No hace falta sacar la bola de cristal ni estar inspirado por el Altísimo, ¡Dios nos libre!, para anunciar que tras la pandemia, y ya durante la misma, como estamos viendo, vamos a tener en general tres crisis:
-En la capa basal -lo que son los recursos y riquezas del país por tierra, mar y aire- vamos a tener una crisis económica, como bien se sabe. Esto parece que nadie lo discute. Otra cosa es que se acuerde cómo será la gravedad de la misma: si será dificultosa pero remontable o simplemente catastrófica e irrecuperable, o ni tanto ni tampoco. Sea como fuere, será muy difícil recuperar lo perdido porque España es un país que el actual Régimen desindustrializó y se centró en el turismo (que fue una construcción del régimen anterior, como la industria que la democracia desmanteló); y como nuestra nación es uno de los países más afectados por el coronavirus es presumible que no hará su agosto este verano.
-En la capa conjuntiva -en la que tenemos a la clase política en el Congreso, el Senado, los parlamentos autonómicos y los ayuntamientos, aunque también habría que añadir a la policía y a los jueces y demás letrados- vamos a tener una crisis política, pues está por ver si el Gobierno del Doctor Sánchez y los universitarios alocados objetivamente de Podemos resiste a la crisis; y es muy posible que pronto vayamos a elecciones, si no hay infecciones o segundo confinamiento (lo que no hay que descartar). Tampoco hay que despreciar la posibilidad de que se forme un gobierno de unidad nacional entre PSOE, PP y C’s. Sería muy raro que Vox entrase (aunque ha sido precisamente Santiago Abascal el que lo ha propuesto, pidiendo además la dimisión de Sánchez y Turrión).
De momento el doctor y sus aliados parece que pretenden resistirlo todo y gestionar la crisis sanitaria y la que viene después. No sería precisamente en estos delicados momentos, probablemente la hora más incierta y complicada que ha vivido España y el mundo desde la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, que el actual gobierno perseverase en el poder y cargase con la enorme responsabilidad de reconstruir la estabilidad del país. Tal vez un gobierno de concentración nacional (es decir, nacional: de la nación política canónica llamada España) sea una opción más prudente; aunque tampoco hay que suprimir la idea de que el virus acabe con el régimen y tengamos que fundar uno nuevo o, ya poniéndonos en lo peor, tal vez la enfermedad tenga tanta potencia que sea capaz de sepultar a España. Luego no serían los españoles enfermos de separatismo los que acaben con la nación más antigua del mundo, sino una situación que sencillamente nos ha desbordado y que hace apenas un mes, cuando hablábamos del diálogo con los enemigos de España, no esperábamos.
-Y por último, y no por ello menos importante, habrá una crisis en la capa cortical -el poder referido a las relaciones con otros Estados.
Y aquí vamos a extendernos un poco más. Pues habrá una lucha feroz en el poder federativo -en el comercio internacional, lo que significa la lucha por recursos y materias primas. Una crisis en el poder diplomático, en la que se reorganizarán las alianzas, en el caso de que caiga, como parece, la UE; o una reestructuración de la misma que suponga, en muchos aspectos, un giro (casi una vuelta del revés) de sus planteamientos globalistas, tal vez acercándose a Rusia. Asimismo, para España sería buen momento para mirar a Hispanoamérica, y en cuanto resolvamos la crisis sanitaria, aunque está por ver cómo salimos de la misma, habría que ayudarles a que el bicho no los destruya o los deje considerablemente dañados; y ya hay naciones en un estado preocupante: como son Brasil, Chile y Ecuador, y parece que también Argentina; aunque afortunadamente los gobiernos lo están haciendo bien tomando medidas mucho antes que China, los países europeos y Estados Unidos. Aunque China también estaría muy interesada en apoyar a estas naciones, en solidaridad polémica contra Estados Unidos.
Y finalmente habrá una crisis en el poder militar, y lo más plausible es pensar que las crisis se resuelvan con guerras (a no ser que se piense en las musarañas o desde el pensamiento Alicia, y se esté en Babia, en la inopia, en la higuera o en la paz perpetua kantiana).
Y estas guerras pueden ser entre países europeos, o guerras civiles dentro de cada país o guerra mundial. Si, con permiso de Yugoslavia, las guerras desde el final de la Segunda Guerra Mundial han transcurrido en la periferia o en el entorno de los países más desarrollados, no hay que descartar que en el nuevo panorama geopolítico se trasladen al dintorno de estos países. Aquí tendrán que trabajar mucho los burócratas en el poder diplomático y los empresarios en el poder federativo, porque si el diálogo y la negociación no son suficientes siempre sale para resolver las diferencias el poder militar.
Asimismo, España podría entrar en guerra con Marruecos por la cuestión de Ceuta y Melilla (que nunca fueron Marruecos porque este país existe desde 1957). Y ojo, porque Marruecos está aprovechando el Estado de Alarma para ampliar sus aguas territoriales (cosa que ya ha constatado en su Boletín Oficial). A su vez, está apropiándose del monte Tropic, situado al sur de la isla del Hierro, rica en telurio y metales raros, fundamentales para toda industria de energías alternativas y eléctricas. Hablamos ni más ni menos que de la reserva mayor conocida en el planeta después de la china.
También podría entrar en guerra contra Francia o Gran Bretaña, que al fin y al cabo son nuestros enemigos tradicionales. O tal vez se organice una nueva guerra mundial y España otra vez se quede fuera porque simplemente carece de artillería, es decir, de munición nuclear. Y este escenario, por descabellado que parezca, es posible porque tales bombas no son una fantasía ni están simplemente para persuadir, pues son materiales realmente existentes; y ya se usó no una sino dos veces y ni más ni menos que contra la población civil; aunque también pueden ser lanzadas con baja intensidad, munición mininuclear, armamento que ya se ha usado e incluso en atentados no ya de terrorismo procedimental, sino desde las cloacas del Estado en atentados de falsa bandera.
También hace tres semanas nos hubiese parecido descabellado pensar que una pandemia iba a confinarnos en nuestras casas durante semanas vaciando las calles de nuestros pueblos y ciudades (esa España vaciada, e incluso ese ya medio mundo vaciado). Y además iba a infectar y matar a miles de personas (y en todo el mundo de momento un millón de afectados, pero serán muchos más porque no todos están diagnosticados). Todos hubiésemos tachado de conspiranoico y distópico al que nos lo hubiese dicho.
¿Qué hacer? ¿Superar todos estos inmensos problemas con más democracia? Y si con más democracia queremos dar a entender más Régimen del 78 hay que añadir que la mala gestión en la crisis sanitaria no es exclusiva del gobierno sociata-podemita, sino del sistema sanitario que fue lo primero que descentralizó el Régimen partitocrático coronado (otro debate sería que el actual gobierno es la consecuencia lógica del desarrollo del régimen setentayochista, algo así como su quintaesencia). Pero, ¿cómo podemos hacer frente a una pandemia con un sistema sanitario desestructurado y descoordinado en 17 sistemitas? Y seguramente sea aún más difícil gestionar las crisis basales, conjuntivas y corticales que vengan después mediante 17 estaditos.
¿Será el coronavirus la tumba del Régimen del 78? Cabe pensar que si persevera el Régimen, o no se reestructura como es eutáxicamente debido, posiblemente en poco tiempo se desintegre por la fuerzas de estas crisis y arrastre consigo a la nación española; y España es mucho más que el régimen constitucional partitocrático coronado de 1978. Y si el Régimen quiebra y España resiste entonces una vez más podríamos decir parafraseando a Espinosa: nadie sabe lo que puede España.
Daniel López. Doctor en Filosofía.