Elsemanaldigital
Como ya nadie ignora, por ajeno que sea al fútbol, FC Barcelona y Athletic de Bilbao disputan este 25 la Copa del Rey de este deporte en el estadio Vicente Calderón de Madrid. Algo que debería ser una fiesta deportiva y nacional, entre dos equipos que han disputado y ganado esta misma competición –la Copa de España- bajo muy distintos regímenes y con muy distintos Jefes del Estado, se ha convertido en otra ocasión para el enfrentamiento entre españoles, por obra y gracia de los separatistas.
Las organizaciones nacionalistas, legales e ilegales, parlamentarias o no, en general no precisamente deportivas, llevan semanas organizándose para convertir Madrid en una gran manifestación contra España. El proyecto de los abertzales y de los republicanos catalanistas no tiene en realidad nada que ver con los intereses deportivos de Barcelona o Athletic. Por el contrario, consistía en manipular en un sentido político antiespañol tanto la presencia masiva de aficionados vizcaínos y barceloneses en la capital como su concentración en el estadio, presidido por el príncipe Felipe en sustitución de su padre.
La idea nacionalista tenía, y tiene, múltiples facetas. Pedir la creación de selecciones nacionales vascas y catalanas y su presencia en competiciones internacionales, así como, se supone, la celebración de competiciones limitadas a esas regiones en lugar de las Ligas y Copas españolas. Además, llenar las calles de Madrid de símbolos no ya deportivos ni regionales, sino explícitamente independentistas, bajo forma de bandera y de gritos. Por último, antes, durante y después del partido, en el estadio, se pretendía una gran pitada contra la monarquía y el himno de España, similar a la que ya sucedió, y se toleró, en Valencia hace tres años. Si los presidentes Rosell y Urrutia no quieren implicar a sus clubes en ningún delito deben dejar claro que no aceptan el uso político del evento. Y si callan, otorgan, y serán responsables de lo que venga.
No hace falta dramatizar para comprender que la cosa es grave. Importa poco la reivindicación deportiva; yo personalmente no se la concedería pero tienen derecho a pedir lo que quieren, si realmente quieren disputarse en adelante otra Liga y otra Copa contra Sestao, Tolosa, Sabadell y Sitges en lugar de contra el Atlético, el Valencia, el Sevilla y el Madrid. Cada uno se pone al nivel que quiere. En las calles, no hay excusa para que nada suceda, porque el Estado tiene todos los medios necesarios para impedir cualquier violación de la legalidad y el orden, estando como estamos al corriente de estos planes desde hace mucho: no hay razón para que nada suceda ni se tolere. En cambio, una ofensa pública a los símbolos nacionales, retransmitida al mundo por todos los medios, es difícil de prevenir, muy difícil de impedir y un éxito propagandístico seguro para unas ideas que tienen mucho más que ver con el dolor y el sufrimiento que con el deporte. Si después de toda esta polémica llega a suceder, será una razón de desprestigio y tendrá los nombres y apellidos de sus responsables.
No hay que engañarse. Por poco que se ame a la casa de Borbón en cualquiera de sus formas, el rey Juan Carlos es Jefe del Estado español y su hijo su heredero, y si se les ofende e insulta es a la nación entera a la que se pretende insultar. Además de un delito es un lastre más en una imagen ya suficientemente dañada. No se trata de defender personalmente a la pareja Borbón-Ortiz, sino a la Patria común que para bien o para mal ellos representarán en ese momento y lugar. Lo mismo puede decirse del himno, como en otros casos del escudo o la bandera.
Fuertes con los débiles, sumisos con los fuertes, aduladores en tiempos de gloria, desleales en las horas difíciles, de muy diversos frentes políticos y periodísticos llegan llamadas a la prudencia y una supuesta moderación. En palabras de Jean Tulard, «la virtud principal del burgués es la ingratitud, pero su defecto mayor es la falta de coraje», y en esta España burguesa tan preocupada por sus primas, sus beneficios y sus porcentajes efectivamente lo que parece faltar es coraje: no hay ninguna justificación para que la Copa de España se convierta impunemente en un orinal de propaganda batasuna y de manipulación antideportiva. No hay interés que justifique semejante tolerancia.
Por eso tiene razón (y coraje) la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que ante el riesgo de un espectáculo indeseable la final «se debe suspender y celebrarse a puerta cerrada en otro lugar». Entiendo que tal medida represiva puede parece muy fuerte y puede doler a los aficionados que de verdad quieran animar a sus equipos. Pero supongo que es deber de un gobernante, si considera imposible la prevención de raíz, recurrir a medidas más eficaces. Los más intensados en deshacerse de la manipulación independentista son los clubes vascos y catalanes y sus aficionados.
Aguirre intuyó en sus declaraciones del otro día algo que está en la base del problema y de su solución, que entre los aficionados «hay muchos que no son nacionalistas ni separatistas ni antiespañoles», y de hecho conozco muchos de los dos clubes que son todo lo contrario. La iniciativa más acertada, y también la más exitosa, ha sido la de Santiago Abascal y la Fundación DENAES promoviendo desde la red y la calle el movimiento La Copa de Todos. Se ha tratado de enseñar a la gente que muchos aficionados de los dos clubes en competición no son ni vizcaínos ni barceloneses, y desde luego una gran mayoría, si se les deja hablar, no son nacionalistas; la identificación de los dos clubes coperos de 2012 con un feroz antiespañolismo es pura propaganda separatista, pero no se corresponde con la realidad. Aparte de eso, si se insulta a España en sus símbolos todos somos insultados, y a nadie le gusta eso. La movilización promovida por Santiago ha sido todo un éxito, el vídeo de DENAES y las adhesiones que ha suscitado son un triunfo, ha impedido que esta amenaza se diluyese en remilgos burgueses, y ahora es seguro que las autoridades están avisadas y que habrá, está habiendo ya, una respuesta a cualquier ofensa tanto en directo como en las redes. Y eso es, en sí mismo un éxito. Mejor que cualquier represión.