Sin ningún pudor, sin una mínima compasión, con el descaro y la maldad propia del que quiere, no vencer, sino humillar y someter al enemigo, los rufianes de ERC y BILDU -hijos naturales de CiU y PNV- exhibían su desprecio a Sánchez en la más bochornosa sesión de investidura que jamás se ha dado en España. El primero, el diputado que hace honor a su nombre, Rufián, se dirigía a un patético aspirante a la presidencia del gobierno de España, con chulesca sinceridad: «sin mesa no hay legislatura».
“Me importa un comino la gobernabilidad de España”, “sin mesa de diálogo, no hay legislatura”, así se despachaban los diputados de ERC, no sólo ante Sánchez – responsable principal del desastre-, sino ante todos los españoles. La mentira, en ocasiones, constituye una muestra de consideración hacia los demás, la mentira piadosa; la mayoría de las veces es un mal necesario para conseguir un fin y, desgraciadamente, el nacionalismo ya no precisa de engaños. Los tiempos de palabras artificiosas como gobernabilidad, estabilidad o sentido de estado ya pasaron. Como el infiel que ya no se esfuerza en disimular o esconder su deslealtad sino que, movido por el odio y el desprecio, se mofa del cornudo y enseña al mundo su desprecio paseándose con su amante, el secesionismo golpista se exhibió sin vergüenza ni respeto alguno y mostró, como nunca lo había hecho en el Parlamento, su auténtica cara. Su gran victoria fue la humillación pública y la muestra de desdén ante el supuesto Estado opresor, sin perjuicio de posteriores y fructíferos beneficios.
Orgulloso de su supuesta democracia y de la lamentable historia de su partido, cosa que sólo se puede atribuir a la ignorancia o a la maldad, Gabriel Rufián insultó a la oposición y sometió cual dominátrix al esclavo candidato que, en su papel de perfecto sumiso, calló. Es difícil señalar al diputado con menos nivel en el Congreso, la competencia es fiera, pero se puede decir que éste encabeza el pelotón. Sí, el tonto de entre los tontos fue el encargado de insultar a toda España. A una nación con 500 años de historia. Y pudo hacerlo porque la izquierda española, la que presume de justicia social, democracia y solidaridad, se lo consintió. Es cierto que el monstruo ha sido creado y alimentado entre todos, pero los responsables de lo que ahora sucede son el partido socialista y ese engendro populista podemita cuya revolución murió en una bonita casa de campo en Galapagar.
Si el espectáculo del villano rufián orgulloso de su necedad, pero muy consciente del poder que se la ha dado, fue triste y doloroso, lo peor estaba por llegar.
“Ni nos habéis vencido, ni nos habéis domesticado”. Verdad a bocajarro. Sin piedad. El solo hecho de que un heredero de ETA pueda hablar desde la tribuna del Congreso es la mejor muestra de que tenía toda la razón. Que no perdieron ya lo sabíamos muchos, a pesar del inconmensurable trabajo de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Basta con ver los constantes homenajes a los asesinos y las manifestaciones a favor de los presos de ETA a los que ahora se une el partido del Vicepresidente del gobierno. Pero que sean ellos los que con su abstención faciliten la investidura del candidato de gobierno de toda España porque les conviene, produce vértigo, asco, miedo e indignación.
La pregunta ya no es cómo hemos llegado a este estado de degradación moral como sociedad, sino cómo vamos a salir de esta situación como nación. Ya no cabe exigir solo a los políticos altura de miras, el llamamiento es a todos los españoles para estar a la altura de las circunstancias. Es comprensible que exista mucha gente no interesada por la política, pero lo que deben saber es que la política sí se interesa por ellos. Este gobierno –sostenido por los no domesticados– viene a cambiar su vida, su manera de pensar, la de sus hijos y si puede, a despiezar España. El ciudadano español, como sujeto de derechos y obligaciones, no puede abstraerse de este desafío. Es necesario tomar partido.
Carmen Álvarez Vela