Carles Mulet antes de ser senador: «ni me creo la Constitución ni la figura del rey, y si tengo que prometer el cargo por imperativo legal lo voy a prometer tranquilamente»


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Que el grupo político valenciano Compromís es uno de los más peculiares de toda esa miríada de partidos surgidos en la estela del 15M, parece fuera de toda duda. Autodefinido «de izquierdas», Compromís es uno más de esos partidos no nacionales, en rigor un no partido si desde la plataforma de la nación española lo avistamos, obsesionado con la exacerbación de los más atávicos componentes del aldeanismo, en este caso, valenciano. A la última en cuanto a modas ideológicas –lo mismo se preocupa de la esterilización de gatos que del fomento del feminismo más ramplón- se trata, Compromís per València, que así se identifica este colectivo empeñado en marginar la lengua de Cervantes en unas tierras que la Constitución española ha posibilitado conformarse como comunidad autónoma, el grupo que sonríe y guiña un ojo en su logotipo, lo hace a cualquier plan desnacionalizador que tenga a la vista.

En tal contexto ideológico no puede extrañar una de sus últimas ocurrencias.
El lugar escogido para escenificar una escena que sólo cabe calificar de bufa ha sido ni más ni menos que el Senado, institución que los más irresponsables políticos del momento pretenden convertir en una cámara de representación territorial. Allí, en el Senado es donde se ha producido una enérgica y solemne protesta por interpretar como un «veto» de la Mesa de esta Cámara la no admisión a trámite de una pregunta que haría carcajear a cualquier hemiciclo de una nación posterior a la Revolución Francesa o a la gaditana Constitución de 1812.

La ocurrencia, consistente en instar a la Casa Real a que pida perdón por la aprobación de los decretos de Nueva Planta en 1707, por el rey Felipe V, ha venido a cargo del senador de Compromís Carles Mulet, viejo miembro de la casta política valenciana plenamente intoxicado de regionalismo e hispanofobia, valga la redundancia, en las aulas de la Facultad de Filosofía de Valencia, que antes de ocupar su curul manifestó lo siguiente: «ni me creo la Constitución ni la figura del rey, y si tengo que prometer el cargo por imperativo legal lo voy a prometer tranquilamente».

Como era de prever, la Mesa de esa suerte de Torre de Babel dialectal que, así configurada por el PSOE y con un PP que no ha tenido los arrestos de devolverla a su anterior situación, sirve de escenario para que los senadores, todos ellos perfectamente conocedores del español, hagan uso de pinganillos para entenderse, no ha admitido a trámite la pregunta, hecho que ha causado consternación en el grupo valenciano, al que bien puede catalogarse como austracista toda vez que lo que Carlos V abolió fue una serie de disposiciones mantenidas durante el reinado de la casa de Habsburgo.

Contumaz, el autodenominado aldeano Mulet, no descarta darle forma de moción a su pregunta, intentando de esto modo que prospere la absurda condena que requieren estos grupúsculos obsesionados con la figura regia a la que a menudo han quemado en efigie al grito de «¡Muera el Borbón!», amparándose en el así llamado derecho de expresión.

La noticia, no por esperpéntica deja de tener una cierta hondura y unos inequívocos réditos electorales. Bien sabe Mulet que estos gestos agradan a su provinciana parroquia, esa educada en una Historia de España que configura a la nación como una cárcel de pueblos sin reparar en que la transformación de la nación histórica en la nación política, metamorfosis en la cual han de inscribirse las acertadas e insuficientes medidas centralizadoras de FelipeV, fue precisamente aquella que posibilitó el cambio hacia una sociedad de ciudadanos. Un cambio, en definitiva, que acabaría por dar forma a la primera especie de izquierdas políticas.

Frente a ello, Compromís se refocila en unas torcidas doctrinas que entroncan con los sectores históricamente más reaccionarios de España, a quellos que sentían nostalgia del Antiguo Régimen –nos apresuramos a aclararle a Mulet que no nos referimos al régimen de Franco- cuya «descentralización» era la mejor garantía de la permanencia de oligarquías locales y abusos varios. En su delirio foralista, Compromís cree representar a una sociedad que comenzó a cambiar hace más de 300 años, y mientras así procede, el rostro sonriente de su logo va adoptando los rasgos propios del tonto útil, un rostro de estúpida sonrisa que hace el trabajo sucio hacia un proyecto, el de los Países Catalanes, al que siempre se opondrá la Fundación para la Defensa de la Nación Española que firma este editorial.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española