El pasado 21 de octubre de este pesadillesco y en ocasiones surrealista o distópico 2020 el Bloque Nacionalista Gallego, Compromís, Izquierda Republicana de Cataluña, Bildu, PNV, JxCat, Más País, PSOE y Unidas Podemos (más En Comú Podem y Galicia En Común) firmaron un manifiesto «a favor de la democracia». Pero ¿a qué democracia hacen referencia en su decida defensa? ¿A la democracia española? ¿O tal vez a la democracia catalana, a la democracia gallega, a la democracia vasca o a la democracia de cualquier región de España donde ya empiecen a brotar otras cepas separatistas?
No obstante, nada más empezar el Manifiesto los firmantes no parecen restringirse a ninguna región sino que se posicionan desde la Humanidad, pues quieren poner por delante su «compromiso con los derechos humanos». ¿Se refieren a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 que no firmaron las potencias comunistas ni los países musulmanes y que por ello mismo ya no eran derechos universales, contando además con que Estados Unidos -el principal país que promueve tales derechos, y especialmente hoy en día lo hace contra China- incumple irremediablemente al quebrantarlos con sus planes y programa geopolíticos imperiales, porque es imposible gobernar con la ética y menos aún dirigir un Imperio? ¿Y qué tienen que decir los señores de Bildu que no han condenado los atentados de ETA? ¿Ahí también siguen manteniendo su compromiso con los derechos humanos o quizá tales víctimas no son humanas y por ende no merecen derechos? ¿Ahora resulta que los que defienden el asesinato de españoles por el simple hecho de ser españoles vienen a darnos lecciones de derechos humanos y de democracia?
Asimismo, los firmantes declaran: «Los discursos racistas, xenófobos, machistas que hemos escuchado en lo que va de legislatura por parte de la extrema derecha y derecha extrema son incompatibles con los valores propios de un sistema democrático y suponen un peligro para la convivencia». ¿De verdad que van contra la xenofobia y en pos de la convivencia los que quieren hacer que muchos españoles sean extranjeros en su propia patria?
No estaría de más que los firmantes señalasen, de manera inequívoca en la que no quepa otra interpretación, cuáles han sido, cuándo y por parte de quién se han pronunciado esos discursos racistas, xenófobos y machistas durante la presente legislatura. Tal vez se hayan pronunciado desde la bancada de los «partidos» (más bien sectas facciosas) xenófobos y racistas, que van contra la convivencia, es decir, los partidos separatistas.
Un buen ejemplo sería el PNV, el partido que fundó un tal Sabino Arana, el mismo que escribía perlas como: «¡Nuestra sencilla boina nos ha abandonado! ¡Se ha maketizado para dejar de ser euskeriana! Cubre lo mismo la cabeza de un maketo… ¡¡No!! ¡¡Mentira!! No cubre lo mismo la cabeza de un maketo como la cabeza de un euskeldún. En la cabeza de un maketo oprime su nuca y sus sienes como para contener las pérfidas concepciones de su cerebro cuando es oportuno ocultarlas, y se aboveda sobre su frente para encubrir la hipócrita expresión de su frente y su mirada, y se prolonga en forma de pico de ave de rapiña, como signo de la rapacidad y voracidad de su villano temperamento. En la cabeza de un maketo, y encima de aquellos traicioneros ojos y aquella nariz tacaña, se ciñe y ajusta como el maketo oprime y estruja al pueblo que cae en sus garras.
A pesar de su propagación, ¡todavía la boina nos diferencia del extranjero! En la cabeza del maketo es signo de su dominación en Euskeria. En la cabeza del euskeriano tiene su historia… y hoy es una sencilla prenda de vestir, tal vez mañana sea prenda del uniforme nacional. Y ese día, ¿seguirá vistiéndola el maketo?».
No tenemos noticias de que en el PNV (y por extensión en Bildu/ETA) hayan renegado de este sujeto racista y xenófobo. Tampoco nos consta que se haya llevado a cabo una acción al estilo Antifa o Black Lives Matter contra la estatua de Sabino Arana en Bilbao. En cambio, sí nos consta que en Mallorca se hizo lo propio con la estatua de Fray Junípero Serra, un benefactor de los indios en el norte de América.
Por otra parte, sería interesante que los interesados en exorcizar a la democracia de todos los demonios nos aclarasen la diferencia entre «extrema derecha y derecha extrema». Es fácil saber a quién se refieren cuando dicen «extrema derecha», pero no está claro a quién señalan como «derecha extrema» (¿o acaso el orden de los factores no altera el producto?). De todas maneras, cuando se llenan la boca con «extrema derecha» (y con tal expresión se cubren de gloria todos los días: y todos los días quiere decir todos los días) nunca le hemos visto razonar más allá del insulto, es decir, no se les ha visto definir dicha expresión. Aunque muy a menudo hemos observado que llevan a cabo una definición deíctica. Por tanto de momento no nos ha deleitado con una definición abstracta de lo que sea o no sea la extrema derecha, sino simplemente señalan con el dedo como los niños chicos. Sin embargo, sí parece que presumen de una definición de extrema derecha, aunque sea más breve que una definición de diccionario. Extrema derecha = mal absoluto, como para los niños el coco.
Dicen los firmantes que las actitudes de odio «de ninguna manera deben quedar impunes». Entonces, ¿no hay que odiar a la extrema derecha? ¿Ahora resulta que no es odioso el racismo, la xenofobia y el machismo? ¿Es que no es lícito odiar al mal absoluto? «Odiarás al mal absoluto de la extrema derecha del racismo, la xenofobia y el machismo ante todas las cosas y con todas tus fuerzas», ese debería ser el primer mandamiento o el imperativo categórico de los sacrosantos partidos que aquí se manifiestan. Odiar a la extrema derecha es un imperativo moral universal.
Finalizamos leyendo en el Manifiesto: «También queremos expresar nuestro rechazo a las estrategias y discursos negacionistas respecto a la pandemia provocada por la COVID19 y sus consecuencias, por sus efectos negativos sobre la salud y la convivencia ciudadana». Semejante afirmación sería elogiosa si la hubiesen pronunciado con la misma vehemencia durante los meses de enero, febrero o a más tardar marzo (cuando en el Ejecutivo eran abiertamente negacionistas). Pero por esas fechas las tesis de los partidos firmantes no eran precisamente alarmantes sino tranquilizadoras: «España tiene la mejor sanidad pública del mundo». O, más bien, las diecisiete mejores sanidades públicas del mundo mundial. Y en España (o en las diecisiete comunidades autónomas y las dos ciudades autónomas) habría algún caso como mucho.
Daniel López. Doctor en Filosofía.