Después de ocho días de navegación en busca de tierra firme, los tres barcos de la flotilla del Aquarius arribaron a Valencia. La entrada por la bocana del puerto ponía fin al periplo de los seiscientos treinta migrantes rescatados en aguas internacionales y escenificaba la culminación de un acto «humanitario» del gobierno español. En el heterogéneo pasaje de esta flotilla se hallaban más de un centenar de menores sin acompañante, hombres y mujeres, siete de ellas embarazadas, procedentes de diversos países subsaharianos y del norte de África. Aturdidos y fatigados por la larga travesía, pero ya a salvo, todos ellos fueron desembarcando ante la ostensible satisfacción de los allí congregados. Muestra de la misma, las palabras a los medios de comunicación del fundador de Mensajeros por la Paz, el padre Ángel. Desde el propio muelle, declaraba estar «conmovido, feliz y emocionado», congratulándose por una medida política que antepone «algo tan importante como la dignidad de estas personas».
En consonancia con las declaraciones del prelado, y con la opinión mayoritaria de la sociedad española, UNICEF agradecía la determinación política del Gobierno. Leonard Doyle, portavoz de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), afirmaba que ésta «demuestra liderazgo moral y legal» de España, una cualidad «que escasea estos días en el mundo». También la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que había subrayado la existencia de «un imperativo humanitario urgente», se sumaba al agradecimiento hacia nuestro país. Parece instalado, por tanto, un estado generalizado de opinión según el cual España ha obrado bien, cumpliendo con un «deber humanitario». En este contexto, dicho «imperativo», a pesar de su vaguedad, alude directa y necesariamente a una obligación de carácter ético, puesto que prescribe acciones conducentes en exclusiva a la preservación de la vida de las personas. En otras palabras, ese «imperativo» sólo se puede entender referido de un modo indefectible a la protección de la integridad física de los sujetos corpóreos, de los migrantes que se hallaban en peligro en alta mar, siendo así que salvarlos permitiendo su entrada en España representa el adecuado cumplimiento de un deber ético. Se infiere de ello que la ética toma únicamente en consideración aquello que los individuos humanos tienen de más universal, esto es, su propia corporeidad.
Con arreglo al planteamiento que hace el materialismo filosófico sobre esta cuestión, conviene señalar primeramente que la correcta delimitación del radio de la esfera ética conlleva siempre cierta dificultad, dado que no bastaría con apelar tan solo al concepto de «especie» o de «género» (concepto zoológico) para definir de un modo exhaustivo todo el conjunto de individuos que están sujetos o afectados por las normas éticas. Por ello, el campo de la ética, renunciando a cualquier supuesto «trascendental» de tipo zoológico, quedará acotado según este enfoque filosófico por la positividad histórica del sujeto, fijando el inicio de la aplicación de la norma ética en el ámbito de la familia, ya que es ahí donde se experimenta antes y de un modo más inmediato la protección de la vida. En segundo lugar, es preciso señalar, defendiendo este mismo posicionamiento filosófico, que sólo de un modo enteramente gratuito se podría afirmar que «ética» y «moral» son dos términos sinónimos y, por consiguiente, intercambiables en cualquier contexto. Contra tal igualación, se toma un criterio de distinción que parte de las diferencias etimológicas, semánticas e históricas entre ambos términos. Así, mientras la voz griega ethos alude al comportamiento de los individuos derivado de su propio carácter, el vocablo latino mos, moris se refiere a las «costumbres» que regulan su conducta como miembros de un determinado grupo social. El campo de la moral, en consecuencia, quedará definido por el conjunto de normas, reglas o disposiciones que tienen por objeto salvaguardar o fortalecer la integridad del grupo.
Ahora bien, si la ética tiene por objeto preservar la integridad del individuo y la moral la del colectivo, no es difícil deducir que en muchas ocasiones el deber ético y el deber moral entrarán en conflicto. Imaginemos el siguiente caso a modo de ejemplo. Se está juzgando a un sujeto, acusado de haber cometido una serie de crímenes execrables. Para evitar la condena a muerte del reo, el testigo clave decide ocultar la verdad y declarar que él no presenció nada. En principio, cabría la posibilidad de sostener que la decisión de no testificar contra el acusado resulta ética, por cuanto tiene como objetivo último preservar (salvar) la vida de un hombre. Sin embargo, esa misma decisión podría no ser moral si como consecuencia de la puesta en libertad del acusado se cometen más crímenes, es decir, si éste atenta nuevamente contra individuos que integran la sociedad que lo estaba juzgando.
El conflicto entre ética y moral está latente también en la decisión política de permitir la entrada del Aquarius. Si ésta se ha tomado en virtud de un bien superior como es la protección de la vida humana, ¿qué razón hay para no obrar del mismo modo con cada barco que se halle en iguales circunstancias? De hecho, considerando la dimensión universal de la ética, se podría generalizar: ¿por qué no permitir la entrada en España de cualquier persona cuya vida estuviera en riesgo? La respuesta a estas preguntas no debería soslayar nunca la vertiente moral. Una vertiente que ha de tener en cuenta los efectos de las medidas políticas sobre el colectivo, y que fuerza siempre a cuestionarse cómo influirían éstas en la estabilidad o en la integridad de nuestra sociedad. De este modo, aun cuando la decisión de acoger al Aquarius pueda considerarse ética porque salva vidas humanas, conviene plantearse si la misma implica un perjuicio grave para la sociedad de acogida. De ser así, esta medida política no sería moral.
La disyuntiva entre el deber ético y el deber moral —entre la protección del individuo y la de los ciudadanos (los miembros de un colectivo)— ni es lejana ni se mantiene en un plano abstracto de la reflexión filosófica; al contrario, es real y acuciante. Prueba de ello, los novecientos cincuenta y nueve migrantes a bordo de casi cuarenta pateras que sólo durante este último fin de semana han sido rescatados por Salvamento Marítimo en el Estrecho de Gibraltar, el mar de Alborán y el archipiélago canario. O la embarcación de la ONG alemana Lifeline, con unos doscientos treinta migrantes rescatados a bordo, que permanece casi sin provisiones en el mar Mediterráneo, cerca de las costas de Malta, aguardando a que algún país le permita atracar en puerto seguro. Y cabe pensar que ésta no será la última… ¿Cuál es nuestro deber?
Francisco Javier Fernández Curtiella. Doctor en Filosofía