Gallina, lacayo, mamporrero; hasta luego, gángster, nos vemos en el infierno; lindezas de éste jaez se dedicaron el diputado Gabriel Rufián y el exjefe Antifraude de Cataluña Daniel de Alfonso en la primera sesión de la Comisión de Investigación del Congreso por las presuntas y secretas acciones policiales de Interior contra el secesionismo catalán.
Se la bufa y se la trae floja (el informe de los letrados del Congreso sobre las funciones del Ejecutivo), le decía hace días el líder podemita Pablo Manuel al presidente del Gobierno Mariano Rajoy en la sesión de control del Congreso. Y es que ante tal informe Pablo Manuel esperaba que la respuesta de Rajoy sería «me la trae floja, me la suda, me la pela, me la refanfinfla o me la bufa» porque ya tiene los presupuestos –no nos pronunciaremos ahora mismo sobre si consideramos si el líder podemita está, a pesar de todo, en lo cierto o no.
Estas son sólo dos ominosas muestras. A las que se podrían añadir los insultos diarios y las vejaciones y difamaciones continuas entre los diputados, acusándose hasta de crímenes. La calificación de casta o trama a una parte de los componentes del Congreso es otro ejemplo. O incluso la dudosa idoneidad de algunas vestimentas portadas por una parte de los diputados –representantes de «la gente»– así como hasta las posturas adoptadas en sus butacas, que a veces más parecen estar tirados en el sillón de su casa que en el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional.
Y hay quien dirá que esto es cuestión de formas, y tendrá razón, pero es que no hay forma sin materia ni viceversa. Estas formas, estas vejaciones, insultos y modos poco decorosos de dirigirse unos diputados y/o cargos públicos a otros no hacen más que mostrar el nivel –la bajeza en muchos casos– de aquellos que nos gobiernan y que nos representan. Porque sí, nos representan queramos o no, nos sintamos identificados o no. Esos diputados y demás cargos públicos están elegidos por sus votantes, y a ellos se deben. Les deben un respeto que no se cumple cuando no se respetan entre ellos. Sin que obviemos la responsabilidad individual de cada diputado, que al fin y al cabo también son ciudadanos y miembros de la nación y por tanto sujetos con derechos y obligaciones, también desde DENAES consideramos que calificar de casta o de trama a los diputados –o a una parte– es hacerlo a aquellos que les votan, insultar a un diputado es hacerlo a aquellos que le han votado. Incluso amenazas hay.
Todo esto no es más que otra muestra más de la degradación continua de la denominada clase política española (que también puede verse en los Parlamentos regionales). Y también, señalamos desde DENAES, es muestra de las amplias tragaderas de aquellos que les votan, el supuesto pueblo soberano. Un pueblo que es el primero en insultar a unos y otros –tato a los diputados como a cualquier semejante–, para lo cual sólo hay que permanecer cinco minutos en cualquier red social, por ejemplo. Y un pueblo que tiene su reflejo en la cada vez más mediocre y carente de educación clase política. Desde DENAES no podemos dejar de alertar sobre esta –también– corrupción en las formas de actuar y dirigirse entre sí de nuestros gobernantes –sobre su nivel intelectual y su capacidad de debate no nos pronunciaremos ahora–, porque donde no hay respeto no hay igualdad. Y hasta la fecha, que sepamos, no se ha declarado la existencia de diputados (y ciudadanos) superiores o inferiores. Siempre ha habido discusiones agrias entre los diputados, momentos tensos y debates encarnizados, y es normal y así debe ser si se trata de defender las propias posturas frente a los rivales políticos. Pero que haya que estar pidiendo que nuestros gobernantes guarden, aunque sea un mínimo, las formas de comportamiento y se respeten entre sí ya refleja la gravedad y la degradación en que estamos. Y en la que seguramente seguiremos estando.
Fundación para la Defensa de la Nación Española.