gallega o la nación del Bierzo sino también, y muy principalmente, la nación española constituyen meros «inventos» arbitrarios, no se verán al parecer mayores razones para dejar de mover un solo dedo ante el trámite de defender tales «fantasías discutidas y discutibles» de las amenazas de extinción que pesan sobre ellas. Y ese efectivamente parece haber sido el verdadero leit motiv que ha guiado a la socialdemocracia aliciana en la presente legislatura.

Pero, adviértase, es justamente esta negligencia enteramente culpable -por no decir otra cosa- por parte del PSOE en lo relativo a la defensa de la unidad de la Nación española lo que, a la manera de un “efecto Pigmalión”, termina por convertir de hecho la propia existencia de la nación en un «invento» que, incapaz de arrostrar eficazmente tales amenazas por parte de sus enemigos, acaba por pesar tan solo sobre el papel… mojado de la Constitución cuya efemérides celebramos hace algunas semanas con dicha renovada. «La nación española no es, efectivamente, más que un invento -habría podido responder Mas a la astracanada del ex presidente castellano manchego- puesto que yo me permito atacar su soberanía sin que tú, en cambio, puedas hacer otra cosa, salvo de boquilla, que tolerar mis amenazas y sentarte a esperar a que termine de expropiar una parte esencial de lo que según la Constitución pertenece, sin embargo, a todos los españoles».

Desde la Fundación para la Defensa de la Nación Española no podemos ni queremos ocultar la circunstancia de que la simpatía que nos despierta José Bono, sin perjuicio de las elevadas dosis de huera demagogia que las más de las ocasiones inyecta en sus intervenciones públicas, es sin duda más profunda que la que puedan merecernos otros políticos del Partido Socialista; y, sin embargo, tal estima no puede constituir óbice alguno para que nos permitamos, precisamente por ella, recordarle algo que ya sabía muy bien don Manuel Azaña: «España no es un mito». Ciertamente: la Nación española no es ningún invento.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA