EL caso de Pilar Elías constituye una muestra anticipada de lo que les esperaría a los vascos que pretendieran seguir siendo españoles en la Jebolandia soberana con la que sueñan los abertzales


Cencerrada
Por JON JUARISTI

EL caso de Pilar Elías constituye una muestra anticipada de lo que les esperaría a los vascos que pretendieran seguir siendo españoles en la Jebolandia soberana con la que sueñan los abertzales: no ya la esporádica humillación gratuita, sino la humillación como forma de vida. Pocas sociedades habrán descendido a los abismos de putrefacción alcanzados por la Euskadi autónoma. Imaginemos cómo sería la independiente.

Los etarras que vuelven a sus pueblos tras cumplir condena tienen, cómo no, perfecto derecho a rehacer sus vidas. Otros ni siquiera podemos regresar de visita. Los verdugos pueden imponer su indeseable vecindad a las familias de sus víctimas. Quienes somos vituperados en la prensa nacionalista y en los medios de comunicación públicos de la Comunidad Autónoma, que son la prolongación de aquélla, necesitamos camuflarnos en las tinieblas nocturnas para ver a la familia, y si, con todo, la cosa sale mal y te llevas un guantazo, la autoridad ecuánime afirmará que te lo has buscado, por incordiar. Se te puede insultar alegremente en programas humorísticos de la televisión autonómica -cuyos productores serán contratados, dado el éxito obtenido a tu costa- en cadenas de más amplia cobertura. La radio autonómica, por su parte, emite tertulias donde profesionales del pitorreo debaten si Pilar Elías sufre, ha dejado de sufrir, sufrió verdaderamente o fue siempre inmune al sufrimiento. La palabra que mejor define esta situación es indecencia. Euskadi es una sociedad indecente.

Ésta es, de hecho, la única razón de peso que se me ocurre para impedir que los nacionalistas se salgan con la suya: evitar que la humillación se instale para siempre y que los humillados no puedan apelar a instancia alguna en demanda de amparo. A Pilar Elías y a su familia los quieren echar de su casa, desahuciarlos de su pueblo y de su país mediante el escarnio. Defender a Pilar Elías no tiene nada que ver con un supuesto nacionalismo español. Es simple decencia. Cuando Otegui advierte que nunca renunciarán a la nación vasca, quiere decir precisamente lo que ya sabemos: que mate ETA o no mate, los etarras nunca dejarán de humillar, porque para eso están, para cagarse en tus muertos, literalmente. Que se disfracen de cristaleros es un detalle menor. Cándido Aspiazu, el asesino del marido de Pilar, volvería a la carga con lo que fuera, incluso con un puesto ambulante de pipas tostadas, porque se siente fuerte. Sus compinches le apoyan, las autoridades le compadecen. El acosador se metamorfosea en acosado sin perder la chulería. En fin, quién de los muchos que tuvimos que irnos no ha vivido experiencias, aunque menos sangrientas, parecidas, y qué tienen de nacionalismo español el dolor y la vergüenza de Pilar Elías ante esta macabra y humillante cencerrada.