Urkullu traslada a López una irresistible oferta de estabilidad a nivel autonómico y nacional, con Zapatero como gran beneficiario, para no desaparecer del mapa del poder vasco con la pérdida de la Diputación alavesa

Ibarretxe seguido por el lÃder del PNV, Iñigo Urkullu, durante la precampaña electoral vasca en febrero.
Javier Saugar / Sevilla
Si la política vasca fuera una partida de póquer, la situación sería la que sigue: la mejor mano la llevaría Patxi López, lo sabe él y lo saben también los otros dos jugadores de la mesa; el PP lideraría el juego en número de fichas (ganancias); y el PNV tendría que arriesgar con las peores cartas posibles para recuperar posiciones, un movimiento suicida porque al PSE le interesan sus fichas para medirse con garantías al PP en la ronda final. La eterna pugna PP-PSOE siempre presente.
Ese farol de libro del PNV se concretaría en la tentadora oferta realizada esta semana por su líder, Íñigo Urkullu, al lehendakaro López con un acuerdo de estabilidad institucional y presupuestaria en el País Vasco extensible al ámbito nacional, siendo el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el último gran beneficiario.
A Urkullu no se le escapa que a Zapatero se le han complicado últimamente las votaciones en el Congreso después de desdeñar un pacto estable de legislatura, sujeto ahora a acuerdos puntuales que debe perseguir semana a semana para aprobar sus leyes. La insospechada aparición de los nacionalistas en la escena nacional supone un aliento de esperanza para Zapatero, que con la renta de seis diputados vascos en el Congreso se aseguraría, a falta de tres escaños más, sacar adelante todos sus proyectos, incluidos los Presupuestos para 2010.
La jugada del PNV esconde un objetivo muy claro: impedir que PP y PSOE le borren definitivamente del mapa del poder del País Vasco arrebatándole la Diputación de Álava, último reducto de la antigua supremacía del nacionalismo vasco. Después de 30 años de continuada hegemonía autonómica, incluidos los años dorados de Ibarretxe, el PNV asiste con preocupación al desmantelamiento de su dominio histórico.
Condenado al más incierto de los horizontes en tres décadas, el PNV trata de impedir la pérdida de la pujanza de sus siglas con una oferta que, de momento, ha frenado la moción conjunta de PP y PSE en Álava.
El PNV ya ha anticipado la respuesta por si se concretara su desalojo de la Diputación: no retirará su ofrecimiento. La lógica de esta reacción sería la de mantener su ascendiente sobre el Gobierno vasco, maniobra que a largo plazo puede darle resultados: consolida la idea de que sin el PNV no hay gobierno posible en el País Vasco.
El plan de Urkullu ha abierto una brecha donde más daño podía hacer, enrareciendo el clima de confianza que presidía las relaciones entre PP y PSE desde el acuerdo de investidura de López, que se presumía sólido y duradero. El respaldo del PP a López incluía tácitamente la recuperación de Álava por el PP, y así se lo han recordado los populares estos últimos días. Aunque el lehendakari ha repetido que mantendrá el pacto con el PP «a toda costa», las primeras tiranteces amenazan la solidez del pacto.
La preocupación en el PP por la respuesta de López al ofrecimiento nacionalista crece por momentos, no sólo por la incertidumbre sobre si habrá cambio político en Álava. La inquietud de los populares procede de otro escenario, el que puede plantearse en el Congreso con un cambio de los equilibrios parlamentarios. Los apoyos del PNV zanjarían los pesimistas augurios que pesaban sobre Zapatero, reforzándole en un momento crítico de incertidumbre parlamentaria agravada por la crisis. La situación invitaba al optimismo en el PP, después de decepciones electorales e intrigas internas.
López ha recibido de buen grado la propuesta, pero no moverá pieza hasta que no «la estudie». El PP ha avisado que sería «dramático» que por un «quítame ahí unos presupuestos» el pacto se rompiera. La política vasca y nacional esperan con impaciencia la reacción de López, si decide ver la apuesta del PNV o si se tira de la jugada.