Es la pregunta (retórica) que se hace Barbijaputa, articulista de eldiario.es. Y, efectivamente, tiene razón: España no significa nada.
Significar es una relación entre un signo y un objeto designado, y no hay tal relación significativa. No hay ningún objeto designado con la palabra “España”.
El artículo reseñado aquí no tendría más importancia si no fuera el reflejo de opiniones generalizadas (y ya decía Gustavo Bueno que las opiniones no valían para nada); si no fuera el reflejo de una manera demasiado simplista de entender la realidad en la que vivimos.
El artículo habla de sentimientos, de orgullos y de vergüenzas, de relaciones burocráticas (la posesión de un DNI), de relaciones sociales. A eso queda reducido el significado, nebuloso sin duda, de España. Todo el artículo está escrito desde un subjetivismo que es justamente el punto de partida más alejado de lo que pueda significar España y que nace en contra precisamente de España.
España no es un sentimiento, ni de vergüenza, ni de orgullo. Nada importa las opiniones meramente subjetivas en el presente asunto. Cada sentimiento es propiedad del sujeto que los siente, y en ningún caso pueden estar a la base de ninguna acción política. Tampoco España es una bandera, ni una emoción, ni una afición animando a un equipo nacional. Y mucho menos esos símbolos representan una opción política, a no ser la propia reivindicación de la política, como ámbito de lo nacional, como ámbito en el que el hombre se hace hombre (y la mujer, mujer). Hasta ahora, ningún ser humano ha conseguido ser ciudadano sin una bandera que lo represente, sin un Estado en el que vivir bajo unas leyes.
España no es meramente una relación burocrática, un DNI, aunque es cierto que ese DNI es lo que permite la participación de cada ciudadano en la vida de la comunidad, en el sistema legal, al dotar al individuo de derechos. Es por el DNI que un individuo (un animal de la especie homo sapiens sapiens) se convierte en una persona dotada de derechos y de deberes. Por muy mejorable que sea la situación coyuntural o la política de un Estado, la solución no puede ser la destrucción de esa nación. La solución política de los problemas y disputas políticas no puede consistir nunca en matar al padre, como en el complejo de Edipo.
España tampoco es una relación social. Dice Barbijaputa que el patriotismo (“de pulsera”) esconde una posición de clase, que esconde una defensa del explotador frente al explotado; que ser patriota es defender una desigualdad social y, sobre todo, una desigualdad de género. No es eso. Toda relación social se da en un Estado, dentro de él, por mucho que esas relaciones sociales sean análogas a las que se dan en las demás naciones (por mucho que sean trascendentales). El Estado no es una mera superestructura (al modo marxista vulgar) cuya única función sea la de enmascarar, justificar y mantener las relaciones económicas (no superestructurales sino básicas). Porque esas relaciones sociales de la base no pueden existir (no solo mantenerse) si no es dentro del marco de un Estado político.
Gustavo Bueno llamó a esto “la vuelta del revés del marxismo”. Reconoció que hay relaciones sociales conflictivas, que dentro de los Estados no hay armonía sino conflicto. Pero ese conflicto, su resolución o su recurrencia no eran entendibles al margen del Estado, al igual que tampoco es posible entender una Democracia si no hay un Estado democrático.
España no es una cuneta, ni un familiar desaparecido; tampoco es un himno (aunque no hay naciones sin himno). Tampoco es un inmigrante perseguido ni una valla en la frontera. Y, por supuesto, como toda nación y como todo artefacto, es una creación humana. Como dice la autora “es un territorio con fronteras inventadas por el hombre”. Lo contrario sería entender que es Dios mismo quien ha creado las naciones, o que las naciones nacen (de ahí el término “nación”) y brotan del suelo por generación espontánea, con una esencia propia. Lo contrario sería diferenciar entre naciones “naturales” (esenciales) cuya vida viene de un pueblo que posee espíritu, y naciones artificiales, que suelen ser cárcel de pueblos, auténticos organismos humanos. No creemos en esos esencialismos: tan artificial es Cataluña como pueda serlo España o la UE. Los pueblos siempre son precipitados de Estados; los Estados siempre son anteriores a los pueblos, pese a la visión romántica tan extendida de que son los pueblos los que dan origen a las naciones y estas a los Estados (existentes o intentando llegar a existir).
España no es solo un Estado artificial, ni una bandera que la representa, ni un sentimiento, ni una relación burocrática ni un conjunto de leyes que estructura una sociedad clasista y machista. España es otra cosa que no puede definirse porque es un lugar desde el cual definir y dar sentido al lenguaje. Permítaseme el uso de un lenguaje filosófico (en este caso heideggeriano): España es el ser (o un ser, porque el ser no se dice solo de una manera), porque es el lugar, el no-objeto desde el que nombrar a los objetos, a las cosas. España es una forma de entender la realidad, y por eso no es una realidad designable, ni un sentimiento, ni un símbolo.
Gustavo Bueno entendía que hay tres grandes formas, actualmente, de entender la realidad:
1) La forma subjetivista, protestante y capitalista, en la que el individuo lo es todo. Esta forma tiene su origen en el capitalismo del Norte de Europa que cobra conciencia cabal con René Descartes y su “pienso, luego existo”.
2) La forma espiritualista musulmana, en la que el ciudadano solo es un elemento (prescindible) del Entendimiento Agente universal, y por lo tanto puede ser sacrificado en la Yihad.
3) La forma materialista y católica, en la que la persona es un cuerpo entre cuerpos que vive en sociedad. Es esta la forma de entender el mundo española. España, como resultado de su propia historia imperialista, se construye en el enfrentamiento ante la Inglaterra capitalista (la Armada Invencible) y la Turquía musulmana (Lepanto).
Porque la existencia de los Estados no depende de las voluntades individuales ni mucho menos de los sentimientos. La existencia de los Estados, y de entre ellos la de España, es el resultado de la Historia, que se construye, partiendo de las decisiones humanas, por encima de las voluntades subjetivas. Nadie puede decidir qué pasará en la Historia, qué será del devenir de los Estados (que son sus protagonistas). La Democracia, como ámbito de la decisión política, solo puede llegar al nivel de la organización interna de un Estado, pero nunca se puede decidir la Historia democráticamente (ni dictatorialmente, ni de ninguna forma política). Porque la Historia tiene su propia historia que no depende de ninguna decisión consciente, sino que se realiza por encima de las voluntades, con una razón universal que Hegel llamaba “la Astucia de la Razón”.
Raúl Boró Herrera. Profesor de Filosofía