Hemos visto a un pueblo indignado ante la injusticia, que se acoge a los símbolos de la identidad común y se manifiesta de manera tan firme como escrupulosamente pacífica.


No ha sido el Partido Popular quien ha llenado Madrid este sábado con la mayor manifestación de la historia de España; ha sido el pueblo, la nación. El PP lo sabía y deliberadamente ha cedido todo el protagonismo a los españoles, por encima de los partidos: basta ver cómo las imágenes del 10-M son las de una marea rojigualda, y no las de una fuerza política determinada. Es un gesto que hay que agradecer al PP. A Rajoy hay que agradecerle también que haya enarbolado expresamente la defensa de la nación española; eso es exactamente lo que está en juego.

Hemos visto a un pueblo indignado ante la injusticia, que se acoge a los símbolos de la identidad común –bandera e himno, en el nombre de España– y se manifiesta de manera tan firme como escrupulosamente pacífica. Esto tiene un nombre: democracia. Es una lección ejemplar de ciudadanía. Quienes acusan al movimiento cívico y, ahora, al PP de “patrimonializar” los símbolos nacionales olvidan algo importante: que durante treinta años esos símbolos han estado arrojados en la cuneta. Que hoy venga el pueblo y los recoja es algo que, más que irritarles, debería llenarles de esperanza. Ahora sólo falta que también la izquierda se atreva a dar el paso. Desde aquí les invitamos a hacerlo, una vez más.

No es difícil entender la irritación de los socialistas y, por supuesto, la de los separatistas. Para estos últimos, porque la convocatoria del sábado, como las de meses anteriores, demuestra que hay todo un pueblo dispuesto a defender la supervivencia de la nación española. Para los otros, los socialistas, porque saben mejor nadie que también ellos deberían estar aquí, junto a nosotros, con el pueblo español, defendiendo lo que es del pueblo, a saber, la soberanía y la nación, que son la base de la libertad, de la democracia y de la justicia. Los socialistas aún están a tiempo de rectificar la página más indigna de su reciente historia.