La retirada de Arturo Mas de la candidatura a Presidente de la Generalidad, desbloqueando in extremis la negociación de Juntos Por el Sí y la CUP, supone una reactivación del proceso separatista que llevaba más de tres meses varado


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Le costó retirarse pero al fin lo hizo. Arturo Mas, que desde el frustrado pseudorreferéndum separatista del 9 N era un cadáver político, sostenido artificiosamente por unos y otros, había llegado tras más de un año de agonía en su huida hacia delante a una situación sin salida en la que ni él, cada vez más desprestigiado y sin apoyos, podía seguir, ni los suyos, cada vez perdiendo más y más sufragios según transcurrían los comicios electorales, podían permitirse sostenerle durante más tiempo. Nadie dentro de la «lista plebiscitaria» estaba dispuesto a asumir los costes que supondrían unas elecciones repetidas, así que finalmente, tras muchas negociaciones y bandazos de uno y otro lado, Arturo Más se apartó de la carrera presidencial para desbloquear el ya famoso e interminable proceso separatista.

Las reacciones a la noticia que se produjo el sábado por la tarde no se hicieron esperar; las de los partidos nacionales, por conocidas, no supusieron comentarios especiales: ya es bien sabido que el PP, ocupando el gobierno en funciones, el PSOE y Ciudadanos no aceptarán declaración unilateral de independencia alguna. Pero más llamativa fue sin duda la comparecencia del líder de Podemos, Pablo Iglesias Turrión, quien afirmó que el acuerdo producido en la Generalidad posibilitaba la formación de un gobierno de concentración nacional en España. No cabe duda que el partido de nuevo cuño, al que habrá que llamar partido no nacional por antonomasia, verdadero retal formado a base de múltiples coaliciones con sectas separatistas, ha encajado como un jarro de agua fría el acuerdo de última hora cuando ya acariciaba la posibilidad de una repetición electoral en Cataluña, donde una candidata como Ada Colau, que tan rentable le ha resultado en la reciente campaña electoral del 20 D, podría haberse incluso planteado la victoria en Cataluña, lo que le otorgaría una enorme baza para poder imponer al PSOE su propuesta de referéndum separatista legal y vinculante, de cara a un pacto nacional.

Sin embargo, muy lejos parece querer viajar Iglesias con su insinuación, poco más o menos, de que han sido otras fuerzas no precisamente sediciosas las que han inducido a Arturo Mas para que se retirase de la carrera presidencial; quizás el líder de Podemos sea un tanto conspiranoico, como la ya famosa tertuliana separatista Pilar Rahola, que poco menos que acusó a las CUP de ser una rama del CNI que, luciendo sus Fernández, Baños o Gabriel, alejados de la pureza aria que los separatistas catalanes atribuyen a una estirpe de ocho o más apellidos, artificiosamente pretendía influir sobre la política de la flamante «nación catalana», bloqueando hasta el infinito su constitución.

El sustituto de Mas y ya nuevo Presidente de la Generalidad catalana es, como bien señaló en la sesión de investidura la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, «más de lo mismo»: Carlos Puigdemont, Alcalde de Gerona y Presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, uno de los que, vara en alto, desafiaron a la legalidad española al acompañar solidariamente a Arturo Mas a declarar a los juzgados por los delitos cometidos el ya famoso 9 N, pretende proseguir con la eufemísticamente denominada «desconexión de Cataluña» respecto a España. Además, Puigdemont proviene por origen de esa misma «Cataluña profunda» que hasta ayer regía, donde, lejos de la cosmopolita Barcelona, los separatistas prenden con mayor facilidad en sus ensoñaciones identitarias. Si el PSOE, dado el poder acaparado por Susana Díaz, evitando un descalabro aún mayor, es para muchos analistas un mero partido andaluz, la Convergencia fundada por el hoy desprestigiado Jorge Pujol y arrastrada por el fango de varias debacles electorales consecutivas por obra y gracia de su «hijo político» hoy por fin retirado de la carrera presidencial catalana, amenaza con ser un partido apegado a ese vulgar y ridículo terruño en todos los sentidos.

Por lo demás, el discurso de Puigdemont en su investidura repitió los tópicos de siempre, que parecían brotar de una suerte de Arturo Mas rejuvenecido: eso sí, el periodista de la prensa hipersubvencionada y afín al separatismo catalán, diputado en el Parlamento desde el año 2006, alumbró una nueva idea: además de la famosa «Seguridad Social Catalana», también prevé fundar un «Banco Central Catalán» para controlar el flujo monetario que la nueva nación genere en su día a día.

Sin embargo, por muchos atributos que Puigdemont u otros le otorguen a su nación de fantasía, ésta no será más real, como una suerte de «demostración de la existencia de Cataluña» mediante la falacia de concederle la existencia como si fuera una característica más que, de entre las que los discursos parlamentarios permitidos por el Tribunal Constitucional, se le atribuyen a ese terruño ya indómito. Ya no sólo han perdido las famosas elecciones «plebiscitarias» del 27 S, si es que podría considerarse, desde un fundamentalismo democrático de lo más rudo y primario, que ganar las elecciones en Cataluña facultaba a los sediciosos para algo más que gobernar una división administrativa de la Nación Española, sino que además no existe a día de hoy un solo país dispuesto a reconocer la independencia de ese ente de razón llamado «República Catalana». Como bien sabemos, las misivas que envió el ya ex Presidente Arturo Mas a distintos mandatarios de todo el mundo, solicitando apoyo para la causa separatista, jamás fueron respondidas más que con el silencio.

Sentadas estas bases, lo único que nos espera es que esos plazos impuestos ad calendas graecas de un año primero, dieciocho meses después, y quién sabe qué cifra se acabará plasmando en el cheque en blanco que parecen tener los sediciosos para amenazar a nuestra Nación Española, conducirán a un eternizamiento de un proceso separatista a día de hoy total y absolutamente muerto… hasta que otro Gobierno de España diferente al actual, que no tenga en tanto aprecio a la defensa de la Nación Española, esté dispuesto a concederles nuevas prebendas, ya sea en forma de pacto fiscal, de reforma constitucional o incluso de referéndum legal y vinculante con todas las consecuencias.

Desde la Fundación Denaes no negamos que la sustitución de Mas por otra personalidad política diferente pero, según parece, igual de tibia y por lo tanto predecible, sea mucho mejor que arriesgarse a una repetición electoral de resultado incierto, máxime cuando otras fuerzas políticas no nacionales como Podemos se encuentran en situación más que pujante, amenazando con cumplir su voluntad de realizar un referéndum separatista para reconocer la «plurinacionalidad» del «Estado Español». Sin embargo, nos preparamos para un intento de reactivar el proceso separatista, que desde el Gobierno de la Nación sólo puede responderse con la inevitable aplicación del Artículo 155 de la Constitución Española.

Fundación Denaes para la Defensa de la Nación Española.