Muy pocos medios de comunicación se han hecho eco del reciente homenaje que la ciudad norteamericana de Pensacola, en el estado de Florida, ha rendido al español Bernardo de Gálvez (1746-1786). Durante la ceremonia, a la que asistieron varias decenas de compatriotas, se descubrió la estatua ecuestre de bronce a tamaño natural hecha por Robert Rasmussen. El escultor, un capitán de la Armada estadounidense ya retirado, quiso representar a un Gálvez victorioso portando un sombrero en su mano derecha como muestra inequívoca de sus meritorias gestas. Un justo reconocimiento que por desgracia no halla reflejo en el país que le vio nacer.
Natural de la pequeña localidad malagueña de Macharaviaya y descendiente de militar, Bernardo de Gálvez ingresó muy pronto en el ejército, alcanzando con apenas treinta años el grado de teniente coronel. Después de su intervención en la campaña de Portugal de 1762, de sus siete largos años en América y de su participación en 1775 en la expedición contra Argel de Alejandro O’Reilly, el 1 de enero de 1777 Gálvez tomó posesión de sus cargos de coronel del Regimiento de Infantería de la Provincia de la Luisiana y de gobernador interino de la misma, recibiendo orden expresa de hacer llegar pertrechos, armas y medicinas a los colonos rebeldes que por aquel entonces se estaban enfrentando a las tropas británicas en el norte. Con una determinación inquebrantable y un contingente formado por españoles, criollos, pardos y mulatos, Gálvez ascendió por la orilla izquierda del río Misisipi tomando los fuertes de Manchac, Baton Rouge, Pamure y Natchez. Sus sorpresivos y audaces ataques habían logrado vencer la escasa resistencia de las guarniciones inglesas. Igual de rápida, aunque mucho más sufrida, fue la toma de la plaza de Mobile (sur de Alabama). Al arribar a sus costas, una tremenda tempestad desarboló la flotilla y causó cerca de cuatrocientas bajas. Sobreponiéndose a la adversidad, el intrépido malagueño mandó construir escaleras usando los restos del naufragio y asaltar las murallas de la fortificación, mientras la artillería la bombardeaba sin descanso. Nueva victoria.
Tras ser ascendido a mariscal de campo y nombrado jefe supremo de las fuerzas españolas en el norte de América, Gálvez partió hacia Pensacola, emplazamiento clave en el Golfo de México. Lo acompañaba una parte de la Armada antillana, al mando del capitán de navío Calvo de Irazábal. El angosto paso natural que daba acceso a la bahía de Pensacola fue motivo de tensión entre ambos militares. Gálvez pidió que la flota lo atravesara pero Calvo se negó, alegando que hacerlo supondría convertirse en un blanco muy fácil para la batería de cañones de Barrancas Coloradas. El de Macharaviaya insinuó entonces que al almirante Calvo le faltaban agallas, a lo que éste respondió amenazándole con colgarlo del palo mayor. Pero ya había llegado la hora del célebre «Yo solo», lema que posteriormente incorporaría a su escudo de armas. Primero, envió el siguiente mensaje a Calvo: «Una bala de cañón de a treinta y dos recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las que reparte el fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle el miedo». Luego, bajo el intenso fuego enemigo, consiguió cruzar con dicho bergantín el peligroso estrecho y colocar su artillería a distancia de tiro de Pensacola. Finalmente, los constantes bombardeos sobre las instalaciones militares —el español evitó usar su artillería contra la población— acabaron por derrumbar las defensas inglesas y obligaron al general Campbell a izar la bandera blanca. Gálvez, en una de las batallas decisivas de la Guerra de Independencia americana, había logrado poner el Golfo de México a favor de las tropas de Washington.
Una vez investido oficialmente de la autoridad de virrey de la Nueva España, Bernardo de Gálvez supo granjearse el respeto y la admiración de los habitantes de la capital novohispana. Entre las iniciativas que puso en marcha, la instalación del alumbrado público, la edificación de las torres de la catedral de México, continuar con la construcción de la carretera a Acapulco y la reconstrucción del castillo de Chapultepec. Gálvez llegó incluso a costear personalmente la adquisición de maíz y frijoles para socorrer a los más menesterosos durante un periodo de severas heladas que azotaron el virreinato. Además, acudía con frecuencia a presenciar corridas de toros, a las que era muy aficionado, y asistía a romerías y fiestas populares. Acaso todo ello contribuyó a hacer de Gálvez un virrey notablemente apreciado entre la población. Con todo, sobre la figura de Gálvez, como sobre tantas otras, también sobrevolaría la «leyenda negra». Según refiere Alexander von Humboldt (1769-1859) en su Ensayo político sobre la Nueva España (París 1811), circulaba el rumor de que el joven virrey tenía «el proyecto de hacer a la Nueva España independiente de la Península». El propio Humboldt respondió presto a la calumnia: «Joven, amable, proclive a los placeres y al fasto, había obtenido de la munificencia de su soberano uno de los primeros puestos a los que un particular pudiera elevarse. Por tanto no parecería que le conviniese romper los lazos que, desde hacía tres siglos, unían a las colonias con la metrópoli».
El reciente homenaje de la ciudad de Pensacola a Bernardo de Gálvez se suma a la concesión en 2014 del título de «ciudadano honorario», una distinción que el Senado de los Estados Unidos ha concedido en muy pocas ocasiones a personalidades extranjeras, y también a la colocación ese mismo año de un retrato suyo en los pasillos del Capitolio. La presencia y relevancia de la figura de Gálvez en tierras norteamericanas es un hecho, y los ejemplos que lo acreditan numerosos. Uno de ellos, la publicación en 2017 del libro infantil del periodista Guillermo Fesser titulado Get to Know Bernardo de Gálvez (Conoce a Bernardo de Gálvez), en el que se resumen las historias y hazañas del ilustre español. Según declaró durante la presentación del mismo en Washington: «estamos aquí desde la fundación de este país y contribuyendo desde el principio». Y añadió: «quiero invitar a los jóvenes a que aprendan sobre el legado hispano y lo disfruten».
En España, por contra, la figura de Bernardo de Gálvez —también como tantas otras— permanece en el olvido o la postergación, sin el reconocimiento que el fuste de sus logros merece, sin que los más jóvenes sepan de su existencia y aprecien la repercusión que tuvo en el curso de la Historia.
Francisco Javier Fernández Curtiella. Doctor en Filosofía