El domingo pasado dijo Zapatero, en unas conferencias celebradas por su partido, que si gana las elecciones su gobierno no hará más leyes educativas porque en su opinión ya “no son necesarias y el sistema necesita estabilidad”.

Después de impedir la aplicación de la L.O.C.E., promovida por el Partido Popular para intentar reordenar un sistema educativo que la LOGSE socialista había colocado patas arriba, nos dice el señor presidente que la nueva LOE “ha establecido el marco normativo, ha fijado las metas y ha asumido el compromiso financiero”.

En un momento de su discurso nos llegó a decir que en los próximos años pretende “impulsar un plan de convivencia escolar que lleve la disciplina y respeto al profesorado”. Ahora bien, nos queda la duda de saber qué entiende ZP cuando nos habla de “disciplina” y “respeto”, pues en los años de implantación de la LOGSE se inventó el eufemismo “normas de convivencia” para evitar pronunciar la palabra “disciplina”, término que se consideraba propio de una enseñanza rancia y franquista, que debía ser sustituida por una innovadora pedagogía compresiva que, en busca de la democratización de la enseñanza, en realidad consiguió que los profesores fueran desautorizados, menospreciados y desprestigiados como nunca lo habían sido.

Aunque, a decir verdad, dicho proceso contó con el inestimable apoyo de buena parte del profesorado que, adscrito a dicha pedagogía, pretendía ser colega de sus propios alumnos; también contó con la ayuda de muchos maestros de escuela que, con mayoría abrumadora en los sindicatos, deseaban equiparar su salario con el de los compañeros de instituto, transfiriéndoles de paso los dos últimos cursos más conflictivos de la Educación General Básica; contó con el visto bueno de muchos profesores de Formación Profesional que con la reforma esperaban ver mejorado su propio estatus social; contó con un ejército de nuevos psicopedagogos que buscaban trabajo en las instituciones de la enseñanza; y contó con la colaboración de la mayoría de los profesores (y ciudadanos) menos convencidos que, de una u otra forma, no hicieron lo suficiente por evitar lo que se les venía encima.

Se podría decir que, en muchos aspectos, la situación en la educación española es paralela a la que vivimos en el plano político. La “lucha callejera” que marca las directrices en el ámbito político es muy similar a la indisciplina que reina en buena parte de las aulas. El derroche de medios económicos se plasma tanto en la replicación de instituciones y cargos creados por las Autonomías, en las que hacen de su capa un sayo, como en los gastos para reponer el material destrozado, retirar la basura de las aulas generada por alumnos asilvestrados o suplir a profesores incapaces de aguantar la situación. El fundamentalismo democrático está tan presente en nuestra sociedad que hasta en las escuelas se pretende seguir el dictado de la mayoría, aunque signifique su propia ruina. Y es que los problemas de España, incluidos los educativos, no se deben tanto a la tan cacareada falta de financiación como a una mala dirección que está hipotecando al país, o lo que quede de él, para varias generaciones.

Para la concepción de nuestro presidente, por el contrario, la escuela es el vivero del “mundo de la cultura”, una especie de “patria de toda la Humanidad”, desde la que se permitió aleccionarnos diciendo, en la citada conferencia, que “la Cultura es tierra de todos”, en la que todos caben, sean secesionistas o inmigrantes de mil demarcaciones distintas o poco compatibles en multitud de rasgos culturales. Todo será armonizable en el País de las Maravillas. Otra cosa es que España, que no parece ser su patria, aguante tanto disparate.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA