Desde la Fundación DENAES, sugerimos una refundación del PSOE que buscase el fortalecimiento de la Nación, de España, en suma.
Que la Nación no es patrimonio de una familia, es una de las fórmulas habitualmente empleadas para tratar de definir, acaso de modo simplista, el paso de la nación histórica a la nación política. En el caso de las primeras, España, mal que les pese a los españoles infectados de aldeanismo, fue una de las pocas naciones históricas canónicas europeas, sin que dentro de sus actuales fronteras actuales existiera asomo de otra de similar escala y calidad.
Sometida a diversos vaivenes desde el siglo XIX, la institución monárquica, salvo dos breves repúblicas de catastróficos resultados, ha sobrevivido, y forma parte destacada de la actual arquitectura política española. Tan es así que en la Constitución aprobada en 1978 el papel destinado al monarca es la que señala el Artículo 56:
1. El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes.
2. Su título es el de Rey de España y podrá utilizar los demás que correspondan a la Corona.
3. La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65, 2.
Las atribuciones del Rey, como se puede comprobar, se mueven dentro de la calculada ambigüedad –el refrendo aludido- que tiñe todo un texto constitucional redactado para dotarle de la maleabilidad que el paso de las décadas ha demostrado. Viene todo ello al caso, porque la complejísima situación política que vive la Nación involucra directamente a Felipe VI, por cuanto es él quien debe designar al próximo candidato a la investidura como Presidente del Gobierno, tarea que ya ha desempeñado en dos ocasiones sin que Rajoy ni Sánchez hayan sido capaces de obtener los apoyos necesarios para acceder a tal cargo.
En este contexto, la actitud de un Sánchez cuyo liderazgo se ha comprometido aún más tras los magros resultados obtenidos por su partido, el monárquico PSOE, en Galicia y Vascongadas, se ha recrudecido y ha servido, tal es la desesperación del caudillo socialista, para que se perciba con claridad algo largamente larvado: su acuerdo con todas las fuerzas antinacionales que tratan, o bien de extorsionar al Estado, o bien directamente de dinamitarlo. Doctores, próximos algunos a una suerte nuevos teólogos, tiene el constitucionalismo que puedan decir hasta qué punto el monarca podría inhibirse, por el bien de la nación y por el de su institución, de proponer a Sánchez como próximo candidato flanqueado por semejantes compañeros de viaje. Formalismos al margen, todo parece indicar que, de encargarle la formación de Gobierno a Sánchez, este conduciría a la Nación a una grave crisis que ahondaría, cuando menos, en las diferencias entre ciudadanos que se vienen cultivando desde 1978. En cualquier caso, lo que es evidente, así lo denuncian incluso muchos compañeros de partido como por ejemplo Eduardo Madina, es que Sánchez trata por todos los medios de sobrevivir, de mantener las prebendas de su cargo, colocando su ambición personal muy por encima de los intereses de su partido y de, lo que es más importante para los objetivos de nuestra Fundación, los de la propia Nación española.
Así las cosas, y al margen de lo indicado para con Felipe VI, bien harían los diputados socialistas, en el caso de que se vieran en el trance de emitir un voto en relación a un posible Presidente del Gobierno apoyado en sediciosos, en meditar en relación al sentido del mismo, de anteponer los intereses de la Nación, tan despreciados por Sánchez, a los del partido propio.
Nadie ignora que la actual estructura de la Nación, con terrenos privilegiados sobre otros, y las trascendentales consecuencias sufridas por sus habitantes, debe mucho a la acción de una socialdemocracia que ha contribuido decisivamente, del mismo modo que lo ha hecho el PP con sus pactos, a la cristalización de una España que tiene el terreno abonado para su balcanización. Tan delicada tesitura nacional, unida a la decadencia que vive un partido, federal e identificado con la España autonómica, supone una ocasión propicia, más allá de enfrentarse al medro de un político madrileño y su equipo de corifeos y oportunistas, para que la agrupación del puño y la rosa que mantiene la letra E de España entre sus siglas, se replanteara el futuro apostando, así sugerimos desde la Fundación DENAES, por una refundación que buscase el fortalecimiento de la Nación, de España, en suma.