Las tensiones intestinas de Podemos muestran bien a las claras hasta qué punto la confederación que ellos ahora muestran como natural y casi perfecta estructura, puede conducir a la fractura


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Dentro del ambiente viciado por el sectarismo y las ambiciones personales que está caracterizando el periodo postelectoral, la tarde del martes día 19 de enero ha dejado una noticia que muchos barruntaban: el fraccionamiento, al menos formal, de Podemos.

En efecto, el inicial propósito de Podemos de formar un solo grupo parlamentario se ha desvanecido al conocerse la renuncia de cuatro diputados del pancatalanista Compromís, quienes, a pesar de que van a intentar crear un grupo propio, probablemente terminarán integrados en el Grupo Mixto. En tal contexto, Podemos se constituirá, por lo que toca a lo territorial, fundamentalmente con agrupaciones de Galicia y Cataluña, tras otra renuncia aún más antigua: la de tener cuatro grupos diferentes no sólo vinculados a tales regiones, sino también a jugosos dividendos económicos.

La cuestión no es baladí, pues resulta que la propuesta de los cuatro grupos era la que más distanciaba a Pedro Sánchez, apóstol del federalismo indefinido a través del cual quiere otorgar privilegios a determinadas partes de la Nación española, y al plurinacional Iglesias, cuya ardorosa defensa del llamado «derecho a decidir» conduce directamente a la balcanización de España, si sus pretendidas dotes seductoras no lo remediaran a tiempo. En el nuevo panorama que parece abrirse, veremos cómo evolucionan esos hipotéticos pactos que tanto se alejan de lo salido de las urnas, resultados que estos interesados exégetas de la voluntad popular suelen deformar, ajustando sus formas a su particular e ideológico lecho de Procusto hasta hacerlos coincidir –pensemos en lo ocurrido recientemente en Cataluña- con sus objetivos partidistas.

A la espera de conocer cómo se precipitan los acontecimientos en estos oscuros manejos organizados entre bambalinas, queremos señalar desde la Fundación DENAES las dos principales derivas distáxicas en las que se encuentran cautivos tanto Sánchez como Iglesias. Veamos.

Por lo que respecta a Sánchez, a quien hasta sus propios compañeros de partido le afean el impúdico espectáculo que está dando con el único objetivo de alcanzar la Moncloa a cualquier precio y, por supuesto, reeditando una versión nacional del pacto del Tinell, es ya una constante su apelación, cual político bálsamo de Fierabrás, a una reforma de la Constitución que permitiera darle a España una estructura federal. La mágica solución, es evidente, tiene los ojos puestos en Cataluña, región donde el PSOE mantiene un clásico y ambiguo acuerdo con los catalanistas del PSC. La justificación de dicha propuesta es esa ocurrencia de inspiración publicitaria, propia o fabricada por alguna cabeza pensante del partido, consistente en decir que el PP «da alas» al separatismo, falsedad fácilmente demostrable si se tiene en cuenta que según las encuestas, en un territorio donde tanto arraigo tiene la hispanofobia como las Vascongadas, el sentimiento separatista ha mermado en los últimos tiempos. El dato, que desmonta su débil línea argumental en este aspecto tan importante, no debe ocultar los graves problemas que acarrearía una tal reforma federal, de la que Sánchez no es capaz de esbozar más que unos torpes y tópicos argumentos con los que intenta contentar a los separatistas, de la que España –recuérdese el cantonalismo de la I República- podría salir muy dañada, pues tras la necesaria fractura previa a la configuración de las hipotéticas naciones o repúblicas –convendría que Sánchez nos dijera cuántas- es más que dudosa su reunificación federal.

Si esta es la oferta de Sánchez, la de Iglesias es aún más endeble en lo doctrinal y más dañina en su posible realización. «Nación de naciones», tal es la imposibilidad política que pretende todo un profesor universitario que se ha ganado los garbanzos enseñando tal materia. Una «nación de naciones» que fracturaría la nación española –«Estado español» para Iglesias y sus conmilitones, tan aficionados a esta fórmula del franquismo- conduciéndola a la balcanización. Tan previsible resultado ya lo apuntan gentes de su propio y «plurinacional» partido, como ha podido verse tras la reciente escisión.

Podemos ha sufrido en carne propia los efectos de su configuración, esa confederación de grupos cuya estructura se ha hecho evidente en estas fechas en las que quienes se dicen herederos de los indignados se agrupan según sus terruños.

Las tensiones intestinas de Podemos muestran bien a las claras hasta qué punto la confederación que ellos ahora muestran como natural y casi perfecta estructura, puede conducir a la fractura, pues, sépanlo o no tan emotivos y variopintos políticos pertenecientes a la casta que antes tanto criticaban, la confederación no sólo reconoce la soberanía de los confederados, sino que estos, en lugar de disolverla como es el caso de la federación, la conservan y pueden reasumirla en cualquier momento, procediendo a la separación.

No queremos cerrar este editorial sin señalar hasta qué punto estas dos formaciones, llamarlas partidos nacionales nos parece un exceso, se miran complacientes en el espejo, tratando de reproducir su estructura en la propia España, aro por el cual confiemos que nuestros compatriotas no estén dispuestos a pasar.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española