Bildu es una fuerza política que convence a más del 17% del electorado de la Comunidad Foral de Navarra, habiendo logrado las pasadas elecciones incrementar la confianza en su marca respecto a los comicios del 2019. Ganancia que debería compartir con el Partido Socialista de Navarra, con quienes llevan encamados toda la legislatura, y la aprobación de cuatro presupuestos consecutivos sí es lo que parece, aunque lo nieguen. Y a pesar de la nefasta gestión regional, los socialistas han conseguido revalidar sus once asientos. Toda una proeza, pues a ellos debe atribuirse el liderazgo en el expolio fiscal a sus contribuyentes, a pesar de contar con un régimen fiscal propio, de la creciente inseguridad, del debilitamiento de la sanidad pública y de no dar el impulso necesario a infraestructuras hidráulicas clave para el desarrollo económico del sector primario en el olvidado sur de la comunidad. Pero el mayor mérito, tanto en blanquear su sangriento pasado, como en legitimar los objetivos de los herederos de la banda terrorista, es obra del gobierno de Pedro Sánchez, pues los eligió socios preferentes, también en el gobierno de la nación.

Es la realidad de una región que trece siglos antes fue clave en la construcción de la nación histórica española durante la Reconquista, con Sancho III el Mayor ostentando el título de rex Hispaniae, figura revisada interesadamente por facciones panvasquistas necesitadas de construir un relato adecuado a sus delirios supremacistas y excluyentes. Una tierra donde las constantes cesiones, unas veces ingenuas, otras veces con decidida intencionalidad, en cuestiones clave como la educación, la política lingüística y la cultura, han permitido su consolidación. Y, en consecuencia, en el frenopático en el que se ha convertido el parlamento foral la vida transcurre con absoluta anormalidad, pues nueve escaños, de un total de cincuenta, son ocupados por integrantes de una formación política que ensalza su pasado terrorista incorporando en sus listas asesinos, y, aunque no sea el único, solo por ese motivo debería ilegalizarse. Un parlamento, el navarro, donde se dispone de traducción simultánea, a pesar de que el uso del vascuence es testimonial y todos sus integrantes conocen, y tienen el deber de conocer, la lengua española. Porque con cargo al presupuesto regional se pretende crear una ficción que con solo salir a la calle se desvanece, pues lo que realmente se escucha en las calles, bares o comercios, es el español, pero a pesar de ello se vienen invirtiendo escandalosos recursos públicos en mantener viva una lengua con el sólo propósito de alimentar su fantasía de la construcción nacional vasca. Peajes necesarios para conseguir, como veremos a partir del 23 de julio, el apoyo de Bildu para conformar el nuevo gobierno regional con el partido socialista al frente.

No hemos de extrañarnos, por lo tanto, de haber llegado al lugar en el que estamos, con una sociedad apática, como muestra la caída de la participación en las pasadas elecciones, que se ha situado en el 64% en la región, descendiendo casi ocho puntos respecto a la registrada en los anteriores comicios; y una sociedad narcotizada, deseosa de integrarse en ese confuso amalgama que llaman “mayoría progresista” y que administra el cóctel preciso de feminismo, ecologismo y culto al supremacismo vasco, todo a cuenta de las arcas públicas.

En los días previos a cualquier cita electoral se escuchan muchas promesas, mentiras y alguna verdad. Una vieja verdad fue la que expresó el dirigente de la izquierda republicana de Cataluña, que se presenta en coalición con BILDU este 23 de julio: “lo que vaya a pasar en España lo van a elegir ERC y Bildu», en perfecto español, por cierto, pues el farfullo lo dejan para sus actuaciones en los parlamentos. Así sacaban pecho los líderes de las sectas separatistas vasca y catalana de ser los que verdaderamente decidirán el futuro de España, otra vez, si Sánchez los vuelve a necesitar. Y mientras tanto, el bipartidismo se miraba al ombligo en un plató de Atresmedia, en el cara a cara menos visto de la historia.        

Sara Baigorri Jarauta